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"Puerto Viejo"

"Hay que pensar..."

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    Dentro de la clasificación de los países menos corruptos a nivel mundial, encontramos a Holanda, ocupando el octavo sitio, según lo afirma el organismo no gubernamental, Transparencia Internacional.
     
    La pequeña nación conocida como “El país de las flores”, cuyo distintivo es el exquisito tulipán, también está catalogada dentro del top mundial por la calidad de vida que disfrutan sus ciudadanos, y por supuesto, el nivel escolar de los holandeses es irreprochable.
     
    Otro rasgo interesante de este país, que también se destaca por la fama de sus productos lácteos, es el bajísimo índice de criminalidad, de tal suerte, que actualmente se habla del cierre de prisiones por falta de reos. Obvio, esto obedece a la aplicación estricta de sus leyes y a una eficiente labor en cuanto a la prevención y persecución del delito.
     
    La tierra de los afamados molinos de viento y cuna de personajes célebres como el pintor Vincent van Gogh y el astro del futbol Johan Cruyff, entre otros, también se ha distinguido a nivel mundial por la liberación del consumo de drogas en centros autorizados para el disfrute de los individuos que procuran en ellas, la evasión a sus problemas o el gozo de irrealidades mentales.
     
    Como país con un buen engranaje jurídico que funciona sin los problemas que acarrea el moho de la corrupción, Holanda ha logrado encauzar la inevitable tendencia de un segmento de los lugareños y de los turistas, hacia el gusto por las drogas, especialmente las consideradas como blandas, y para ello, armó todo un andamiaje institucional que incluyó la asistencia médica preventiva y remedial para quien lo necesitara, bajo el criterio de que el consumidor adicto es un enfermo y no un criminal.
     
    En cuanto a la liberación de las drogas, no todo ha sido miel sobre hojuelas para el gobierno holandés en su transitar por poco más de cuatro décadas en este asunto, pero con todo y sus problemas, el círculo consumidor de estimulantes se ha mantenido a la baja y están muy lejos de contabilizar las decenas de miles de muertos que tenemos en nuestro país por la llamada guerra contra el narcotráfico.
     
    Con el propósito principal de mitigar la ola de violencia relacionada con el llamado crimen organizado, desde hace ya varios años, en México se ha querido legalizar el consumo de drogas y la futura administración federal ha puesto el delicado tema en las mesa de las discusiones nacionales, con participación ciudadana, muy al estilo de los foros del PRI antes de las campañas electorales, y que al final del día, solo sirven para darle sustento a la decisión institucional previamente tomada.
     
    De hecho todo parece indicar que la legalización del consumo de drogas muy pronto será un hecho consumado que vendrá a darle vigencia al libre albedrío de la gente, pero a la vez, resulta preocupante, ya que la diferencia entre la situación social de Holanda y la de México es muy, pero muy amplia.
     
    De entrada, el sistema holandés solo tiene fango en los diques que atajan los efectos de las altas mareas marítimas, mientras que nosotros, lo tenemos metido hasta en los cajones de los escritorios de los niveles jerárquicos elementales de las instituciones; no por nada, México está considerado entre los países más corruptos del planeta.
     
    Esto me lleva a pensar en los antros y otros puntos expendedores de bebidas alcohólicas sinaloenses, en los cuales se les vende a menores de edad, bajo la complicidad de las autoridades del ramo, y por ello, no dudo en pensar que los eventuales centros de consumo de mariguana y hachís y demás, se atasquen de imberbes chamacos.
     
    Otra gran diferencia entre nuestro país y Holanda, es que mientras que este último es meramente consumidor, nosotros somos grandes productores de enervantes que los distribuidores hacen llegar a un mercado internacional ávido de alucinaciones y a un demandante nacional creciente, lo cual, genera cuantiosos capitales, a la par de una violencia extrema entre los que compiten por llevarse la mejor tajada del pastel, razón por la que los involucrados difícilmente renunciarán en pos de una pacificación nacional.
     
    En fin. Creo que aparejado al estudio de los pros y los contras, relacionados a la liberación del consumo de yerbas y el combate a la corrupción en general, tendrá que llegar una purificación total del aparato judicial y una planeación integral en el sistema de salud pública, bajo el convencimiento de auxiliar a los adictos y apreciarlos como enfermos y no como delincuentes.
    Hay que pensar en cosas fregonas, sí, pero sin perder el enfoque del terreno que pisamos.
     
    ¡Buen día!
     
     

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