@rodolfodiazf
El discípulo de Jesús debe ser un seguidor fiel del maestro. Su vocación requiere humildad, sencillez, sinceridad y valentía. No caben la altivez, orgullo, autosuficiencia y desprecio de los demás. Es inadmisible que alguien se convierta en juez de sus hermanos y que, en lugar de atraer, cierre la puerta.
“Hermanos, la Iglesia no es una aduana, quiere las puertas abiertas porque el corazón de su Dios está no sólo abierto, sino traspasado por el amor que se hizo dolor. No podemos ser cristianos que alcen continuamente el estandarte de «prohibido el paso», ni considerar que esta parcela es mía, adueñándome de algo que no es absolutamente mío”, expresó el Papa Francisco en la homilía de la misa que presidió en el aeropuerto de Medellín, Colombia.
Señaló que la vida del discipulado exige cumplir con tres características:
1. Ir a lo esencial, que no significa “romper con todo”, sino a ir a lo profundo, a lo que realmente cuenta. “Jesús enseña que la relación con Dios no puede ser un apego frío a normas y leyes, ni tampoco un cumplimiento de ciertos actos externos que no llevan a un cambio real de vida. Tampoco nuestro discipulado puede ser motivado simplemente por una costumbre, porque contamos con un certificado de bautismo, sino que debe partir de una viva experiencia de Dios y de su amor”, precisó.
2. Renovarse, es decir, dejar la rigidez, comodidades y apegos. “La renovación supone sacrificio y valentía, no para considerarse mejores o más pulcros, sino para responder mejor al llamado del Señor”, especificó.
3. Involucrarse, aunque para algunos parezca ensuciarse o mancharse; crecer en arrojo y coraje evangélico. “La Iglesia no es nuestra, es de Dios; … Nosotros somos simples servidores”, reiteró.
¿Actúo como discípulo? ¿Atraigo, o relego y rechazo?
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