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@rodolfodiazf
Las murallas de la filosofía académica separan la teoría de la vida y los conceptos de las vivencias. Desde esa atalaya se contempla un paraje árido y rodeado de arenas movedizas. Nada incita a recorrer sistemas doctrinales abstractos e intrincados que permanecen aislados del camino de la vida y amenazan desembocar en un callejón sin salida.
La tarea de la filosofía consiste en mostrar que siempre se encuentra una puerta en lo que parece un callejón sin salida, como escribió Antonio Machado en Juan de Mairena: “Decía mi maestro: pensar es deambular de calle en calleja, de calleja en callejón, hasta dar en un callejón sin salida. Llegados a este callejón pensamos que la gracia estaría en salir de él. Y entonces es cuando se busca la puerta al campo”.
Lo que se requiere, precisamente, es que la filosofía abandone la esterilidad de los claustros, retorne a los pensamientos que le dieron origen y se convierta en una filosofía de la calle, de la experiencia y de la vida.
La filosofía no consiste en un intrincado laberinto de opiniones que no tienen ningún punto de referencia con lo que se experimenta día a día. El pensamiento filosófico debe iluminar la vida cotidiana para encontrar sentido a la existencia. “Vivir sin filosofar es, propiamente, tener los ojos cerrados sin tratar de abrirlos jamás”, dijo Descartes.
El ser humano no puede eximirse de pensar, como expresó José Saramago: “Creo que en la sociedad actual nos falta filosofía. Filosofía como espacio, lugar, método de reflexión, que puede no tener un objetivo concreto, como la ciencia, que avanza para satisfacer objetivos. Nos falta reflexión, pensar, necesitamos el trabajo de pensar, y me parece que, sin ideas, no vamos a ninguna parte”.
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