"El lenguaje universal"

No es placentero toparse con personas hoscas, antipáticas y hurañas. A personas así, prácticamente se les saca la vuelta. Encontrarse con alguien amargado, pesimista y engreído es como pretender obtener agua de un pozo seco.

 

En cambio, la relación con personas cordiales, amistosas y amables es casi como estar en el paraíso. Sus gestos son empáticos, armónicos y estables. No importa tanto lo que digan, sino el cómo lo dicen. Su cortesía derriba cualquier muralla y frontera. Su bondad y parsimonia permiten salvar todos los precipicios y abismos. Su conversación es cantarín arroyuelo, no tumultuoso torrente.

 

No estamos, de ninguna manera, idealizando ni mitificando la amabilidad. Ser amable no implica no disentir cuando es necesario. La asertividad no está reñida con el buen trato. Pero, es claro, como afirma la Escritura, que “la boca amable multiplica los amigos; la lengua que habla bien multiplica las afabilidades” (Eclesiastés, 6,5).

 

Ser amable no equivale a ser permisivo ni hacerse de la vista gorda ante las fallas, errores y falta de congruencia. Si se debe corregir algo se corrige, pero con tacto, caridad, mansedumbre y misericordia. Y, sobre todo, evitando herir, resaltar y exhibir la corrección hecha. Amable significa digno de ser amado.

 

Lo importante no es manifestar el poder despótico, soberbio y presuntuoso de quien corrige; lo fundamental es mostrar el poder de acercar y no de alejar o aislar a quien se corrige. Es más grande el lenguaje de la amabilidad que cualquier vara de severidad. Como dijo San Juan de la Cruz: “donde no hay amor, ponga amor, y sacará amor”.

 

La amabilidad es un lenguaje universal mediante el cual todos podemos entendernos, expresó Mark Twain: “es el lenguaje que los sordos pueden oír y los ciegos ver”.

 

¿Soy amable y servicial? ¿Acerco o alejo?

 

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@rodolfodiazf