"El ancla de la humildad"

El éxito y la buena fortuna marean constantemente al ser humano. Es rara la persona que se sustrae al sugestivo encanto del logro y del triunfo. La mayoría cae en las apetitosas redes de la fama y los aplausos.

No obstante, la persona de valor no cede a estas tentaciones. Aunque hojas de laurel ciñan sus sienes y todos le extiendan sus parabienes, se conserva humilde y sencillo. Sabe que el éxito no se debe solamente a sus méritos y que la fortuna es demasiado veleidosa, por lo que se mantiene alerta y no permite que la soberbia o ambición nublen su corazón e inteligencia. Por otra parte, la constatación del éxito conseguido pese a sus limitadas fuerzas, lo motiva a ser desprendido y generoso.

La mitología griega ofrece estupendos ejemplos de quienes no supieron conservar los pies en la tierra. El caso de Polícrates es sumamente revelador. Alcanzó el poder y se convirtió en el tirano de la isla de Samos, porque asesinó a uno de sus hermanos y desterró al otro.

En el colmo de su ambición, quiso establecer alianza con Amasis, el rey de Egipto, quien lo conminó a reconocer sus límites, tener cuidado de sus enemigos y ofrecer un tesoro a los dioses, para que no estuvieran celosos de su buena fortuna.

Siguiendo este consejo, Polícrates arrojó al mar como ofrenda un valioso anillo de esmeraldas, pero pronto se arrepintió. Sin embargo, en un pez que le regalaron reencontró el anillo y, arrebatado por su vanidad, lo consideró una señal de contento de los dioses.

Tiempo después, Oroestes, rey de Persia, le propuso una alianza y lo invitó para obsequiarle un tesoro. Inmediatamente acudió, pero Oroestes lo mandó asesinar.

¿Me marean los éxitos? ¿Utilizo el ancla de la humildad?