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"Opinión"

"La Mary, mi Chacha..."

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    De quien jamás lo hubiera pensado escuché un comentario tan patético como increíble; palabras más, palabras menos, esto fue lo que tintineó en mis oídos: “En la casa a mi Chacha la tratamos como si fuera cualquiera de nosotros; yo a cada rato le digo, Mary ya sabes, estamos en confianza, tú abre el refri y come lo que quieras; es más, si quieres comer carne de la que hiciste, come, no te preocupes porque quedó mucha...”.
    Tratando de fingir mi asombro, pregunté que si la famosa Mary era vegana o traía altos los triglicéridos. La larga y sesuda respuesta a mi pregunta brotó tan rápido como las chispas de un sartén en su encuentro con el bistec: “Noooo, ¡cómo crees!, lo que pasa es que conmigo no hay problema; nunca me ando fijando si ella come carne o pollo; hasta camarones le hemos ofrecido. Créeme, hay gente que por tacaña no les da lo que ellos comen; o hay veces que se enfadan de rogarles. Mira a la mayoría de ‘las chachas’ no es gusta comer lo que uno come. Por ejemplo, a mi Chacha casi no le gusta la carne; dice que no está acostumbrada, que se le hace muy pesada; el pescado, ni verlo, y las verduras cocidas dice que le dan asco. Para no hacerte largo el cuento no le gusta lo que comemos, por eso ella casi siempre come frijoles, papitas, calabacitas con queso o se guisa un huevito. El chorizo y los chicharrones en salsa verde sí le gustan, pero fuera de ahí a ésta no le gusta casi nada. El problema es que en la casa casi nunca hay chicharrones...”.
    Ya entrado en gastos metí más la aguja para hacer la hebra más larga, y no porque me interesara saber más sobre los gustos culinarios de la Mary, sino porque quería ver con toda claridad si sus “patrones” concedían algo de dignidad a su empleada doméstica. Pregunté dónde vivía, si tenía hijos, marido, cuántos años tenía trabajando en la casa, si cuidaba a los hijos, cuánto ganaba, si tenía IMSS, casa propia, cuántos camiones tomaba para llegar al trabajo... Las-respuestas-fueron- asombrosas, especialmente por el nivel de desconocimiento que “la patrona” tenía de una persona que de lunes a viernes pasa casi diez horas diarias en su casa limpiando todos los rincones, y cuidando a quienes, en principio, son lo que más quiere en la vida: sus hijos y su madre.
    Después de seis años de emplearla como doméstica, esta “patrona” en cinco ocasiones le ha dado un aventón a la Mary hasta su casa, pero jamás ha entrado en ella; sabe cuántos camiones toma, pero desconoce el recorrido que éstos hacen; sabe cuántos hijos tiene, pero no recuerda en qué año escolar están; sabe de las muchas miserias del marido, pero no lo conoce personalmente; sabe que tiene dos hernias de disco, y que por eso ya no se sube a limpiar las lámparas, pero no sabe qué tan grave es la lesión; sabe que un día no tendrá fuerzas para trabajar al mismo ritmo y la tendrá que despedir dándole una gratificación pero no un finiquito, porque la Mary no tiene contrato laboral, prestaciones, seguro para el retiro, gastos médicos... Ante los ojos del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), la Mary, es víctima de la discriminación, porque al ser considerada como “Chacha”, y no como una “trabajadora del hogar”, no puede acceder a la serie de derechos que tiene cualquier trabajador remunerado.
    En 2015, el entonces presidente de la Conapred, Ricardo A. Bucio Mújica, presentó el estudio “Percepciones sobre el trabajo doméstico: Una visión desde las Trabajadoras y las Empleadoras”, donde afirmó que “el trabajo doméstico es una labor con nula movilidad social lo que impide que las trabajadoras del hogar tengan la posibilidad de una integración social en términos laborales y de independencia económica. [...] El cinco por ciento de las trabajadoras del hogar son niñas entre los 12 y 17 años, y otras encuestadas fuera de ese rango de edad además señalaron que iniciaron su vida laboral incluso antes de tener la edad legal para ello. En México una de cada 10 mujeres que trabaja en México de manera remunerada, es trabajadora del hogar, siendo un total de dos millones 300 mil personas que se dedican a esta labor, por ello es necesario visibilizar la situación de este trabajo que ha sido confinado a las mujeres en nuestro País, independientemente de que esta actividad sea remunerada o no”.
    El pasado mes de marzo, Alexandra Hass Paciuc, actual presidenta del Conapred, en un encuentro con organizaciones defensoras de los derechos humanos de las trabajadoras del hogar, señaló que nuestro País tiene una deuda histórica con estas mujeres, ya que el 95 por ciento de ellas son víctimas de la discriminación. Van unos cuantos botones de muestra.
    En un estudio publicado en 2016 por el Inegi, se dice que en México había 2.4 millones trabajadoras del hogar, de las cuales, según el Conapred, 9 de cada 10 no tenían un contrato laboral y 6 de cada 10 no tienen vacaciones; una de cada tres recibe menos de un salario mínimo; casi el 20 por ciento está afiliada al IMSS; el 60 por ciento no tiene forma de compaginar el trabajo con la escuela; casi el 50 por ciento no recibe aguinaldo, ni tiene horarios fijos; el 15 por ciento recibe maltrato verbal, el 7 físico, y el 24 por ciento de “los patrones” da de comer los alimentos sobrantes a sus empleados domésticos.
    El de las trabajadoras del hogar es uno de los muchos problemas de discriminación que tenemos frente a nuestras narices, y de los que hacemos poco o nada para resolverlos. Los ancianos que hacen de empacadores “voluntarios” en el supermercado, los acomodadores de coches en los estacionamientos, los lavacarros que rondan por los centros comerciales, los “guías” de ofertas en los mercados municipales, los gestores de trámites, son solo algunos de los protagonistas de la injusticia que viven día a día muchos trabajadores en México.
    Seguramente usted hace su parte dando una moneda a los ancianos que le empacan sus compras en el supermercado, o le “echan aguas” cuando está haciendo maniobras para estacionarse. Ahora imagine qué haría si ese anciano fuera su padre, y reflexione si la moneda que entregó por sus servicios será suficiente para que ese anciano pueda vivir una vida digna.
     

    @pabloayalae

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