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"Opinión"

"Ding, ding"

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    A Carlos

    Nos salvamos. Esta vez Donald Trump nos tiró a matar. Clavó sus ojos de sicópata donde sabía podría matarnos: la: economía, es decir, el corazón. Nos quería eliminar. Su maldad se impuso a la locura. Miente quien diga que el corazón de México son sus costumbres, la historia, identidad o, incluso, el orgullo. Sin duda todos estos son miembros vitales para la vida de México, pero no son el órgano que hace posible que la sangre fluya, circule, oxigene y ponga en marcha nuestro cuerpo. ¿Exagero? Va un ejemplo.
    A lo largo de todos estos años que nuestros paisanos han tenido que migrar y vivir en sitios donde la lengua, creencias, valores, tradiciones, comida y hasta las pautas de convivencia más simples son distintas, en lugar de morir, como dijera Charles Darwin, se adaptan y sobreviven como lo hacen los cactus y las breas del desierto. Para eso de la adaptación las y los mexicanos somos campeones; a jalones y estirones logramos hacernos dignificarnos la vida cuando vivimos en el extranjero. Pero no olvidemos que la capacidad adaptativa también tiene sus límites. Sin recursos económicos para enfrentarnos a la complejísima lucha por la sobrevivencia es imposible terminar con la mano en alto. Por eso digo que Trump nos estaba apuntando al corazón. Seguimos vivos, pero malheridos.
    Quedamos maltrechos porque en el ínter de la semana, las calificadoras nos dieron un par de garrotes de los cuales no nos recuperaremos en muchísimos años. De ser una economía estable ahora pasamos a ser una de riesgo, con lo cual la inversión extranjera se la pensará una y mil veces antes de invertir un mugroso dólar en México. Habrá quien diga que eso no fue culpa de las amenazas de Trump, sino de la pésima política económica promovida por Andrés Manuel López Obrador; lo cierto es que, entre la impericia de AMLO y las crecientes amenazas de Trump, los chacales del mercado olieron carroña y no perdieron el tiempo para saltarnos encima e hincarnos el diente. Pemex, crediticiamente quedó en ruinas, diga López Obrador lo que diga.
    ¿Debiéramos celebrar haber quedado malheridos? ¡Sin duda! Y no porque más vale renco que muerto, sino porque el resultado de las negociaciones encabezadas por Marcelo Ebrard, Secretario de Relaciones Exteriores, es digno de aplauso. Más allá de llevarse una estrellita en la frente (que ahora le hace el primero en la fila para la sucesión presidencial), honró su investidura. Resistió tratos indignos (quien lo recibió al arranque de las negociaciones no tenía su misma posición gubernamental, el grosero de Trump ninguneó su visita, etc.), soportó la tensión mediática que surgía tras las declaraciones desafortunadas de ambos presidentes, supo manejar el nerviosismo sabiendo la que se vendría para México si Trump nos aplicaba mensualmente el cinco por ciento de aranceles hasta llegar a 25. Jugó bien su rol y, esta vez, supo y pudo acordar con uno de los más fieros y desalmados negociadores de la escena mundial.
    Digo “esta vez pudo” porque, ¿qué sucederá cuando incumplamos alguno de los muchos compromisos que este viernes nos echamos a cuestas? Las implicaciones de la lista impuesta por los Estados Unidos no son cosa menor. En ella hay temas tan complejos de abordar, que son equivalentes a resolver el problema de la calidad educativa, regularizar el trabajo informal o acabar con la venta de drogas al menudeo en México. Simplemente pensemos en dos de los compromisos anunciados por Marcelo Ebrard: “recibir en territorio nacional a las personas que se encuentran en proceso de asilo y ofrecerles oportunidades de trabajo, educación y salud” y apostar a más de seis mil efectivos de la Guardia Nacional en la frontera sur para evitar el cruce ilegal de indocumentados.
    Para dimensionar las implicancias del compromiso, haremos como los filósofos: preguntar cuestiones simples que, al cabo de darles unas cuantas vueltas en la cabeza, terminamos por darnos cuenta que de simples no tienen nada.
    En lo que concierne a las personas que hoy están en los Estados Unidos esperando una resolución favorable para que les den el asilo político: ¿Cuántos miles vendrán? ¿dónde los ubicaremos? Si los estadounidenses no logran acomodar a tanta gente que se encuentra a la espera de una respuesta, ¿nosotros sí tenemos instalaciones disponibles? En caso de que las hubiera, ¿son espacios dignos?
    Y si el tema de los espacios se antoja complejo, el de los derechos sociales básicos resulta mucho más; tanto, que los propios mexicanos es fecha que no los podemos vivir de manera universal, me refiero al trabajo, la educación y la salud.
    Imagínese las próximas tres semanas cuando el departamento de migración estadounidense vaya mandando a México a quienes se encuentran en proceso de asilo: ¿Habrá la misma cantidad de empleos, aulas y camas de hospital, como sitios en los albergues? ¿Se construirán aulas temporales? ¿Quién ofrecerá los servicios médicos que se requieran? De entrada, al IMSS debemos sacarlo de la jugada, porque no tiene la capacidad ni recursos para enfrentar esta contingencia. Entonces, ¿quién ofrecerá dichos servicios? ¿Los médicos que hacían su servicio social y ahora no tienen la beca que les permitía realizarlo? ¿Los consultorios de la Secretaría de Salud que, por sus condiciones, cada vez están más cerca de convertirse en esas dignísimas y revolucionarias clínicas rurales cubanas? ¿El ISSSTE que, se sabe, está tan o más anémico que el IMSS?
    Y del empleo, bueno, ¿qué decir? ¿Aprovechamos a estas personas para que hagan el tendido de la vía del tren maya? ¿Les contratamos por obra determinada en la construcción de la refinería de “Dos bocas”? ¿Los nombramos embajadores de la reforestación? ¿Les ponemos un uniforme intimidante para que hagan las veces de guardia en las líneas donde los huachicoleros continúan drenando los ductos de Pemex? ¿Los contratamos como miembros de la Guardia Nacional para que, como dijo AMLO, acompañen a los migrantes que hayan burlado nuestras fronteras? ¿Les damos un ingreso universal para asilados?
    ¿Cómo haremos para contener las próximas caravanas? ¿Quién sustituirá a los seis mil efectivos que estarán patrullando las fronteras? ¿Quién enfrentará a la delincuencia organizada que ahora festeja que 12 mil ojos menos le vigilan? ¿Cómo volver a relacionarnos con esos países de Centroamérica que tienen claro que nosotros, una vez más, estamos haciendo el trabajo sucio que los gringos no quieren hacer con esos ciudadanos expulsados de su tierra a causa de la pobreza? ¿Cuánto tiempo trabajaremos como veladores de las palas, cemento, grava y arena con el que Trump construye su asqueroso muro?
    Estas son solo unas cuantas preguntas de las ganancias derivadas de este primer round. No debemos festejar demasiado; por el contrario hay que limpiarnos la sangre, respirar profundo y morder fuerte el protector bucal, porque cuando incumplamos lo prometido o no suceda eso que Trump ya prometió a su ciudadanía (“muy pronto México comenzará a comprarnos productos de granja y agrícolas en grandes cantidades”) una mañana cualquiera, aguijoneado por su locura, escribirá un nuevo tweet amenazándonos con subir los aranceles al 40 por ciento. En ese momento sonará el ding, ding llamándonos al encordado para disponernos a pelear el segundo round.

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