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"Opinión"

"El cerebro un minuto antes de morir"

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    A lo largo de mi experiencia como mentor, muchos alumnos me han inquirido sobre qué área de la ciencia les recomendaría como futuros científicos. Mi respuesta, casi instantánea y programada, es la neurociencia (el estudio del cerebro).
     
    El cerebro humano es, en cierto sentido, la fuente de todos los problemas sociales: contaminación, guerra, discriminación, pobreza, crimen, reggaetón, etc.
     
    Uno de los descubrimientos más importantes de la neurociencia fue caracterizar las funciones de cada una de las áreas del cerebro, las cuales controlan y regulan el resto de los órganos y sistemas corporales. Asimismo, el cerebro también se encarga de integrar el mundo que percibimos a través de nuestros sentidos, posteriormente procesa y almacena toda esa información, y finalmente la integra a nuestra conciencia, es decir, el “yo”.
     
    A medida que la neurociencia avanza, una pregunta se vuelve cada vez más periódica: ¿Qué pasa con nuestra conciencia cuando morimos?
     
    La muerte es algo de lo que la mayoría de nosotros preferimos dejar fuera de nuestros pensamientos. La noción de dejar de existir es un miedo latente, y es la razón del éxito detrás de las promesas de las religiones mainstream (el reino de dios, nirvana, campos eliseos, valhalla).
     
    Muchas personas que han escapado de las garras de la muerte han reportado vivir una experiencia extracorpórea (salir del cuerpo). Desafortunadamente, esto no es el alma dejando el cuerpo para reunirse con el Creador, sino es el cerebro haciéndote pasar un “trip” sicodélico antes de cruzar la última frontera, lo desconocido.
     
    El cerebro no se “apaga” a la misma velocidad que el resto del cuerpo cuando uno muere, todavía permanece “quemando cinta”. Diversos estudios han encontrado que el cerebro se encuentra en un hiperestado de actividad neural perceptual. Esencialmente, el cerebro sigue proyectando imágenes.
     
    Los últimos 60 segundos de vida de una persona se pueden dividir en tres intervalos. Primero, el cerebro pierde sus funciones superiores, reclamando las características que nos definen como humanos pensantes. 
    Pero hay una luz al final del túnel después de esto. Esta visión se debe a que la sangre deja de llegar al cerebro. Subsecuentemente, el cerebro empieza a recrear un mundo visual que se asemeja a algo parecido a la realidad, el cual es una ilusión, porque realmente estás ciego.
     
    La mayoría de estos Houdinis de la muerte describen esta experiencia como algo no linear, fuera de los límites del tiempo, un lugar sin demarcaciones, libre del tiempo y espacio.
     
    Algunas personas sostienen la idea de que nuestra conciencia no es estrictamente un producto de nuestro cerebro, y que ésta existe separada de la materia. Que la muerte del cuerpo físico no es el fin de nuestra existencia.
     
    Cualquiera que sea el caso, la muerte, así como los misterios de la vida, es un enigma, y solo podemos seguir especulando hasta que nosotros mismos la experimentemos.
     
    Estar conscientes de nuestra mortalidad es enriquecedor porque significa que cada momento, cada día, y cada relación importa. Involucrarse con el mundo y con otros seres vivos brinda sentido y propósito. Cada uno de nosotros es único en este mundo, tanto geográfica, cronológica, como históricamente. Nuestros genes y conexiones no pueden ser duplicados, somos individuos afortunados porque tenemos percepción de nuestra propia mortalidad y lo que significa estar vivo.
     
    La vida no es un estado temporal previo al gran show post-mortem, es nuestro proscenio personal en el drama del cosmos, hoy y ahora. De cada uno de nosotros depende qué historia será contada sobre el escenario. 
     

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