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"Opinión"

"Discriminaciones"

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14/12/2018

    Joel Díaz Fonseca

     
    El desencuentro entre la sociedad caraqueña y el Ayuntamiento de la capital venezolana por causa de una estatua, es revelador de que la mujer sigue ocupando un segundo plano en muchas regiones del planeta.
     
    La remoción de la estatua de un león para colocar la efigie de una mujer indígena es la razón del conflicto.
     
    Pero no se trata de cualquier león ni de cualquier mujer. El felino de bronce en cuestión ha estado en la entrada de Caracas desde hace 134 años. Es, pues, un símbolo que ha dado identidad a la ciudad desde 1884.
     
    La Alcaldesa Érika Farías decidió poner en ese sitio la estatua de una mujer indígena, Apacuana, que fue líder de los Quiriquires, quien organizó y dirigió en 1577 una sublevación en contra de los colonizadores españoles dirigidos por Garci González de Silva, en el ‘Valle de Salamanca’, publica el sitio de internet RT Noticias, que cita el libro ‘Historia de la conquista y población de la Provincia de Venezuela’, de José Oviedo y Baños.
     
    No se trata de una mujer común, fue una heroína, aunque su vida y su historia sean desconocidas para la mayoría de los caraqueños.
     
    Incluso los historiadores no se ponen de acuerdo en cuanto a cuál de los dos monumentos debe tener prevalencia.
     
    Un comunicado oficial de la alcaldía explica que “esta indígena era una mujer muy sabia y respetada, conocedora de los secretos medicinales de las plantas”.
     
    Fue una curandera, oficio que en los tiempos precolombinos era no solo muy respetado, sino casi imprescindible, dada la carencia de médicos en las comunidades alejadas de las grandes urbes.
     
    Pero el sentimiento antifeminista y “malinchista” ha llevado a muchos habitantes de esa municipalidad a tildarla de bruja y hechicera, lo que se supone que no lo fue.
     
    La historiadora venezolana Iraida Vargas, precisó que “la lideresa de los Quiriquires tenía mucho prestigio dentro de los pueblos de la región, lo que le permitió organizar la insurrección, que fue sofocada por los colonizadores”.
     
    Y el historiador Oviedo y Baños agrega que Apacuana “fue capturada y ahorcada, dejándola colgada donde la viesen todos, para que su cadáver moviese con el horror al escarmiento.
     
    “Este asesinato, junto al de otros 200 indígenas en una misma noche, significó la posterior rendición de ese pueblo indígena”, completa el historiador venezolano.
     
    La discriminación de la mujer no es de ahora, ha sido una lamentable constante a lo largo de la historia. Relegada por centurias a las tareas domésticas, que incluían el cuidado y la educación de los hijos, las mujeres fueron desarrollando habilidades que completaban e incluso superaban a las de los varones.
     
    Maestras, enfermeras, cocineras, agricultoras, mecánicas y un sinfín de papeles más han desempeñado las mujeres, pero siempre han sido marginadas. Sus múltiples habilidades fueron, y siguen siendo subvaloradas, se les considera parte de su papel como amas de casa.
     
    Durante los primeros años del siglo pasado tuvo vigencia la ignominiosa conseja que advertía que las mujeres eran como las escopetas, “siempre cargadas y detrás de la puerta”, con lo que se daba por sentado que la mujer era para parir muchos hijos y para estar siempre encerrada, bajo siete candados.
     
    Horrible destino. Las mujeres no podían salir a la calle -salvo para ir a misa- si el marido no las sacaba.
     
    Aunque con algunos cambios conseguidos mediante la lucha por sus derechos, esa ha sido la historia de las mujeres.
     
    Es cierto, hoy vemos al frente de muchas empresas y en cargos públicos de importancia a bastantes mujeres, pero comparativamente con los hombres su posición sigue siendo desigual, sigue siendo desfavorable.
     
    El episodio relatado al principio refleja sin ningún lugar a dudas que en un sinnúmero de naciones las mujeres tienen en los hechos muchos menos derechos que los hombres, a pesar de que las constituciones que rigen sus destinos establecen que el hombre y la mujer son iguales, con las mismas responsabilidades y con igualdad de derechos.
     
    Las reacciones de los caraqueños no son solamente porque se haya subido al pedestal que ocupaba el referido león a una mujer, sino porque se ha elevado a una indígena. Es una discriminación por partida doble.
     
    Muchos de nosotros, mexicanos, que nos decimos orgullosos de nuestro pasado indígena, y que incluso criticamos el desprecio hacia nuestros paisanos en otros países, tratamos con los pies a los indígenas menesterosos que se cruzan en nuestro camino.
     
    ¿Hay acaso alguna diferencia con los caraqueños?
     
     

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