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"Opinión"

"El oxímetro moral"

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    pabloayala2070@gmail.com

    Por favor haga la prueba. Entre a cualquier portal digital de noticias, compras o deportes, y vea si al final de la página se encuentra con algunos títulos como estos: “Vea cómo quedó Britney Spears después de la cirugía plástica que casi le quitaba la vida...”; “No creerá la manera en que ahora vive el galán hollywoodense más cotizado en los 80’s...”; “Después de 25 operaciones para reconstruirle la pierna que le había arrancado un tiburón, continúa surfeando en las playas australianas...”; “Así quedó esta casa rodante después de haber sido engullida por un enorme tornado...”.

    ¿Por qué lo sangriento, terrorífico o salvajemente peligroso se vuelve noticia? ¿Por qué las notas escandalosas hipnotizan y atraen la atención de tanta gente?
    A decir del filósofo James Q. Wilson, existen dos posibles respuestas: describen situaciones inusuales y refieren hechos que nos resultan chocantes. Piénselo con calma y verá que Wilson no está nada errado.

    Si nuestra sociedad fuera una donde todos viviéramos luchando a vida o muerte los unos contra los otros, una tregua de compasión, solidaridad, ayuda mutua o responsabilidad se volverían cabeza de nota por resultar algo inusual, inédito.

    Seguramente usted dirá que vivimos en un entorno donde todos nos picamos los ojos, pero eso es muy distinto a vivir en un contexto donde todos estamos dispuestos a matar a quien se nos cruce por enfrente, como lo hicieron los nazis contra los judíos, el ejército norteamericano contra los apaches o los hutus contra los tutsis. Con sus más y sus menos, nuestra sociedad, en lo general, mantiene una serie de reglas que nos permiten vivir medianamente tranquilos siempre y cuando no metamos la nariz donde no nos llaman o donde sabemos que el horno no está para bollos.

    Y si bien es cierto nuestra sociedad es extremadamente apática e indiferente al dolor o la mala fortuna de los demás, llegado el momento sentimos una cierta dosis de aversión hacia aquello que nos parece inhumano. Basta con ver a Nicolás Maduro hablando de los logros sociales obtenidos en su gobierno, a Hugo López-Gatell asegurando que la estrategia seguida para controlar la pandemia fue la correcta o a un fulano incendiando a un perro callejero, para que de manera inmediata se nos descomponga el gesto, debido a que la inhumanidad nos resulta ingrata.

    Por ello, cada vez que bajamos la guardia de la sensibilidad moral, los oportunistas hacen acto de presencia poniendo frente a nuestras narices notas inusuales y revulsivas porque siempre venden. Son un gancho muy eficaz para hipnotizarnos con tonterías que además de llevarnos a meter la mano en nuestro bolsillo, nos distraen de las cosas realmente importantes.

    Debido a los beneficios que a nivel personal y social se desprenden del cultivo de nuestra sensibilidad moral, el interés en el tema continúa sumando adeptos. Me explico.

    El encierro derivado de la pandemia ha provocado en algunas personas una inestabilidad emocional que terminó por convertirse en depresión, angustia, rabia o una desesperación tal, que les lleva a realizar actos tan estúpidos como ingresar a espacios públicos sin usar el cubrebocas, pasear por un centro comercial para perder el tiempo o permitirle a una hija que se baje del coche que iba en caravana para abrazar y besar a una amiga que cumplió 14 años.

    Dado que estas situaciones se han vuelto cosa de todos los días, muchos empleadores han desarrollado una serie de programas formativos que no tienen nada que ver con cuestiones técnicas, sino con “herramientas” que permiten a los trabajadores controlar sus emociones, organizar unas rutinas de vida más saludables, desarrollar el aprecio por un hobbie, etcétera.

    Lo mismo ha sucedido en muchas escuelas. Además de los temas que se abordan en las clases, algunos docentes y familias voluntarias, han incorporado una serie de temáticas que contribuyen al bienestar integral del estudiantado, con tópicos como el manejo del tiempo, habilidades para hacer búsquedas digitales productivas, el aprendizaje de un nuevo idioma, la identificación de situaciones de riesgo cuando se navega en la red, el establecimiento de relaciones significativas en la virtualidad y un largo etcétera que ayuda al estudiantado a lidiar con las muchas horas de encierro sin enloquecer.

    Esta decisión tomada por empleadores y docentes, en buena medida, es resultado de su sensibilidad moral, es decir, de esa disposición innata que, en menor o mayor medida, compartimos todas las personas y nos permite ponernos en el lugar de los demás, reconocernos como seres vulnerables, frágiles, temerosos, presas de la injusticia o de la falta de consideración ajena.

    Vista como condición innata o como una capacidad educable desde la casa o las aulas, la sensibilidad moral nos permite caminar y decidir por la vida sin necesidad de haber leído las obras completas de Aristóteles, Platón, Santo Tomás o Immanuel Kant. Del mismo modo que lo hace un termómetro o un oxímetro, la sensibilidad moral pone en marcha el conjunto de sentimientos que más adelante nos permitirán describir con palabras aquello que nos resulta injusto, irresponsable, desleal, ingrato, reprochable, innoble, deleznable, en suma, inhumano.

    Y así como resulta de gran utilidad en el terreno de la ética, esta forma de sensibilidad también se relaciona con la cordura. Seguramente usted conocerá a alguien que, aun en estos días de luto (por las muertes a causa de la pandemia, el narco, las provocadas por la violencia de género, las del sismo de 2017), aprovecha cualquier pretexto para festejar.

    Quien es capaz de esto sin darse cuenta que celebrar en estos días puede entenderse como una acción insolidaria, además de poca estatura moral, está muy cerca de convertirse en un loco de atar.

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