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"Opinión"

"La ponzoña"

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    frheroles@prodigy.net.mx

     

    El veneno es muy poderoso. Cualquiera está expuesto a la ponzoña, pero, claro, los reflectores invitan a la mordedura. Una vez circulando en el cuerpo comienzan los desfiguros. Al final del proceso, la vanidad destruye el seso.

     

    Nos quejamos hasta la saciedad del presidencialismo, de los afanes protagónicos de escribir la HISTORIA PATRIA en seis años. Atrás sólo anécdotas, el día cero de la historia nacional era la toma de posesión del Señor Presidente. Nos quejamos hasta el hastío, pero en el fondo ese era y es el patético sueño de muchos mexicanos. Que el todo poderoso se encargue. Qué fácil. En ese sueño muy popular el ciudadano endosaba, firmaba por adelantado para así desentenderse de los asuntos públicos. Si el Presidente salía malo o ratero o lo que fuera, ni modo, había que esperar a que llegara un nuevo redentor. La vida pública en cómodas entregas sexenales.

     

    Pero descubrimos que el País no era lo que debía ser y los dedos flamígeros señalaron al presidencialismo de los todopoderosos como el gran responsable de la parodia nacional. Poco dijimos sobre el sueño presidencialista instalado en nuestras cabezas, de esa parte de nuestro parapeto cultural, guardamos silencio de los múltiples pactos de mutua corrupción que de allí se desprendían, ustedes nos dan obra pública y nosotros fingimos demencia con las “cuotas”; ustedes asignan presupuesto discrecionalmente en favor de nuestro pueblo, municipio, región, estado, corporación, partido o empresa y nosotros a chiflar. Que roben, pero salpiquen era la moneda de curso en el mercadeo de nuestra vida pública.

     

    Y llegó la anhelada alternancia en el Ejecutivo federal como pócima mágica y no quisimos Presidente sino redentor: que llegue Fox y su equipo de arcángeles y todo se corregirá. Y Fox dejó importantes aportaciones, el impulso a la transparencia el más evidente, pero defraudó las expectativas porque no se dio la refundación nacional que muchos le demandaban. Aparecieron las escusas, “tuvimos alternancia, pero las estructuras de poder quedaron intactas”. Quimeras politológicas que disfrazan la realidad: seguimos implorando por la aparición de un redentor y no queremos a un aburrido Presidente.

     

    Y aquí estamos dos décadas después con la misma plegaria nacional y, por ello, la misma oferta. Que se vaya el PRI y todo será diferente. Llegando yo México renacerá. El enfermizo ánimo fundacional revive. Pero ya tuvimos “padres fundadores”, Hidalgo, Morelos, o pensemos en el Constituyente del 57, en Juárez, en esa brillante camada de grandes mexicanos. Ya tuvimos nuestra Revolución con su millón de muertos, y a Carranza y al Constituyente del 17; ya tuvimos varias generaciones de creadores de instituciones desde Calles y Gómez Morín, y el Banco de México; a Vasconcelos y la SEP; las varias épocas de la Suprema Corte, o la creación de Bellas Artes en el 46; y a Carlos Chávez en la OSN, o Cárdenas y el Politécnico, o Caso y la UNAM, o Ávila Camacho y el IMSS, o López Mateos y el ISSSTE o el Infonavit en los 70, o el propio IFE hoy INE en partos de tracto sucesivo, o nuestra Cancillería con décadas de historia, y qué decir de los Institutos Nacionales que son un orgullo de los mexicanos y admirados en muchos países y, con todos sus problemas, nuestra industria petrolera y la CFE que atiende a casi la totalidad de la población, casi 130 millones, y también Conaculta, hoy Secretaría de Cultura o los órganos reguladores que hoy son ya adultos muy activos, o la CNBV, la lista de instituciones es enorme. México es un país mucho más institucionalizado de lo que los mexicanos admitimos.

     

    Por supuesto que hay lacras vergonzosas, la impartición de justicia sobre todo en los ámbitos locales provoca una impunidad que nos ahoga. La desorganización y falta de preparación de los investigadores y de los cuerpos policiales hablan de un área de barbarie mexicana que subleva. Pero México no necesita a un “padre fundador” que pretenda dejar su huella en todo el país. Necesitamos fórmulas fiscales que hagan de nuestro andamiaje recaudatorio un instrumento de justicia social, de construcción de igualdad; necesitamos revisar a fondo la estructura de la seguridad social y encaminarla a la universalización; urge dar continuidad a la reforma educativa que es el gran mecanismo de movilidad social ascendente; la reforma energética es una mina de recursos que debemos invertir pensando en las futuras generaciones. Retos hay y muchos.

     

    Pero cuidado con la vanidad, con la ponzoña de autoadmiración, ese síndrome de arrogancia, de soberbia, esa suplantación velada de Dios a través de la supuesta encarnación del redentor. Nada de refundar a México, dejen de declarar una hora diaria y mejor dedíquenla a estudiar de dónde venimos y qué debemos hacer y quizá, con un poco de suerte, su juicio se vuelva más terrenal, menos vanidoso.

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