|
"Opinión"

"La antesala de la muerte"

""

    pabloayala2070@gmail.com


    Abril
    Abril Pérez Sagaón denunció a su ex marido ante las autoridades por tentativa de homicidio. Mientras dormía, Juan Carlos le rompió el cráneo con un bate de béisbol; tras un breve forcejeo y más batazos, la intervención de uno de sus hijos evitó que Abril muriera en ese momento. Concluida una fatigosa lucha legal que se escurría entre los laberintos de la corrupción judicial, el agresor fue detenido y llevado a prisión preventiva. Diez meses después, tal como refieren familiares de Abril, un juez reclasificó el delito para convertirlo en “violencia intrafamiliar”, quedando así Juan Carlos liberado. Tres semanas después, frente a sus dos hijos, Abril fue abatida de un tiro en la cabeza.

    Eréndira
    Eréndira llegó a la ciudad cuando apenas tenía 14 años. Salió del pueblo para llegar a un caserón donde fue recomendada por una de sus primas. Cambió en un par de ocasiones de “patrones” (siempre como empleada doméstica), hasta emplearse en una casa donde “sí la querían”. Ahí fue donde conoció a Liberio, un “mozo multiusos” que a los tres meses de conocerla estaba pidiéndole matrimonio. La relación con Liberio no fue fácil, porque los celos y los caguamones le hacían perder los estribos.

    Nadie sabe si fueron los celos, el alcohol u otra cosa, lo que condujo al novio de Eréndira a matarla de 15 puñaladas. A ella le vinieron a recoger un tío y su madre; de Liberio nada se sabe.

    Ambos casos tienen una cosa en común y otra que los diferencia drásticamente: los iguala el hecho de que son feminicidios y los separa la condición socioeconómica de las víctimas. El caso de Abril Pérez ha generado columnas en periódicos, mesas de análisis y un par de marchas en San Pedro Garza García, mientras que el caso de Eréndira generó una nota roja y el cuchicheo vecinal que se apagó después de tres días; poco más.

    Tal como comenté en otro espacio, “Según el reporte ‘Informe sobre violencia contra las mujeres’, publicado este 31 de octubre por el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad, el aumento de los feminicidios en México se ha comportado del siguiente modo: 411 en 2015; 602 en 2016; 741 en 2017; 891 en 2018 y 809 en lo que va de 2019. 365 municipios han registrado feminicidios, siendo Monterrey el primero de la tabla con 16; Culiacán con 13; Juárez con 11; Tijuana y Xalapa con 11 y Guadalajara con 10. Suman 55,716 las lesionadas de manera dolosa; hay 357 mujeres secuestradas; 2,666 extorsionadas; 1,248 niñas corrompidas; 326 víctimas de trata; 158,425 llamadas de emergencia realizadas por mujeres violentadas; 4,543 abusadas sexualmente; 6,362 que sufrieron acoso u hostigamiento sexual; 3,272 violadas; 235,702 golpeadas por su pareja...”.

    Los números no mienten. La violencia en contra de las mujeres es otro de los tantos males que nos aquejan como sociedad, y al que aún ninguno de los gobiernos de turno ha podido ponerle freno. Y como no resulta claro el plan que tienen en mente las autoridades, se vuelve una urgente necesidad desarrollar el olfato para identificar cuándo alguna actitud o comportamiento resulta ser el preámbulo de una situación con un desenlace fatal.

    Movido por este afán, el Instituto Estatal de las Mujeres de Nuevo León, comenzó a distribuir unos folletos con un termómetro dibujado que denominan “violentómetro”. Para llegar al tope de los 30 grados, lamentablemente, es necesario recorrer tres niveles: “ten cuidado”, “reacciona” y “actúa”.

    Con el fin de no dejar ninguno de los grados por fuera, utilizaré un ejemplo ficticio que me permita explicar la sutilidad con la que arranca y permea la violencia nuestra vida cotidiana.
    Melania es una chica de 23 años que acababa de incorporarse a la vida laboral. Su inteligencia le ha permitido asumir el hecho que la genética nos hace algunas malas pasadas, por eso pudo desarrollar una enorme resiliencia hacia bromas que tienen que ver con su físico; de hecho, desde hace varios años ha dejado de prestarles atención porque el tema lo considera un caso perdido. Dicha costumbre provocó que su novio repitiera los chistes que son parte de la conversación que se da entre amigos: “Eiiiiiit, Mela, ten cuidado cuando bajes las escaleras no quiero que te vayas de boca; hay dos enormes razones que te pueden hacer perder el equilibrio”. A la broma siguió el chantaje, el engaño, la mentira, la aplicación de la “ley del hielo”, los celos, la culpa, la descalificación, la ofensa, la ridiculización e, incluso, la humillación en público. El que tanto la quería, su novio, sin apenas darse cuenta, entre sonrisas y algún puchero, poco a poco fue subiendo los once peldaños que configuran el primer nivel del violentómetro, y del que aún era posible salir bien librada.

    Melania pensaba que las mentiritas piadosas, los celos, la ley del hielo y ciertas ofensas relacionadas con su físico y modo de ser, eran parte de la relación que normalmente se tiene con un novio celoso, por ello no supo cuándo era el momento preciso para reaccionar.
    Así, de la humillación en público, el novio de Melania pasó a las amenazas e intimidaciones, el control de la vestimenta, la relación con algunos familiares y amigos, el uso del dinero y el celular, del tiempo, el uso y contactos en las redes sociales. Esta situación a ella le pareció inadmisible, por ello le pidió dejar “en suspenso” la relación. Probablemente, su ex novio no comprendió bien el sentido del término suspenso, por ello, continuó toqueteándola, acariciando de manera agresiva, dándole golpes “suavecitos”, de “cariño”, pellizcándola, arañándola, empujándola, jaloneándola pero “con amor”. Después de muchos ruegos, Melania aceptó continuar con la relación, pero esta parecía haberse quedado en el mismo punto de ese periodo donde ya no estaba de novia; tras una discusión, Manuel le asestó una bofetada para que se tranquilizara, y así pudiera salir del berrinche, y dejara de hacer niñerías. A la bofetada, siguió una patada en las piernas y dos en la espalda cuando ella estaba en el suelo. Como Melania no entendía, él la tuvo que encerrar en la habitación, porque solo así ella se tranquilizaba. Estos 12 peldaños más hicieron que la dignidad, autoestima y seguridad de Melania se destruyeran.

    Confundida por la forma en que Manuel la amaba, no supo cómo reaccionar; por eso tras ese par de días de encierro, Manuel, por primera vez, se animó a amenazarla mostrándole un objeto que traía en la mano. En su impotencia no se dio cuenta si lo que Manuel movía en el aire era un palo de escoba, un bate o una varilla; lo único que supo es que si no obedecía le darían duro con el objeto. No pasó mucho tiempo en que, tras negarle un beso, Manuel la obligara a sostener una relación sexual, y de ahí a abusar de ella en formas que la lastimaban y le generaban asco. Del abuso sexual, vino la mutilación del cuerpo de Melania, mismo que un médico forense reconoció entre cinco bolsas de basura esparcidas en un lote baldío.

    Y justo esa es la utilidad del violentómetro: identificar en qué momento una broma de mal gusto puede llegar a convertirse en la antesala de la muerte.

    Periodismo ético, profesional y útil para ti.

    Suscríbete y ayudanos a seguir
    formando ciudadanos.


    Suscríbete
    Regístrate para leer nuestro artículo
    Esto nos ayuda a identificarte mejor al poder ofrecerte información y servicios justo a tus necesidades al recibir ayuda de nuestros anunciantes.


    ¡Regístrate gratis!