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"Educación en la Familia"

"Comienzan clases, sigue el encierro"

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EDUCACIÓN EN LA FAMILIA

    Comenzar así, en el encierro, es la clase de cosas que ocupa toda la paciencia, que puede verse superada, hay que pensar en positivo, buscar la manera de organizar trabajo de casa con clases en línea.

    Podría consolar a quienes eso les espera, pensar que no todos tienen ese privilegio, antes de sentirnos víctimas, podemos pensar en las madres que trabajan fuera de casa, no tienen internet, ni nada más que un celular por donde los profesores mandan tareas y todavía se ponen flamencos, exigiendo que todos los días deben mandarse a determinada hora o ponen falta cuando esas mamás todavía les falta un buen rato para regresar a sus casas, se las ponen difícil.

    No hay un docente que les explique a los niños el tema, los padres son maestros de temas que ni siquiera conocen, tienen que carrerear al chiquillo para hacerla ¿y cómo la manda si ya pasó el límite? Lo que significa que los niños no están aprendiendo nada, chulada.

    Los privilegiados con internet y varios aparatos, donde cada quien reciba las clases correspondientes, tienen que lidiar con otras cosas, no puede sonar el timbre, ni el teléfono, ladrar los perros, atravesar por detrás inapropiadamente vestidos, ni de ninguna manera, no se puede aparecer haciendo el aseo o encender licuadoras, aspiradoras, porque no permiten escuchar la clase, además de las aulas improvisadas, está el despacho con otras necesidades.

    Como nunca nos había tocado vivir estas circunstancias, no hay manera de echar mano de experiencias pasadas, nadie las tiene, así que vamos improvisando lo mejor que se puede, lo que sí no nos podemos dar el lujo es perder lo que ya teníamos: los buenos hábitos, las tareas asignadas que, además de enseñar a hacerlas, enseñan responsabilidad y sentido de familia.

    Tendrán que ser en otros horarios, pero deben seguir siendo parte, no puede ser que las clases en casa sean el pretexto para no ayudar en las tareas y para no convivir con la familia, para dejar cosas tiradas o para tener los nervios de punta y que no se nos pueda hablar porque todos estamos estresados.

    Cuando hay niños chicos, mamá o papá tendrán que intervenir más en sus clases. He visto que en internet hay muchos videos de formas divertidas de enseñar a los niños, gracias a Dios que existen tutoriales para aprender cualquier tipo de cosas que se necesiten y pueden ayudar a los padres con hijos de cualquier edad, desde números de kínder hasta avanzados, ya es un agobio menos.

    La paciencia y el buen ánimo es lo que debe prevalecer y debemos cuidar. Todos los niños recordarán cómo se sintió su hogar durante la pandemia. Nuestros hijos observan y aprenden sobre cómo deben responder al estrés y la incertidumbre.

    Aprovechemos este momento para enseñar a nuestros hijos la resiliencia, que es la capacidad del ser humano de sobreponerse a momentos críticos y adaptarse lo mejor posible, mientras termina el mal, teniendo siempre en cuenta que no hay mal que dure 100 años ni cuerpo que lo resista, pero se resiste mejor mientras dura con buen ánimo, sin victimismos y con visión de futuro, no con pánico.

    Porque no nos sirve para nada que un niño sepa colocar Neptuno en el Universo, si no sabe dónde poner su tristeza o su rabia. Mientras los niños son muy pequeños, los límites son tarea exclusiva de los padres; no podemos negociar con una niña de 1 año a qué hora nos iremos del parque para regresar a casa. La decisión es cosa de adultos, pero llega un momento en que sí es posible alcanzar acuerdos; con una niña de 4 o 5 años podemos pactar una excepción puntual o puede que no se haga esa excepción, pero sí se le puede explicar, porque es preciso respetar el horario.

    Al margen de cada caso y sus circunstancias, lo evidente es que a medida que los hijos maduran es posible establecer relaciones más horizontales y menos verticales con ellos, porque los adultos tenemos una cierta tendencia al sermón.

    Cuando creemos que la razón nos asiste -y a veces sin que nos asista- intentamos doblegar al hijo, a través de largas peroratas, mismas a las que cierran sus oídos y peor, en ocasiones, el lenguaje no verbal, poco conciliador que empleamos, además del tono de voz, no ayudan, y ya sabemos, por experiencia, que su eficacia es dudosa o más bien ninguna, no aprenden aunque hagan lo que se les manda y tenemos que repetir mil veces.

    Habitualmente, los sermones incluyen fórmulas similares “ya te lo dije mil veces” y cosas así, pero lo peor no es que no sirvan de nada, sino que al lanzarlos solemos dejar de prestar atención a la conexión, porque sí es posible marcar límites a los hijos de cualquier edad, sin recurrir al sermón ni al castigo.

    Las consecuencias no tienen porqué ser castigo, pueden ser muy buenas si tuvimos acuerdos, siempre tratando de actuar desde el equilibrio, entre amabilidad y firmeza. El cómo es tema siguiente.

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