Una falsa religiosidad consiste en cumplir con los actos rituales, pero descuidando los deberes de misericordia y justicia para con el prójimo. Muchos pasajes de la Biblia reprueban esta distorsión de la espiritualidad.
“No explotarás al jornalero humilde y pobre, ya sea uno de tus hermanos o un forastero que resida en tus ciudades. Le darás cada día su salario, sin dejar que el sol se ponga sobre esta deuda; porque es pobre, y para vivir necesita de su salario”, señala el libro del Deuteronomio (24,14-15).
El Papa Francisco, en el mensaje que envió para la II Jornada Mundial de los Pobres, subrayó que en el versículo 7 del Salmo 34 se lee: “Este pobre gritó y el Señor lo escuchó”. De este texto, se desprenden tres verbos que ejemplifican la actitud del pobre y su relación con Dios.
“Ante todo, “gritar”... ¿Qué expresa el grito del pobre si no es su sufrimiento y soledad, su desilusión y esperanza? Podemos preguntarnos: ¿cómo es que este grito, que sube hasta la presencia de Dios, no alcanza a llegar a nuestros oídos, dejándonos indiferentes e impasibles?.. A menudo me temo que tantas iniciativas, aunque de suyo meritorias y necesarias, estén dirigidas más a complacernos a nosotros mismos que a acoger el clamor del pobre.
“El segundo verbo es “responder”... La solicitud de los creyentes no puede limitarse a una forma de asistencia – que es necesaria y providencial en un primer momento –, sino que exige esa «atención amante».
“El tercer verbo es “liberar”. El pobre de la Biblia vive con la certeza de que Dios interviene en su favor para restituirle dignidad. La pobreza no es buscada, sino creada por el egoísmo, el orgullo, la avaricia y la injusticia”.
¿Escucho y atiendo el grito del pobre?
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