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"Opinión"

"La otra cara de la desesperanza"

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    A Yvette
     
    Surgirán muchas más, pero la sorpresa, la alegría, el entusiasmo, la ira, la tristeza y la desilusión serán las emociones que el 2 de julio tomarán por asalto el corazón de quienes fueron a las urnas.
     
    Como dijo Andrés Manuel, a menos que suceda un milagro, Meade o Anaya ganarán las elecciones. Y como los milagros, al menos en este contexto, no existen, todo parece indicar que el Peje será Presidente, con lo cual muchos llorarán de alegría, otros de tristeza y unos tantos más de rabia. De estas emociones se desprenderán otras como el optimismo, la esperanza y la desesperanza.
     
    Del optimismo, en este mismo espacio, hace casi un año dije que era una emoción inviable para abordar problemas graves como la pobreza, la corrupción, el desempleo o la violencia de género, debido a que, como dice Terry Eagleton, “la confianza del optimista es infundada. [...] El optimista es más bien alguien con una actitud risueña ante la vida simplemente porque es optimista. Prevé que las cosas van a resultar de modo favorable porque él es así. Como tal, no se da cuenta de que hay que tener razones para estar feliz”. Entendido de esta manera, el optimista es alguien con una personalidad próxima al del idiota moral, es decir, a una persona incapaz de darse cuenta que la vida tiene más colores que el rosa.
     
    Por el contrario, el esperanzado tiene una base sólida, bien fundada, con evidencias comprobables que le permiten abrazar y sostener la ilusión. La esperanza se eleva por encima de ese optimismo simplón con el que viven aquellos que piensan que las cosas buenas sucederán porque tienen suerte, o porque las malas rachas llegarán a su fin por sí solas. Pregunte usted a quien quiera, y verá que son más las personas que piensan que es mejor tener esperanza que carecer de ella; más aún, carecer de esperanza es tan absurdo como enfermizo.
     
    Pero, ¿qué pasa cuando, con los datos en la mano, esperamos y esperamos, y las cosas no suceden? ¿Hasta dónde es válido mantener viva la esperanza cuando los tropiezos no nos permiten levantarnos del suelo? Piense en el ejemplo que quiera, y verá que en ocasiones no resulta nada sencillo mantener la cordura, cuando de lo único que puede echarse mano es de la esperanza. ¿Qué puede esperar una persona que ha sido diagnosticada con una enfermedad crónica degenerativa, y para la cual no existe cura? ¿Qué tipo de esperanza abraza alguien que fue condenado a cadena perpetua? ¿Qué esperanza puede albergar un agricultor indígena, analfabeta de 60 años, que acaba de migrar a la ciudad? En estos y otros casos más, ¿qué puede ofrecernos la esperanza?
     
    Cuando lo que esperamos no llega, la esperanza se convierte en una fuente de desilusión, sufrimiento, desasosiego y pena. La esperanza incumplida aguijonea y quebranta nuestra moral. ¿Qué más puede esperar la madre de uno de los indocumentados que fue encontrado en una de las fosas donde yacen los restos mutilados de otros cuerpos que aún no han sido identificados? ¿Qué puede esperar alguien que después de haber sido secuestrado, al poco tiempo se topa en plena calle con sus sonrientes plagiarios? ¿Qué puede esperar una mujer maltratada del ex marido que ha jurado matarla?
     
    En estos y otros casos más, aunque suene fatal, como dice la filósofa Ana Carrasco Conde, lo que cabe abrazar es la desesperanza. Sé que lo que acabo de decir no es fácil de digerir, pero tiene sentido. Me explico.
     
    Imagine que, hasta el tuétano, usted es la encarnación del enemigo número uno de López Obrador; o por el contrario, véase como uno de los principales promotores anti Anaya; o el enemigo público y privado de Meade; o el anti Rodríguez Calderón más visible de todo el país. Y como la buena suerte no estaba de su lado, las elecciones las gana el candidato que usted abomina. No se quede en este ejemplo y piense en su trabajo: imagínese que nombran como presidente, director o jefe directo a alguien que usted reconoce como la personificación de todos los males posibles. ¿Qué le queda por hacer? ¿Qué puede esperar?
     
    Si usted quiere mantener la cordura y quicio moral, debe esforzarse por suprimir las expectativas que tenía en el pasado, y dejar dichos deseos en suspenso. Usted deberá hacer un ejercicio de “congelamiento” de todo aquello que deseaba, para concentrarse en lo nuevo y bueno que llegue, ya que, sin esperanza, como dice Carrasco, “no hay frustración posible”, porque la felicidad no está por llegar, hay que buscarla y tratar de encontrarla en el aquí y el ahora que se vive, en lo que se tiene, no en lo que se esperaba. 
     
    No es la incertidumbre, como señala esta filósofa, “la que conduce a la desesperanza, sino la certidumbre de que no hay nada que esperar; la certeza de que no hay salida, la seguridad de que es imposible siquiera reparar el daño, de que no hay forma, ni ganas de intentarlo”. 
     
    Sin lugar a dudas, este 2 de julio, el escenario de nuestro país cambiará para quienes vivimos en él. Habrá muchísima incertidumbre, dudas razonables e irracionales, pero todo ello, en modo alguno, equivale a la desesperanza.
     
    La desesperanza nos arrebata el deseo, las ganas, es como señala Carrasco, “la renuncia a toda acción e intento de escapada. Significa claudicar ante la realidad y dejarse arrastrar por ella”. En otras palabras: renunciar a la dicha de vivir la vida.
     
    Por ello, gane quien gane, nuestro país, y usted, merecen que muchos mantengamos en alto la esperanza, porque en ésta residen esas razones para trabajar con esmero, continuar estudiando, buscar pareja, hacer el viaje de los sueños, concebir o adoptar un hijo, cambiar de empleo, hacer nuevos amigos, levantarse de la cama para construir el futuro que queremos…
     
    Facebook: Pablo Ayala E. 

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