Editorial
El discurso del Presidente Andrés Manuel López Obrador parece una charla sin fin, un alegato interminable, que no solo resuena como un ruido incesante y perpetuo, sino tan ruidoso que no deja escuchar ninguna otra voz.
A través de “La Mañanera” el Presidente habla de cualquier tema, el problema es que solo sus temas y su voz se escucha, después de que él habla, su tema se convierte en la obligada noticia del día.
Pero toda voz, todo discurso necesita una caja de resonancia, un medio a través del cual el que dicta se hace escuchar por sus oyentes y en este caso el conducto son los medios de comunicación que observamos presentes en “La Mañanera”.
Pocos saben, pero todos los días antes de las cinco de la mañana, una fila de periodistas se forma para entrar en Palacio Nacional a ocupar sus espacios en el recinto donde ocurre el discurso matutino del Mandatario, que comienza a las 07:00 horas.
Los que llegan más temprano son los que ocupan la primera fila de asientos, los mejores sitios para que el Presidente pueda permitirles hacer una pregunta, así que entre más temprano llegas, más posibilidades tienes de preguntar.
El asunto es que casi siempre son los mismos, periodistas que viven para levantarse temprano y hacer las preguntas que hacen feliz al Mandatario.
La mayoría de estos periodistas ni siquiera ejercían como periodistas antes de la 4T, llegaron con el tsunami y se acomodaron a las exigencias de un Presidente al que no le gusta la crítica ni las preguntas incómodas.
Y si alguien se sale del guión recibe una reprimenda del Presidente en cadena nacional, suficiente castigo como para pensarla la próxima vez que alguien quiera incomodar al tabasqueño.
En México habla el Presidente sobre los temas que le interesan, nadie debe incomodarlo ni cuestionarlo, aún y cuando los temas que le importan al País sean completamente diferentes a su agenda.
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