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"Opinión"

"La magia del nahual"

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    pabloayala2070@gmail.com


    A Gloria y Rafa

    En dos ocasiones estuvimos a punto de sorprenderlo haciendo magia con sus manos. Escapó como lo hacen los nahuales. No sé si se convirtió en un gato de monte, conejo, grillo, culebra o cenzontle; lo cierto es que en cuanto sintió que veníamos a verle se esfumó como lo hacía cada vez que alguien, sin pretenderlo, importunaba sus muchos momentos creativos. Nos conformamos con ver sobre una larga mesa un montón de hojas secas, chapulines, escarabajos, caracoles y unos petroglifos que le hablaron en sus muchos viajes a la montaña.

    “¡Qué mala suerte! Si hubieran llegado 30 segundos antes lo hubieran visto trabajar estos cristales. Son cubos de vidrio soplado que adentro pueden llevar cualquiera de las cosas que están en la mesa. Es una idea que traía desde hace mucho pero no se había puesto a trabajar con el vidrio; nosotros felices de que esté aquí. Casi no habla, y se encabrona si lo interrumpes cuando está trabajando; pero no necesitamos que hable, nos basta con verle trabajar haciendo gestos; esos sustituyen a sus palabras. Lo queremos mucho, así enojón, mudo y extraño como es”.

    Con esas palabras Salime Harp, artista plástica, describía el trabajo que Francisco Toledo comenzaba a realizar en Xaquixe, el taller de vidrio de Salime. Ella jamás pensó que su obra cambiaría tan dramáticamente desde que Toledo comenzó a frecuentar su taller para trabajar el vidrio. “76 años tiene el hombre y todavía está desesperado por aprender cosas. Es como un niño. Todo le llama la atención, todo le asombra, se maravilla con cosas que uno dejó de ver porque nos parecen insignificantemente normales. Los chapulines, los escarabajos, las hojas, los palitos esos, bueno, todo lo que ves encima de la mesa, y para nosotros sería más basura que otra cosa, la fue trayendo poco a poco; se la regala el monte. No se cansa. Camina por todos lados; te lo topas donde menos te lo imaginas; hasta donde sé no usa coche”. ¿Y cómo fue que llegó hasta acá? -pregunté-. El tramo de terracería de la carretera hasta acá es largo; yo sí me la pensaba para caminarlo al mediodía. “Puede que alguien le haya dado un aventón; aquí todo mundo lo conoce; o, como les digo, como camina un montón, no dudo que se haya venido caminando desde Artes Gráficas; ahí va mucho”. ¿Desde allá? -volví a preguntar- Si es el que está en el centro, ¡está lejísimo! “Así es”, me contestó Salime, confiada en que sus palabras no necesitaban adjetivos ni adverbios.

    Con el norte que ella nos dio, ese día seguimos la pista del maestro por algunas calles, un par de fondas, tres galerías y su taller. En una de las galerías nos pasó lo mismo que en el taller de Salime: “Si hubieran llegado dos minutos antes lo hubieran visto aquí. Vino a recoger unos marcos y nos dejó unos papalotes; está sacando unos con unos cocodrilos nuevos; yo ya me llevé uno a mi casa. Andaba apurado y de mal genio; se encabrona con el montón de gente que viene a la Guelaguetza; le decimos que es mejor, que estos días todos tenemos oportunidad de vender. Pero él prefiere ver y caminar calles tranquilas; se engenta, se enoja cuando la calle está llena de gente. Claro, a él a estas alturas le vale, ¡con que venda un cuadro ya tiene para vivir un año! Nosotros tenemos que seguir en la pelea, él anda en otras batallas, más sociales que artísticas”.

    El viejo hechicero volvió a hacer de las suyas. Decidió que ese día no veríamos ni su sombra, y así sucedió. Socarrón, escurridizo, nahuálico, como fue, tenía claro que nos conformaríamos con tan solo sentir el calor de su estela que dejaba en cada una de sus huidas. “No te preocupes compadre mañana lo pescamos en otro taller que tiene en San Agustín Etla. Es un edificio porfiriano que comenzó como papelera, y logró que remodelaran para que funcionara como centro cultural. Te encantará lo que vas a ver ahí; el edificio está precioso, pero lo que sucede adentro es lo más impresionante. Mucha gente del pueblo chambea ahí con él; trabajan el papel y la lana en unos telares inmensos con una técnica que él inventó. Compadre cada pieza que sacan de ahí es una obra de arte; lo que toca este hombre, me cae, es arte. Ya verás te encantará”. La frustrada pesquisa de ese día la terminamos sentados libando las mieles que nos ofreció la mezcalería de uno de los muchos amigos de mi compadre.

    Al día siguiente, después de una prolongada estancia en un puesto de memelas, y con los dedos amoratados por haberlos cruzado durante tanto tiempo, fuimos al Centro de las Artes de San Agustín Etla. Mi compadre no se equivocó: el arte escurría por paredes, ventanales, claraboyas, arcos y sus infinitos rincones. Francisco Toledo estaba por todos lados.

    Conversamos con tejedoras, vendedoras, guardias y residentes del pueblo. De él solo se hablaba en términos de admiración, afecto, gratitud y respeto. Entre más humilde era la persona, más cálidas y cercanas sus palabras hacia él. “Aquí viene y se está un buen rato platicando con nosotros; también le entra a la chamba. Nos enseña a hacer y pintar papalotes, tejer y a mezclar colores. No creo que ahora vaya a venir, porque hace dos días que vino; se estuvo un buen rato en el taller y luego se vino a la tienda a platicar y terminar de firmarme unos papalotes; estos son, mírelos. Hay de cangrejos, alacranes, grillos y changos; algunos son viejos, pero este es nuevo; a mí no me gusta, pero a él sí; dice que los changos son más divertidos cuando están cagando; a mí no me gusta el chango ese, pero si lo firma él, los que saben y las galerías dicen que es una obra maestra. ¿Se imagina si yo quiero vender en el centro un dibujo o un papalote con un chango cagando? ¡Nadie me lo compra! ¡Me iban a decir que estoy loca! Jajajaja -la chica nos mostró una dentadura enorme y blanquísima que no cabía ni pegando diez papalotes- Bueno mire, si viene en dos días por la tarde, seguro se lo encuentra, ya que viene cada tres o cuatro días; mañana sacaremos más papalotes y él tiene que venir a firmarlos”.

    Oaxaca no se entiende sin Francisco Toledo. Se quedó huérfana. Como huérfanos se quedaron los campesinos que luchaban para evitar la siembra del maíz transgénico, los edificios históricos comprados por firmas transnacionales, las pequeñas casas galería donde los artistas daban a conocer su arte emergente, los comedores comunitarios, las bibliotecas populares, los indígenas sin derechos, los talleres de papalotes, las ranas, tortugas, conejos, iguanas y cocodrilos que ya no tendrán quien los pinte como él, las calles de Oaxaca ciudad y Juchitán se quedaron sin el eco del paso ligero del maestro.

    Se fue para quedarse; para nunca irse. Habitará otro universo para llenarlo de colores y, si acaso se requiriera, luchará por que ahí se haga justicia. Hasta siempre maestro.

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