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"Desde la Calle"

"Entendiendo al policía en Sinaloa"

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DESDE LA CALLE

    Rubén es uno de los casi 4 mil agentes en Sinaloa que no aprobó el examen de control de confianza. Habla de ello sin mucha preocupación, entre risas, pero también cuenta sobre sus planes para seguir preparándose y avanzar en su carrera como agente de la policía del estado. 
     
    Con un vaso de agua de jamaica en la mano (no aceptó la cerveza, porque estaba en horario de trabajo), relata sin enfado las historias que un agente no puede contar a la prensa; por ejemplo, aquella vez cuando los jefes los enviaron a cambiar dólares para un “patrón”, o cuando estaban “calentando” a un joven que confesó un delito diferente al que le imputaban, entonces lo entregaron al grupo del crimen organizado al que debía cuentas. 
     
    Estas no son anécdotas nuevas, los amigos, familiares de policías, personal que trabaja en las corporaciones, y otros cercanos, las conocen bien. Aunque no aparecen en los discursos públicos, éstas suceden. Las policías locales, como muchos otros actores en Sinaloa, se encuentran expuestos en la red de violencia que nos implica a todos. 
     
    En las notas de prensa, aparecen las víctimas que los acusan de ser los principales ejecutores de “levantones”, las cifras oficiales dan cuenta de 767 investigaciones por casos de tortura en las que participaron agentes del orden, y los videos los exponen huyendo ante la presencia de supuestos sicarios. Los policías se presentan como victimarios en un escenario donde cada vez es más complejo definir a los buenos y a los malos.
     
    “Yo tengo que seguir órdenes”, me aclara. “Si esto no cambia desde arriba nosotros nada podemos hacer”. Y Rubén tiene cierta razón, porque en la banalidad del mal los policías se han convertido en piezas similares a los peones de ajedrez; asumen gran parte de los riegos y también de los costos, llevan a cabo prácticas violentas en las que se despersonalizan, porque deben obedecer. No es casualidad que sume a más de 5 mil el déficit de policías estatales y municipales. 
     
    Pero, ¿cómo entender al policía como sujeto violento que acciona a partir de una estructura institucional, pero también que toma decisiones y tiene responsabilidad sobre su actuación?
    En los dos extremos respecto a la responsabilidad individual y la justificación que otorgamos a nuestras acciones, Wieviorka, invita a identificar al “anti sujeto” y diferenciarlo del “no sujeto” (que actúa por motivaciones puramente agresivas). El primero, aunque actúa con violencia no se cree responsable o se justifica a través de sus circunstancias. Los policías, como anti sujeto, son similares a otros que participan de la violencia en nuestro estado y que tienen además explicaciones para sus actos: el comerciante al que robaron y se proporciona a sí mismo justicia, el joven que creció en un pequeño poblado sin oportunidades y se dedicó al narcotráfico, el empresario que recibe dinero que proviene de actividades ilícitas y considera que hace “lo que todos”, el funcionario corrupto que recibía órdenes y sólo cuidaba su trabajo.
    No obstante, a que la situación bajo la que trabajan las policías en Sinaloa es prácticamente de dominio público, las críticas en la prensa, las propuestas públicas, y las opiniones ciudadanas comúnmente hablan de “corregir” a los agentes. Pocas veces se habla de estudiar con profundidad el problema, y así plantear cambios institucionales. Tampoco se menciona la responsabilidad de otros actores que participan.
     
    Esta semana, por ejemplo, la CANIRAC hizo un llamado a las autoridades para exigirles que “la seguridad que brinden esté al alcance de la iniciativa privada”. La demanda de los empresarios es justa, no obstante, también hay que señalar su poco involucramiento en la búsqueda de soluciones a un problema que es más complejo y las soluciones no son tan simples como que “manden más policías”. Las acciones desde la iniciativa privada en Sinaloa han sido mínimas; se han limitado a organizar campañas de comunicación para cambiar la percepción sobre los cuerpos de policía y otorgar donativos para los agentes.  
     
    Cuando entendamos la violencia como una construcción social, y asumamos las participaciones individuales, dejaremos de señalar a los narcos y a los policías como los únicos villanos, y comenzaremos a dialogar para construir paz.
     

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