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"Opinión"

"La pederastia de siempre"

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20/08/2018

    Roberto Blancarte

    roberto.blancarte@milenio.com

     

    El informe del Gran Jurado de Pennsylvania sobre abusos sexuales cometidos por sacerdotes (mil víctimas de 300 depredadores), muestra que a lo largo de las últimas décadas el problema es agudo y persistente, además de que en realidad poco ha hecho realmente la institución eclesiástica para acabarlo o por lo menos disminuirlo. 

     

    Quizás la clave es que se han dedicado a tratar de resolver más las consecuencias que las causas del mal.

     

    La Iglesia católica ha supuestamente aumentado la vigilancia y las medidas correctivas a los sacerdotes involucrados y en algunas ocasiones ha tratado de restañar las heridas de las víctimas o incluso remitido a los culpables a las autoridades civiles, pero sigue sin atender el verdadero problema dentro de la institución: la sexualidad de sus seminaristas, sacerdotes, religiosos, religiosas y feligreses.

     

    Pretender que la pueden suprimir o sublimar es absurdo y sólo genera distorsiones en los comportamientos sexuales.

    Suponer, para el caso de los feligreses, que las relaciones sexuales sólo deben realizarse para la reproducción, es únicamente generar comportamientos reprimidos y culposos.

     

    No admitir que la homosexualidad está extendida en la Iglesia y no es una aberración, como predica la institución, es sólo aumentar la discriminación hacia ellos y confundirlos con los pederastas que atacan tanto a niñas como niños.

     

    Pero la jerarquía ha preferido aferrarse a su vieja y anquilosada doctrina y no alcanza a entender los nuevos conocimientos científicos sobre la sexualidad humana que se han hecho en el último siglo. Por lo tanto, se ha dedicado a reprimir la sexualidad de sus miembros y a capear el temporal que amenaza en convertirse en la tormenta perfecta.

     

    Lo peor del caso es que todo mundo sabe que lo encontrado en Pennsylvania, como antes en Boston, no es más que la punta de un enorme iceberg mundial.

     

     Que no se descubran más casos en Latinoamérica, como los que ya salieron en Estados Unidos, Irlanda y otros países de Europa, no se debe a que hay aquí menos pederastas, sino que el manto del encubrimiento (religioso, político y hasta social) sigue siendo enorme. 

     

    Pero un día de estos, cuando la autoridad civil decida realmente tomar cartas en el asunto y la población entienda que se hará justicia (esa palabra tan alejada de nuestra realidad), quizás se expondrán las deficiencias estructurales de la institución eclesiástica en materia de sexualidad.

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