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"Opinión"

"La purificación de la vida pública"

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18/02/2019

    Roberto Blancarte

    roberto.blancarte@colmex.mx

     

    Purificar la vida pública del país es un objetivo loable del Presidente de la República. El problema es que, muy fácilmente, quien pretende purificarla se vuelva un moralista que quiera que todos crean y piensen como él o, de lo contrario, se conviertan en engendros del demonio, mafias de poder o enemigos del pueblo. 

     

    La línea divisoria entre quien quiere construir un país libre de corrupción y el que, al hacer la guerra al enemigo, demoniza y genera más males de los que quería combatir, es muy tenue.

     

    La guerra al narcotráfico, establecida como una lucha contra el mal, iniciada por Felipe Calderón y continuada por Enrique Peña Nieto, fue percibida por muchos como un combate moralmente justificado y en la práctica ha generado más de 100 mil muertos. 

    Además, hay un problema grave cuando el Presidente cree que su moral es la de todos y no entiende que no todo el pueblo la comparte. 

     

    Él podrá estar en desacuerdo con el aborto o con el matrimonio igualitario, por ejemplo, pero hay muchos que piensan que la interrupción voluntaria del embarazo, bajo ciertas circunstancias, es un acto moral, es decir éticamente responsable. Y hay muchos que piensan que el matrimonio igualitario es un acto de libertad, moralmente responsable, al que tienen derecho todos y todas.

    Andrés Manuel López Obrador, a título personal, como muchos otros, tiene derecho a estar en desacuerdo según su propia moral, pero como Presidente no se puede dar el lujo de anatemizar y condenar a quienes no coinciden con él. Sobre todo, en asuntos que son legales, es decir aprobados por la representación popular. Porque en ese caso, no estaría más que tratando de imponer su propia visión moral (o religiosa, o política) al conjunto de la población. 

     

    Eso fue lo que hizo cuando condenó a algunos ex presidentes por haber aceptado cargos en compañías con las que sus gobiernos habían tenido tratos, a pesar de que lo habían hecho en los plazos y términos legales permitidos. 

     

    Puede ser que desde su perspectiva moral eso sea incorrecto. Pero entonces, el Presidente tendría que saber que mucho de lo que él hace es también inmoral (aunque sea legal) ante los ojos de muchos. Por ejemplo, a mí me parece inmoral que él haga esas acusaciones, sabiendo que eran acciones legales, me parece inmoral que alguien como Manuel Bartlett sea presentado como moralista, me parece inmoral el cierre de la construcción del aeropuerto de Texcoco por el desperdicio de recursos que eso implica, me parece inmoral que por ahorrar recursos para programas clientelares se recorte presupuesto a las estancias infantiles, me parece inmoral que en las conferencias mañaneras se mienta, se vierta información de manera venenosa y perversa, que se hagan ternas con obvios conflictos de interés. 

     

    La lista puede ser interminable porque yo puedo pretender tener estándares morales más altos, aunque únicamente sean diversos. Por eso, lo que el Presidente de la República no puede hacer es convertirse en gran moralista de la nación, pues muy fácilmente se convertirá en el creador de una nueva Inquisición; esa que condenó a nuestros héroes, Hidalgo y Morelos.

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