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"Puerto Viejo"

"Difícil decisión..."

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    El próximo domingo 1 de julio, justo al inicio del segundo semestre del año que corre, los mexicanos nos encontraremos frente a las urnas electorales para decidir quién encabezará el Poder Ejecutivo Federal, a través del Presidente de la República, así como los actores políticos que integrarán el Poder Legislativo, es decir, Senadores y Diputados federales. 
     
    El momento que viviremos, con significativas variantes, por ejemplo, la participación de los candidatos independientes, reedita al sucedido en el año 2012 y del cual resultó electo Enrique Peña Nieto, con algo así como con 19 millones de votos.  
     
    Sin lugar a dudas, Enrique Peña Nieto fue un magnífico candidato, con su cuidada imagen de triunfador y su apostura personal, misma que derritió las hormonas de muchísimas mujeres y de no pocos individuos del género masculino con inclinaciones  homosexuales.
     
    Las expectativas de buenos resultados para la nación eran muy grandes, a lo cual, también contribuía el equipo de trabajo que el elegido presentó, compuesto, en su mayoría, por jóvenes con grados académicos de postgrado obtenidos en el extranjero y por supuesto, con dominio del inglés como segundo idioma.
     
    Con el apoyo del experimentado político sonorense Manlio Fabio Beltrones, el entonces nuevo ejecutivo federal rápidamente se anotó varios puntos que alentaban las expectativas, siendo el más destacado el llamado Pacto por México, signado por la mayoría de las fracciones partidistas. 
    El pacto de marras, tenía como propósitos fundamentales: el fortalecimiento del estado mexicano; la democratización de la economía y la política, así como la ampliación y aplicación eficaz de los derechos sociales; asimismo se planteaba la participación de la ciudadanía en el diseño de las políticas públicas.
     
    De dicho acuerdo se derivaron las llamadas reformas estructurales con visión de largo alcance y de beneficios sociales, también a largo plazo. Bueno, es lo que se supone que sucederá.
    Todo pintaba de maravilla y de hecho, Enrique Peña Nieto fue percibido en algunos medios internacionales de comunicación como el salvador de México, pero rápidamente el tiempo acomodó las cosas en su lugar y más temprano que tarde, se empezaron a ventilar casos escandalosos de corrupción, en los cuales chapalearon el propio Presidente de la República y sus colaboradores cercanos, todos ellos, posgraduados en el extranjero.
     
    Como quien dice, en estos casos, la academia no hizo al monje y mucho menos fue suficiente para apaciguar la codicia exhibida por los desleales funcionarios públicos, presumidos por Peña Nieto como los diseñadores de un nuevo México.
     
    Estamos ya a unos cuantos meses de que concluya la gestión del que prometió mover a México y en cuya herencia encontramos mayor pobreza, una economía que no crece,  corrupción en grado histórico, impunidad, privatizaciones de nuestros recursos naturales, acentuación de la delincuencia organizada, con sus miles de muertos y desaparecidos. Es decir, que todo aquello de “para mover a México” pasará a la historia como una nueva decepción para la ciudadanía.
    Para tomar la caliente estafeta que deja Peña Nieto se nos presentan cuatro opciones, aunque una de ellas es meramente testimonial. Por supuesto, todas se exhiben  cargadas de promesas y deslumbrantes abalorios.
     
    Dos de las candidaturas, las de Meade y Anaya, presumen altos grados académicos con dominio del inglés, que en los momentos actuales les sirve para un carajo ante la egolatría insana del emperador de Norteamérica, se presentan como las poseedoras de los secretos para conducirnos hacia un futuro cargado de bienestar social; hacia una sociedad más justa y moderna, inmersa en la digitalización ¡Ah! Y por supuesto,  bilingüe.
     
    Indudablemente los citados se ven como ofertas atractivas ante la escasa habilidad discursiva y limitada preparación universitaria del rival a vencer y cuyo mantra, es la lucha anticorrupción y el combate a los privilegios de la aristocracia de la clase política;  sin embargo, tanto Anaya como Meade, también representan la continuidad de la corrupción, la impunidad y la pobreza mayoritaria parida por un sistema que favorece la economía de mercado, sin importarle un comino el bienestar social de la ciudadanía.
     
    Difícil decisión es la que nos espera, pues habrá que elegir entre el continuismo o la posibilidad, ligera si ustedes quieren, de un cambio radical que nos saque del fangal en el que nos encontramos. ¡Buen día! 
     
     

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