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"Opinión"

"El resbaladero"

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    A quienes viven de la política
     
    Un resbaladero, resbaladilla, tobogán o deslizadero son la misma cosa. Son juguetes, divertidísimos, instalados en los parques públicos y uno que otro jardín de patio. 
     
    Por donde se les vea representan un desafío; una vez pisado el último peldaño de su escalera, no hay más remedio que dejarse llevar esperando que nadie se interponga al final del brevísimo trayecto.
     
    Poca, pero hay variedad. Algunos tienen la pendiente ondulada, otros son en forma de caracol, cortos o muy largos con la pendiente inclinada y un final distante del suelo. Mis favoritos eran los caracoleados y los altos y largos, ya que ahí podía deslizarme junto con mis amiguetes y hacer atrocidad y media en el fugacísimo trayecto. 
     
    Como los “subibaja” (balancín en algunas regiones), los resbaladeros son la evidencia más divertida e irrefutable de que la gravedad existe. Quien se atreve a desafiarlos, de una manera u otra, terminará en el suelo.
     
    Traigo este recuerdo a cuento, porque la metáfora de la pendiente resbaladiza, nos permite comprender de una manera rápida y clara una de las muchas razones por las cuales actuamos en contra de nuestros principios éticos.
     
    Dada la influencia que ejerce en nosotros actuar conforme a los dictados de una moral resbaladiza, vale la pena dedicar un poco de tiempo a pensar en torno a algunas de las formas en que ésta se deja sentir en el día a día. Van unos cuantos ejemplos.
     
    Imagine que usted no soporta a la gente mentirosa. Ahora imagine que durante las dos últimas semanas alguien de su equipo de trabajo ha estado llegando 15 o 20 minutos después de la hora de entrada. Dado que le obsesiona la puntualidad, pregunta a la persona qué ha estado sucediendo, y en la respuesta detecta la presencia de una mentirilla, que deja pasar. 
     
    Transcurridos cuatro meses, la misma persona no se presenta a una reunión muy importante; gracias a un correo usted se entera de que “tuvo un problemita personal”. De nuevo, algo le hace pensar que la persona miente; otra vez deja pasar el hecho. A los seis meses, la misma persona riñe con un cliente, justamente por algo que tiene que ver con una mentira; el pleito termina después de muchas reuniones y un cliente menos. 
     
    Ahora imagine que no se relaciona del todo bien con la gente “llevada”. Un día, conversando con un grupo de amig@s, esta persona le hace una broma de muy mal gusto, ante la cual, por prudencia, usted no responde. Al tiempo, en otra reunión, esta misma persona se pone a su lado, colocándole la mano en el hombro durante todo el tiempo que dura la charla; tampoco esta vez usted reacciona. En una siguiente ocasión, esta misma persona le saluda dándole un golpe en la espalda, y al mes con una nalgada.
     
    Ahora imagine que imparte una clase de Ética o Responsabilidad Social en una universidad, y durante el primer examen parcial uno de sus estudiantes decide copiar una respuesta a una compañera; dado que lo sorprende in fraganti, le llama la atención y le advierte que no lo vuelva hacer. En otra clase ese mismo estudiante, buscando asegurar una buena nota compra las respuestas del examen final de curso. Dado que ya encontró un modo fácil de obtener notas altas sin esfuerzo, el estudiante se alía con otro para hackear la computadora de un profesor y modificar la nota final. 
     
    Por último, imagine que usted, afamado por una reputación intachable, trabaja en una empresa donde uno de los cajeros hace robos hormiga. Esta persona al verse descubierta por usted, le dice que se encuentra en un apuro familiar y que por favor guarde el secreto porque, además de que repondrá el dinero, la situación jamás volverá a suceder. Al poco tiempo, se entera que esa misma persona, ocasionalmente altera facturas, sin que sus jefes se enteren. Al año, la casualidad se empeñó en que usted descubriera de nuevo al personaje, pero esta vez pactando con un proveedor unas condiciones de facturación desconocidas por la dirección general de la empresa.
     
    ¿Qué tienen en común estas cuatro historias? Más allá de los contextos, ideologías, preferencias o edades de los protagonistas, las historias reflejan la manera en que la pendiente resbaladiza se hace presente en nuestras vidas.
     
    Aunque son muchos los eticistas que han hablado al respecto, por su claridad y sencillez, me gustó mucho la manera en que Íñigo Álvarez en un artículo sobre eutanasia, describe la manera en que opera la lógica de la pendiente resbaladiza:
     
    “Aunque haya buenas razones para hacer A, ciertamente no se debe hacer porque si hacemos A esto provocará que acabemos haciendo B (que es algo diferente a A), y si se hace B esto acabará provocando que se acabe haciendo C (que también es ligeramente distinto a B), y así sucesivamente hasta llegar al punto en que se haga Z, que habrá sido provocado por Y, X, W, etc. y, en definitiva, por A. Puesto que Z es algo rechazable, inaceptable, injustificable y puesto que se ha llegado a ello a causa de haber hecho A, la conclusión es que si no se quiere hacer Z debe evitarse hacer A. Porque aunque Z sea inaceptable, no podremos evitarlo porque habremos aceptado hacer Y, que a su vez no podremos evitar porque previamente habremos hecho A. En conclusión, para evitar Z debemos evitar A, porque si es fácil evitar A, no lo es en cambio evitar los siguientes estadios [...], por eso justamente, porque se trata de una pendiente resbaladiza”.
     
    La pendiente puede manifestarse tanto en los actores de la falta, como en todos aquellos que permiten que ésta se lleve a cabo. Como vimos en uno de los ejemplos, la persona inició con un robo pequeño, y en la medida que sus límites morales se iban deslizando hacia el suelo, tuvo el arrojo de cometer un fraude mucho más grave. Lo mismo aplica para quien lo permite; se comienza tolerando una situación “sin importancia”, para luego atestiguar algunas situaciones inaceptables, donde lo mejor es correr para no ser arrastrado por la ola de consecuencias.
    Los factores que acentúan el declive de la pendiente son variados; van desde un marco legal poroso, una supervisión deficiente, la apatía o pereza de llevar a cabo la tramitología para sancionar situaciones “irrelevantes”, hasta la falta de sensibilidad u olfato ético.
     
    Llévelo al ámbito que desee y verá que la pendiente resbaladiza, por acción u omisión, nos puede llevar hacia un espacio en el que jamás hubiéramos querido o imaginado estar. Sobre los efectos sociales de ello, le hablaré en otro momento.
     
    @pabloayalae 

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