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"Opinión"

"La diplomacia vaticana ante China"

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24/09/2018

    Roberto Blancarte

    roberto.blancarte@milenio.com

     

    Las consecuencias políticas del reciente acuerdo anunciado entre el gobierno de la República Popular China y la Santa Sede son enormes, pues vuelven a abrir las puertas del país más poblado del mundo a la Iglesia católica, hasta ahora dividida entre los adeptos al gobierno y los fieles al Vaticano, estos últimos teniendo que vivir en la sombra, bajo el temor de la persecución y la represión.

     

    Es una enseñanza sobre la capacidad negociadora y de flexibilización de posturas de la Santa Sede, pero también de lo que ella está dispuesta a hacer, con tal de avanzar en sus posiciones. 

     

    En suma, una lección de pragmatismo político. 

     

    Al aceptar a los obispos nombrados por el gobierno comunista y eventualmente una participación en las designaciones de los futuros prelados, El Vaticano parece perder en el corto plazo, pero a la larga, abre posibilidades que la Iglesia se había cerrado durante 70 años. 

     

    Al pedir que se hagan a un lado a algunos obispos que habían aguantado en la fidelidad todos los contratiempos de ser una iglesia de las catacumbas, parece sacrificar principios y autonomía, pero al mismo tiempo gana un reconocimiento y una legitimidad frente a un poder que se está fortaleciendo y por lo mismo mostrando señales de permisividad. 

     

    El gobierno chino ya no le teme tanto a la penetración occidental y está buscando mayor legitimidad internacional. La Santa Sede se abre un territorio a conquistar. 

     

    Quizás se requería un jesuita para abrir ese camino, como lo hicieron los miembros de la Compañía de Jesús y en particular el célebre Mateo Ricci,  a fines del Siglo 16.

     

    Además, no sería el primer lugar donde la Santa Sede acepta que los gobiernos civiles nombren a los obispos locales. Los numerosos concordatos con gobiernos de todo el mundo dan testimonio de ello. 

     

    En otras palabras, la Santa Sede tiene mucho más que ganar con un acuerdo de este tipo y el Papa se permite recordar a todo el mundo que, más allá de la pederastia y las intrigas internas en El Vaticano, la Iglesia tiene una misión mundial y que el rostro de la institución puede cambiar en el futuro, como ya lo ha hecho en el pasado.

     

    China, por su parte, reitera que es una nación soberana, que es su gobierno el que regulará la actividad social y pública de las Iglesias e instituciones religiosas en su territorio y que, al igual que la Santa Sede, tiene también todo el tiempo para negociar

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