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"Opinión"

"La Iglesia y las culpas de sus hijos"

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22/03/2019

    Rafael Morgan Ríos

    cp_rafaelmorgan@hotmail.com

     

    Este 13 de marzo, el Papa Francisco conmemora el sexto aniversario como el Papa número 266 de la Iglesia católica; un papado que se ha caracterizado por las iniciativas de reforma de la Curia Vaticana, que ahora deberá incluir las recomendaciones del Encuentro sobre Protección de Menores, realizado en febrero en la Santa Sede, al que asistieron los presidentes de las Conferencias Episcopales del Mundo, convocados por el Papa, preocupado y agobiado por las múltiples denuncias de pederastia contra sacerdotes, obispos y hasta cardenales, actos sobre los cuales la Iglesia pide perdón a los afectados y a Dios.

     

    La referencia más clara de un acto similar de reconocimiento de culpas pasadas, históricas de cientos de años, lo encontramos en el documento La Iglesia y las Culpas del Pasado, propuesto por la Comisión Teológica Internacional ante la celebración del Jubileo del año 2000; en dicho documento se acepta que “… todos nosotros llevamos el peso de los errores y de las culpas de quienes nos han precedido…” y Juan Pablo II añade “… pido que en éste año de misericordia, la Iglesia se ponga de rodillas ante Dios e implore el perdón por los pecados pasados y presentes de sus hijos”.

     

    El texto mencionado cita el Libro del Levítico, Cap. 25, donde se establecía la celebración de un Jubileo cada 50 años que “… era una admisión implícita de culpa y un intento de restablecer un orden justo”.

     

    Juan Pablo II, al convocar al Jubileo del año 2000, hace un llamado a la Iglesia admitiendo culpa “por todos los sufrimientos y las ofensas de que se han hecho responsables en el pasado sus hijos” y cita la espléndida oración de Azarias: “Bendito eres tú, Señor Dios… hemos pecado, hemos actuado como inicuos, hemos faltado en todo modo y manera…”, haciéndose cargo de las culpas cometidas por sus padres… la Iglesia pide perdón por las culpas también históricas de sus hijos”.

     

    El documento La Iglesia y las Culpas del Pasado indica que: “… la Iglesia no es solo una comunidad de elegidos, sino que comprende en su seno justos y pecadores”, pero “Por Iglesia debe entenderse siempre la comunidad de los bautizados…” en la que “todos sus miembros, incluso sus ministros, deben reconocerse pecadores… en la que la cizaña del pecado todavía se encuentra mezclada con la buena semilla del evangelio hasta el fin de los tiempos”.

     

    En este estudio se hace mención a diversas culpas históricas: la inquisición, las cruzadas, el rechazo al pueblo judío y a los “hermanos separados”, etc., Sin embargo, se refiere a culpas sociales más que a culpas personales, con un ofensor concreto y un ofendido también concreto, los cuales tienen nombre y apellido, por actos que las leyes castigan y respecto a los cuales se han presentado denuncias jurídicas y con los que las autoridades eclesiásticas han sido omisas o lentas para aplicar los castigos correspondientes; por lo anterior, el Papa Juan Pablo II advierte el deber de que “la Iglesia asuma con una conciencia más viva el pecado de sus hijos… dispuesta a reconocer equivocaciones allí donde se han verificado, sobre todo cuando se trata del respeto debido a las personas y a las comunidades”.

     

    El Papa Francisco emitió la Carta Apostólica “Misercordia et misera” para concluir el Jubileo Extraordinario de la Misericordia en el año 2016. “Misericordia” y  “misera” son las dos palabras que San Agustín usa para comentar el encuentro entre Jesús y la adúltera… “Quedaron solo ellos dos: la miserable y la Misericordia; la adúltera merecedora del castigo de la lapidación” pero, “en el centro no aparece la ley ni la justicia legal, sino el amor de Dios”. El mismo Juan Pablo II en la exhortación “Reconciliatio et penitentia”, afirma que “el pecador se encuentra solo ante Dios con su culpa, su arrepentimiento y su confianza. Nadie puede arrepentirse en lugar suyo o pedir perdón en su nombre. El pecado es por tanto, siempre personal, también cuando hiere a la Iglesia entera…”.

     

    El pecado de pederastia atribuido a sacerdotes y obispos, aunque personales, han afectado profundamente a la Iglesia, por lo que el Encuentro sobre Protección de Menores produjo una serie de recomendaciones del Papa tales como: no proteger a los curas culpables; llevarlos a la justicia; más vigilancia para erradicar este flagelo; elegir mejor a candidatos al sacerdocio; no encubrir los abusos; acompañar a las víctimas; vigilar el mundo digital y controlar el “turismo sexual”.

     

    El Papa finaliza diciendo: “Humildemente y con valor debemos reconocer que estamos delante del misterio del mal… que no perdona ni siquiera la inocencia de los niños”.

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