En el transcurso de nuestra vida, todos afrontamos infinidad de problemas. No tiene nada de raro, extraño ni novedoso; los problemas proporcionan sal y pimienta a la cotidiana existencia. Si todo fuera tranquilidad, quietud y felicidad, nuestra vida se tornaría predecible, monótona y aburrida.
Los problemas no son obstáculos insalvables, están ante nosotros para que los disolvamos y concedamos provechosa solución. Es más, no son prolongados ni perpetuos, lo lamentable es que nosotros los eternizamos y tornamos pesados al no decidirnos a darles pronta resolución. En vez de ocuparnos de ellos, los complicamos con inútiles, absurdas y estériles preocupaciones. Es decir, en lugar de soltarlos inmediatamente, los volvemos engorrosos y pesados.
Cierto día, en una sesión grupal, una psicóloga levantó un vaso de agua. En lugar de preguntar a los alumnos si el vaso estaba lleno o medio vacío, les dijo: ¿Cuánto pesa este vaso?
Las respuestas de los componentes del grupo variaron entre 200 y 250 gramos. Pero la psicóloga respondió: El peso absoluto no es importante, sino el percibido, porque dependerá de cuánto tiempo sostengo el vaso:
Si lo sostengo durante 1 minuto, no es problema. Si lo sostengo 1 hora, me dolerá el brazo. Si lo sostengo 1 día, mi brazo se entumecerá y paralizará. El vaso no cambia, pero cuanto más tiempo lo sujeto, más pesado y más difícil de soportar se vuelve.
Después continuó diciendo: Las preocupaciones son como el vaso de agua. Si piensas en ellas un rato, no pasa nada. Si piensas en ellas un poco más empiezan a doler y si piensas en ellas todo el día, acabas sintiéndote paralizado e incapaz de hacer nada.
¡Hay que acordarse de soltar el vaso!
¿Suelto mis preocupaciones? ¿Las torno una carga absurda, pesada y difícil de llevar?
rfonseca@noroeste.com
@rodolfodiazf
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