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"Opinión"

"Capitalizar el cambio"

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    A Zinia
     
    En su columna de “Letras Libres”, Luis Antonio Espino, el pasado 18 de enero se mostraba tan contrariado como sorprendido, debido a que la tasa de aprobación de la gestión de Andrés Manuel López Obrador subió respecto al puntaje con el que inició el día que tomó posesión. Espino lo planteó en los siguientes términos: “Pero una vez más, el divorcio entre la percepción de algunos sectores sociales y el sentir de la mayoría respecto a AMLO se ha hecho evidente. Diversas encuestas demuestran que la mayoría cree la versión oficial y aprueba la lucha contra el robo de combustible, incluso a pesar de sufrir afectaciones directas. Lo que es aún más paradójico: la aprobación del Presidente ha aumentado. Por ejemplo, según la encuesta de Alejandro Moreno para El Financiero, la tasa de aprobación subió seis puntos desde diciembre, para alcanzar 76 por ciento. ¿Cómo es posible?”.
     
    La explicación que Espino encuentra en esta alza en la aprobación reside en el hecho de que AMLO “y su gobierno no están usando métodos de comunicación gubernamental, sino de propaganda política”. El énfasis propagandístico, más que comunicativo, dice Espino, está puesto en la lucha entre “buenos” y “malos”, en asegurar que “la emoción [esté] por encima de la razón”, en reducir los problemas técnicos y legales “a la maldad de unas cuantas personas”, en “activar a bases de seguidores para que combatan a los críticos del gobierno” y “eludir las preguntas de los medios y criticarlos cuando reportan información que contradice la narrativa oficial”.
     
    Propaganda o no, lo cierto, como reporta Alejandro Moreno en su encuesta aplicada este 11 de enero para El Financiero, “la gente parece haber cerrado filas detrás del mandatario luego de las medidas contra el robo de gasolina”.
     
    Sobre este último hecho, Ana María Salazar (quien nunca ha sido simpatizante de AMLO) señala lo siguiente: “En cualquier otro país democrático o autoritario, el Presidente o gobernante seguramente estaría tambaleándose. [...] No considerarlo en cualquier política como un tema de seguridad nacional ha resultado, en el mejor de los casos, en la parálisis del país; en el peor, en la caída de un gobierno democráticamente electo. Y así, en otros países, cuando sube el precio de la gasolina o hay desabasto por alguna razón, puede traducirse rápidamente en focos de inestabilidad. El desabasto o subir el precio de la gasolina puede precipitar inflación, desaceleración o recesión en cuestión de semanas o meses. Pero no fue el caso en México porque estamos viviendo ‘la era AMLO’ y la cuarta transformación, donde cosas sorprendentes y los supuestos políticos normales no aplican. [...] Estas cifras [las de la encuesta] son verdaderamente increíbles y es una muestra más del apoyo y la credibilidad que tiene el Presidente Andrés Manuel López Obrador”.
     
    Me detengo aquí porque lo hasta ahora dicho ya raya en lo panfletario. Como señalé la semana pasada, López Obrador toma decisiones temerarias que, por el momento, no han generado la animadversión que podrían haber generado (y si no, como dice la misma Ana María Salazar, que le pregunten a Emmanuel Macron cuando intentó incrementar el impuesto a la gasolina como una medida nacional para disminuir la emisión de gases con efecto invernadero y frenar la explotación de combustibles fósiles: “la reacción de la población fue tal que se tradujo en protestas a nivel nacional y los peores disturbios que ha vivido el país en décadas”), pero que en cualquier momento puede surgir porque tiene demasiados frentes abiertos: las maquiladoras en Tamaulipas, los maestros de la CNTE bloqueando la vía del tren en Michoacán, los recursos económicos para distribuir los apoyos sociales y un largo etcétera que existe y saldrá al paso. 
     
    ¿A qué se debe que, hasta lo naturalmente incómodo, resulte ser una molestia aceptable o, incluso, necesaria para el 76 por ciento de la población? Hasta donde logro ver, el nivel de tolerancia y confianza ofrecido al Presidente, reside en la etapa que hoy atraviesa el ánimo colectivo, con relación al cambio de gobierno. Me explico.
     
    John Fisher, experto en psicología corporativa, durante varios años investigó en torno a los procesos de adaptación que experimentan las personas que viven un proceso de cambio o transformación organizacional. A decir de Fisher, las personas atravesamos por siete etapas hasta que logramos adaptarnos y capitalizar el cambio. 
     
    La primera de ellas es la ansiedad. Por ejemplo, recuerde todo lo que le vino a la mente cuando en las pasadas elecciones vio la manera en que los contrincantes de AMLO reconocían su triunfo. De esa imagen se desprendió una ráfaga de ideas respecto a qué sucederá con el negocio, mi puesto de trabajo, la economía y un largo etcétera derivado de los nervios que genera un período desconocido sobre el cual no se tiene ningún tipo de control.
     
    La segunda etapa está asociada a la felicidad, debido a que vuela en el aire una cierta sensación de alivio porque el cambio modificará algunas de las cosas que, de una u otra manera, nos afectaban. Esta fase es donde se proyecta la cristalización de algunas reivindicaciones que motivaron el cambio.
     
    La tercera etapa está asociada al miedo, porque el cambio, aun y cuando encierra la promesa de un futuro distinto, resulta ser algo completamente desconocido para la persona. Con claridad recuerdo mensajes que anticipaban la venezolanización y/o cubanización de México. Aunque la enorme mayoría de la población del país alucinábamos la gestión de Peña Nieto, al menos conocíamos de las mañas del partido político que lo patrocinaba, pero nadie conocíamos las de Morena; a lo más conocíamos el papel que desempeñaron en otros partidos algunos de sus miembros más controvertidos e, incluso, pintorescos.
     
    La cuarta etapa, derivada de la anterior, tiene que ver con la sensación de amenaza derivada de la imagen mental de un cambio que podría ser tan drástico, grande y profundo, que muchos se sintieron desprovistos de los recursos necesarios para afrontarlo.
     
    La quinta etapa es la culpa. ¿Qué permití, hice o propicié para que hoy me tenga que enfrentar a este tipo de cambio? Una vez que se tienen las respuestas a esta pregunta, llega la sexta fase: la aceptación gradual. Este momento se da cuando la persona comienza a comprender el nuevo entorno y el rol que tendrá en él. Aquí, poco a poco, llega la calma y la autoconfianza, y con éstas la persona identifica cuál es su sitio en el nuevo escenario y nivel de protagonismo en el nuevo contexto.
     
    La última etapa tiene que ver con seguir hacia adelante, en aceptar que, si la vida te da limones, lo más sabio es hacer limonada y disfrutar al máximo de ella.
     
    Sobra decir que cada cabeza es un mundo, y que las etapas del proceso de cambio descrito por Fisher llevan tiempos y ritmos diferentes o, incluso, conducen a puntos de llegada distintos. Por ejemplo, hay quien de la felicidad salta a la negación o el rechazo, porque el cambio solo resultó ser más de lo mismo. También hay quien de la amenaza pasa a instalarse en la desilusión, o de la depresión llega a la hostilidad. Todos estos estados emocionales vienen de la mano del cambio. El punto es cómo queremos ir superando cada una de las etapas.
     
    Por el momento, según las encuestas, López Obrador tiene un nivel de aprobación, diría él, “de grandes ligas”. Sin embargo, insisto, deberá gobernar con mucha prudencia, si acaso quisiera hacer realidad aquel viejo proverbio anónimo que dice: “diferente no siempre es mejor; pero mejor siempre es diferente”.
     
     

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