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"Opinión"

"L@s mexican@s, Séneca y la felicidad"

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    A Nicole
     
    A mediados del mes de marzo, como parte de las celebraciones del Día Mundial de la Felicidad, la ONU publicó su Informe Mundial sobre la Felicidad 2019. Anualmente la temática cambia. Por ejemplo, en 2012, fecha de la primera publicación, el eje fue la relación entre bienestar y felicidad como guía para la configuración de un nuevo paradigma económico. En 2018 trató sobre la relación entre felicidad y migración, y este año sobre los nexos que dan entre felicidad y comunidad.
     
    La experiencia y prestigio de John F. Helliwell, Richard Layard y Jeffrey D. Sachs, coordinadores del Informe, sumado al rigor metodológico utilizado por el resto de académicos que desarrollaron los siete capítulos del estudio, dan para confiar en lo que ahí se dice. Dada la extensión del análisis, solo destacaré algunos de los hallazgos que nos podrían permitir entender por qué México hoy ocupa el lugar 23 a nivel mundial, posicionándonos por encima de Francia, Chile y España (subimos un lugar con relación a 2018).
     
    El Informe utiliza seis factores que explican cómo el bienestar y la calidad de vida contribuyen a la felicidad de los miembros de cualquier país. A su vez, dichos factores se encuentran agrupados en tres conjuntos: “ligas entre el gobierno y la felicidad; el poder del comportamiento prosocial; y, los cambios en la tecnología de la información”.
     
    Tal como se explica en el capítulo número uno, “las ligas entre gobierno y felicidad operan en dos direcciones: lo que hace el gobierno afecta la felicidad general del país; según el tipo de felicidad que busquen los ciudadanos será el tipo de gobierno que éstos apoyen”. En el caso de México, lo que resulta ser más satisfactorio para la ciudadanía es tener buenas relaciones interpersonales, mantener una ocupación, alcanzar ciertos logros, gozar de salud, tener una perspectiva de futuro clara, disfrutar de un adecuado estándar de vida, vivir en un buen vecindario y disponer de tiempo para el ocio. Lo que menos satisfacción genera es la dinámica de la ciudad, el país y la seguridad ciudadana. Vale destacar que el resto de países latinoamericanos, más o menos, ven las cosas desde una óptica similar.
     
    Llama la atención una puntualización que se hace respecto a la forma en que los gobiernos pueden determinar la felicidad de un pueblo, hecho que se vio reflejado en las elecciones de 2018 en México. Aun y cuando el sexenio anterior dejó un saldo “positivo en la actividad económica y el empleo”, dice el Informe, “la población estaba harta y enojada con los líderes políticos, quienes habían sido incapaces de resolver problemas como la desigualdad, la corrupción, la violencia y la inseguridad”. 
     
    En lo que se refiere a la relación entre felicidad y comunidad, el estudio refleja que la generosidad es el comportamiento prosocial que, además de promover la armonía entre las personas, abona de manera relevante al bienestar general. Sobre la manera en que la generosidad se hace presente entre l@s mexican@s no se dice nada, pero, sobran las razones para pensar que gracias a ésta hemos podido hacer frente al desdén, apatía, cinismo e irresponsabilidad con el que gobiernos municipales, estatales y federales han venido abordando los muchos problemas que nos aquejan.
     
    En resumen, lo que hace felices a l@s mexican@s es, prácticamente, lo mismo que hacía felices a los ciudadanos que describió Aristóteles en la “Ética a Nicómaco” o Séneca en su “Sobre la vida feliz”. Ingresos, pan en la mesa, salud, vivienda digna, educación, armonía en las relaciones con los demás, una red de apoyo (familiares, amigos cercanos, vecinos, etc.), tener la posibilidad de escoger el tipo de vida que se desea tener, seguridad e integridad física, oportunidades para ensanchar la mente, el espíritu y la imaginación, y la confianza de que mientras uno se dedica a los asuntos propios, quienes nos representan actuarán de manera honesta y responsable, son las concreciones donde se materializa la felicidad de l@s mexican@s. Poco más. 
     
    Aunque el Informe de la ONU puede ser una “Guía Roji” que indica la ubicación de la felicidad a nivel mundial, para mí Séneca es una especie de “Google Maps” o “Waze” que da en el punto exacto para poder ser feliz en una sociedad que está mucho más cerca de ser “de mercado”, “consumo”, “del espectáculo”, “líquida”, que una “sociedad feliz”.
     
    No culpo a quienes vean a Séneca con suspicacia por su herencia estoica (La Mettrie se refería a él como “una especie de leproso armado contra el placer de vivir”). En lo particular creo que Séneca se aleja de la ortodoxia estoica ya que salpica parte de sus planteamientos con ciertos gustitos hedonistas. Va un botón de muestra.
     
    Séneca se preguntaba: ¿qué necesita el hombre para ser feliz? Sin que la historia de la felicidad comience exactamente por ahí, “una mente sana dispuesta a toda eventualidad, cuidadosa y atenta a todas las cosas de la vida, pero sin deslumbrarse por ninguna de ellas; dispuesta a dar uso a los dones de la fortuna, pero no a servirla como esclava”. 
     
    ¿Riquezas? La suficientes para vivir sin angustias. Se es feliz cuando se tiene la capacidad de relacionarse con los bienes materiales sin zozobra, incluso, si un día de estos se marchan, verlos partir con el alma en calma. Quien vive sabiamente “no se considera indigno por ningún presente de la fortuna. No amasa las riquezas, sino que las prefiere. No las resguarda dentro de su espíritu, sino dentro de su casa. [...] ¿Quién duda de que para un hombre sabio hay más holgura para expandir su buen corazón en las riquezas que en la pobreza, puesto que en ésta el único linaje de la virtud consiste en no abatirse, mientras que en aquéllas hay espacio para la templanza, la liberalidad, la generosidad, el buen orden y la magnificencia? [...] Las riquezas le afectan y le alegran como al navegante el viento fresco y favorable con un día de buen tiempo, o un abrigo en tiempo frío y brumoso”.
     
    A lo dicho por Séneca, habría que agregar el tiempo para sentir, pensar, imaginar y recordar. Dejarse llevar por esa “felicidad orgánica” (definida así justamente por Le Mettrie) que está abierta a cualquiera, independientemente de sus títulos académicos, posición social, indulgencias ganadas, preferencias, credos o ideología. Una felicidad tal como la experimentan los niños: instantánea, espontánea, profusa, nunca reprimida, y que permite caminar por la vida sin poner demasiada atención en el qué dirán, desoyendo el balido del rebaño, tomado de la mano de una razón sintiente que es capaz de orientarnos y desechar lo superfluo para abrazar lo duradero.
     
    Da igual el lugar que l@s mexican@s ocupemos en la tabla del rating de la felicidad de la ONU. Lo cierto es que no necesitamos grandes riquezas, lujos y oropeles para ser felices; tan cierto, como lo que en el 50 d.C. Séneca le dijo a su hermano Galión: “Todos los hombres quieren vivir felizmente, pero a la hora de vislumbrar qué es lo que permite tener una vida feliz andan a ciegas. Hasta tal punto no es cosa fácil conseguir una vida feliz que cuanto mayor es el afán, más se aleja uno de ella, si va por la senda equivocada”.

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