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"Opinión"

"El Pastor incómodo"

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10/12/2019

    Roberto Blancarte

    roberto.blancarte@milenio.com

     

    No es la primera vez que un Presidente de la República tiene a algún consejero religioso. Fue el caso con Vicente Fox, con Felipe Calderón y, por razones políticas más que espirituales, también de Enrique Peña Nieto.

    Pero en ninguno de esos ejemplos la cercanía del dirigente religioso con el Presidente se había convertido en un problema para el gobierno en turno y para el propio Mandatario. Y a pesar de que llevamos 12 meses de una gestión gubernamental marcada por mensajes donde se ha mezclado lo político y lo religioso, al parecer el protagonismo de un liderazgo en particular ha rebasado por la derecha a la propia 4T. Al grado que ya se tuvo que llegar a los desmentidos oficiales para desautorizar lo que se presentaba como un esfuerzo concertado para evangelizar, desde el gobierno, al pueblo de México.

    El asunto estalló cuando el ya conocido Pastor Arturo Farela dijo que el programa “Jóvenes construyendo el futuro” era “una oportunidad maravillosa para las iglesias” y afirmó que “el plan del Gobierno federal” era que a todos estos jóvenes se les predique el Evangelio “se les instruya durante una hora [diaria] la palabra de Dios”.

    Entrevistado al respecto (ver Proceso del 5-12-19), el Pastor señaló que Confraternice, la institución que él dirige, ha incorporado a unos 7 mil jóvenes a dicho programa y reiteró: “a todos ellos les estamos inculcando valores morales, valiéndonos principalmente de la Cartilla moral, pero también de pasajes bíblicos”.

    En suma, que el Pastor hizo explícito lo que ya se suponía iba a suceder cuando el Presidente de la República aceptó que algunas Iglesias evangélicas distribuyeran la Cartilla moral de Alfonso Reyes, es decir que no se limitarían a entregarla, sino que la complementarían con mensajes religiosos, bíblicos específicamente. Lo que convertía dicho esfuerzo gubernamental en una actividad proselitista en favor de una religión en particular.

    Además de romper con un principio básico de equidad, al promover con recursos públicos las actividades de una religión en particular. Esa posibilidad de utilizar los impuestos de todos nosotros y la estructura del aparato gubernamental para hacer proselitismo y difundir su visión del mundo, es a lo que Farela se refiere con lo de “una oportunidad maravillosa para las Iglesias”.

    Nada más que esta vez Farela se pasó, pues puso al descubierto el carácter religioso del proyecto gubernamental, al querer jalar demasiada agua para su molino.

    Es obvio que el Pastor se ha querido aprovechar de la cercanía presidencial y ha estirado la liga, presentándose como un cuasi-gestor gubernamental, empujando al máximo sus pretensiones de expansión evangélica, lo que es resentido principalmente por los más importantes liderazgos protestantes y cristianos en general. Y obligó al Gobierno, a través de la Secretaría del Trabajo, a emitir un puntual desmentido, que esencialmente desconoce y por lo tanto desautoriza lo dicho por el Pastor.

    Pero hay algo más: Farela se convirtió en “el Pastor incómodo” de la 4T, no sólo por su ambición e imprudencia, sino porque el liderazgo del Presidente también pretende ser espiritual. Y allí no puede haber competencia.

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