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"Opinión"

"El panismo crítico ante la derrota"

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    ‘Prescindimos de los nuestros, creímos que la resta de los nuestros se compensaba con la suma de los otros, permitimos que unos cuantos se apoderaran de todo, volteamos a otra parte mientras los menos atropellaban a los más...”
     
     
     
     

    Sé que el título podrá parecer un exceso. Un acto de adulación y si vamos al exceso del exceso, un guiño mediático, pero estamos lejos de eso y el PAN sufre de extravío moral, político e ideológico, cuando está sufriendo los estragos de las malas decisiones que tomaron sus dirigentes de ayer, y que terminaron por convertirlo en una entelequia puesta en venta al mejor postor.
     
    Y dicho esto, no puedo menos que recordar a panistas congruentes y decentes que creyeron en el proyecto democristiano hasta el último momento de sus vidas: Alejandro Avilés, Manuel Clouthier o Héctor Estrada, entre muchos otros, más anónimos.
     
    Ahora, con la derrota encima y un futuro incierto al menos en el mediano plazo, cuando las alforjas presupuestales se irán vaciando y los cargos públicos se vuelvan inalcanzables, sólo los más doctrinarios se sostendrán a flote y serán ellos los que al final, quienes decidan qué hacer para sostener el barco blanquiazul navegando en las aguas de la esperanza lopezobradorista. No es nada fácil. Hay quienes calculan que aun siendo un partido de la chiquillada algo bueno se le puede todavía sacar algo. Es la naturaleza de los partidos chiquitos que tienen dueños y son los verdaderos usufructuarios de lo poquito en tanto pasa el vendaval.
     
    Es el caso de Sebastián Zamudio, que, en un acto de dignidad personal, debiera entregar su renuncia, pero decide quedarse en el cargo en medio de la rechifla y la descalificación de sus correligionarios.
     
    ¿Dónde va a ganar un sueldo de dirigente estatal? Y ahí está, sin hacer siquiera un balance objetivo de lo sucedido con el PAN, aquel 1 de julio, que le abra una ruta hacia la recuperación en 2021.
     
    Entonces, se trata de medrar con lo poco, con las migajas del poder, con el buen sueldo cada quincena. Y ahí estará con sus compañeros de viaje sin pena ni gloria. Pero que este grupo que Roberto Cruz define como “los 12 traidores” no haga lo propio luego de la derrota, no significa que todos los panistas, estén en el pasmo poselectoral, hay quienes están muy preocupados por el futuro de su partido.
     
    Y un ejemplo es la experiencia que viví junto con unas decenas de panistas a principios de mes. Una mañana recibí la invitación para moderar una conferencia que ofrecería Carlos Castillo López, hijo del ya desaparecido ideólogo Carlos Castillo Peraza, y presidente de la Fundación Rafael Preciado, a quien no conocía, pero al ser quien preside tan prestigiada institución, acepté sin otro interés que escuchar las palabras de un millennial con aspecto hípster.
     
    La verdad me sorprendió la inteligencia de Carlos y su compromiso con la reflexión y crítica severa, no se podía pedir menos siendo de formación filosófica, como su padre, y conociendo sobre todo el corazón y los intestinos de su partido.
     
    Obviamente su exposición detenida y puntual de lo sucedido tenía un objetivo que lo sintetizó en una frase: La historia del PAN, bien merece otras batallas. Quizá, no por su gran derrota sino por su historia, la de su padre y compañeros, pero también de una pléyade de políticos que se formaron en los debates que sostuvo el PAN cuando todavía no era un partido cosechando votos y cargos, sino fuertemente comprometido con la doctrina del “bien común” y que Soledad Loaeza, quizá su mayor biógrafa, registra en sus trabajos académicos.
     
    ¿Pero de qué habló el joven Castillo López que tituló su conferencia con tres interrogantes?: ¿Qué nos pasó, dónde estamos y a dónde vamos?
     
    La primera respuesta se resume en una palabra ubicua, contundente y aguda: “¡Basta!, de que la política pierda su capacidad de ser solucionadora de conflictos comunes para ser privilegio de unos cuantos que la secuestran y la usan para sus intereses personales, grupales, partidistas: intereses, en ocasiones que rayan o caen flagrantemente en la ilegalidad”, más aún, ante la actitud cerrada de sus dirigentes: “todo menos ese partido cerrado, distante, que canibaliza a sus propios militantes, que sacrifica a todo aquel que opaque el brillo tenue y desgastado de un grupo gris, más cercanos al cártel que a la organización que vela y asume como propias las causas de la ciudadanía”.
     
    La segunda pregunta encuentra como respuesta, ya no solo la palabra ubicua, sino un principio político deleznable: el fin justifica los medios”. Y en esa decisión perdimos la ética, perdimos la altura moral, perdimos la capacidad de ser distintos... En esa decisión el PAN perdió su esencia, y perder la esencia es perderlo todo... Y eso fue lo que nos pasó: nos volvimos la copia barata de otros porque vimos en el actuar de los otros una forma fácil de hacer política”.
     
    Y en cuanto a las alianzas, Castillo López sostiene una tesis discutible en un tiempo de fragmentación del voto: “Eso fue lo que nos pasó: prescindimos de los nuestros, creímos que la resta de los nuestros se compensaba con la suma de los otros, permitimos que unos cuantos se apoderaran de todo, volteamos a otra parte mientras los menos atropellaban a los más... y perdimos todo, o casi todo”.
     
    Finalmente, la interrogante de futuro, ¿a dónde vamos?, a la que hoy buscan respuesta muchos de los panistas “atropellados”, incluso quienes también buscan seguir obteniendo lo mismo en aguas revueltas: Estamos, dice Castillo López, “ante un futuro Presidente y un partido absolutamente legítimos, que ganaron en las urnas, que gozaron el voto libre de la ciudadanía”. Y aquí alerta de los riesgos que existen de que la “legitimidad obtenida en las urnas empiece a mermar la arquitectura democrática”.
     
    Un planteamiento polémico por dos razones: existen instituciones que son contrapeso a los excesos del poder y, sobre todo, el rol que jugó y jugará la sociedad organizada que desde antes de la asunción al poder está reaccionando ante propuestas que tocan sus fibras sensibles. Ahí está, el “perdón” que es rechazado por los familiares de las víctimas de la violencia o ese mismo perdón llevado a funcionarios que se han enriquecido con contratos a su favor para hacerse de beneficios personales. Y así.
     
    En definitiva, la conferencia de Castillo López puso el dedo en la llaga, pero no se quedó en el diagnóstico, en el señalamiento y menos cayó en la diatriba, propone una serie de decisiones que reencaucen el barco blanquiazul y pone especial énfasis en el federalismo, y utilizando una idea de Ortega y Gasset invita: cuando los centros fallan, toca a las periferias tomar el relevo. 
     
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