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"Opinión"

"Funcionarios ‘gansito’"

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15/02/2019

    Joel Díaz Fonseca

    En México se califica como “patito” a las instituciones educativas que carecen de registro oficial, o que tienen una muy deficiente enseñanza.
     
    Por extensión, el término “patito” se aplica a toda persona o institución que falsea información al referir sus logros académicos o su desempeño laboral.
     
    Atendiendo a la expresión “me canso, ganso”, dicha en diversas ocasiones por el Presidente Andrés Manuel López Obrador, vale calificar como universidades, escuelas o funcionarios “gansito” a los que se ostentan como lo que no son y carecen de reconocimiento oficial.
     
    Esteban Moctezuma Barragán, Secretario de Educación Pública, reconoció hace unos días que ha incurrido en falsedad al ostentarse como Licenciado en Derecho por la Universidad Nacional Autónoma de México, cuando la realidad es que no se ha titulado porque debe aún algunas materias.
     
    Ante esta situación, diversos medios de comunicación se han referido a Moctezuma Barragán como el “secretario patito”, que en términos de la 4T, con aquello de “me canso, ganso”, equivaldría a “secretario gansito”.
     
    Moctezuma Barragán no es el primer caso de un funcionario público que hace ostentación ilegítima de un título académico. En julio del año pasado la Secretaría de la Función Pública interpuso 21 denuncias penales ante la Procuraduría General de la República y 11 más por usurpación de profesión, contra 32 servidores públicos que entregaron cédulas y títulos profesionales falsos.
     
    ¿Y quién no recuerda el caso de Fausto Alzati Araiza, quien fue Secretario de Educación en el gobierno de Ernesto Zedillo?
     
    Falzati, como se le denominó luego de que se conoció que firmó documentos con el título de doctor sin haber realizado los trámites correspondientes para la obtención de dicho grado académico en la Universidad de Harvard, fue cesado “ipso facto” por el Presidente. Permaneció menos de dos meses en el cargo.
     
    Que se falseen documentos oficiales o que se inventen títulos que no se tienen no es el problema, porque a final de cuentas lo que importa es que los funcionarios tengan la capacidad y el espíritu de servicio necesarios para desempeñar con eficiencia el cargo que se les encomienda.
     
    Pueden tapizar las paredes de sus despachos u oficinas con diplomas y hasta con títulos falsos, pero no pasará de ser una mera decoración si carecen de lo necesario para servir a la sociedad desde el puesto en el que se les ha colocado.
     
    El problema es el engaño. ¿Qué garantía puede haber de que un funcionario que no tiene empacho en mentir sobre supuestos logros académicos, se vaya a desempeñar con honestidad y transparencia en el cargo?
     
    Por supuesto que no hay ninguna garantía. El 99 por ciento de los “servidores públicos” (con títulos oficiales o sin ellos) roban, dilapidan y desvían cantidades impresionantes de recursos, porque esa es la usanza.
     
    Puede decirse que un buen número de ellos llegan con muy buenas intenciones, pero terminan siendo absorbidos por el sistema. Dejan de lado sus ideales y principios, y se adaptan a los usos y costumbres de quienes han hecho del servicio público una manera fácil de enriquecerse, ilegítimamente por supuesto.
     
    Que se inventen diplomados, maestrías y hasta doctorados es el menor de los problemas. Lo preocupante es que nos den gato por liebre o, peor aún, que se designe a personas que no tienen la formación, la vocación ni las aptitudes para desempeñar cargos específicos en la administración pública.
     
    Es como si al estar pegando “barajitas” en un álbum, se fueran colocando estas en donde le viene en gana a quien lo está llenando, no en el sitio que les corresponde.
     
    Se ha pervertido el sentido del servicio público. Las dependencias se adaptan a la persona que ha sido designada, y no al revés, que sería lo correcto. Y esto no es privativo del gobierno federal, ocurre igual en los gobiernos de los estados y en los municipios.
     
    Se han convertido los gobiernos en agencias de colocaciones. Se coloca a los amigos, colaboradores y hasta socios en los puestos en los que puedan servirse y servir al proyecto de quien los pone.
     
    Se llega incluso al extremo de crear dependencias si las que existen no alcanzan para colocar a toda la gente a la que se le prometió un puesto en el gobierno.
     
    Por eso abundan los “todólogos” y los “mil usos” en los diferentes niveles de gobierno, sin vocación de servicio ni ética, con la única consigna de acatar todo lo que disponga quien los colocó ahí, sobre todo si son “funcionarios gansito”.
     

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