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"Opinión"

"La selección, el 1 de julio, y el cambio de mentalidad"

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22/06/2018

    Arturo Santamaría Gómez

    santamar24@hotmail.com

     

    Hace siete u ocho años escribí un libro sobre futbol, identidad y neonacionalismo. En él me pregunté si el futbol también era un campo societario donde se reflejan rasgos persistentes de una idiosincrasia nacional o una personalidad colectiva nacional, y para ello observé los casos de las selecciones nacionales de Brasil, Argentina, Uruguay, Italia, Inglaterra, Alemania y México.

     

    Fue sorprendente que numerosos antropólogos, historiadores, sociólogos, filósofos, psicólogos, periodistas, escritores y ex futbolistas de esos países que escriben sobre futbol relacionan insistentemente las características estereotípicas de los pueblos de esos países con el estilo futbolístico de sus selecciones nacionales. Quienes llevan la mano en los estudios del futbol desde diferentes disciplinas son los argentinos e ingleses. De otros deportes, los gringos han escrito toneladas de investigaciones académicas y ya no se diga periodísticas. Los mexicanos, particularmente en la Universidad Iberoamericana, lo han empezado a hacer consistentemente y con mucha calidad. En la UAS, por cierto, hay una tesis de maestría en historia que habla del futbol callejero o informal.

     

    Los argentinos han dicho de su propio futbol, y más particularmente de su selección, que conjugan aspectos muy visibles de su cultura nacional: talento creativo y una gran capacidad para el engaño. En el futbol, como en la guerra y la política, el engaño es fundamental. En este deporte se refleja en la finta y la táctica del contragolpe. Por ejemplo, Maradona y el juego de Argentina contra Inglaterra en el Mundial de 1986 que se celebró en México, sintetizaron a la perfección esas dos características dice un psicoanalista gaucho: un gran talento y el engaño llevado a la perfección, a la cual los argentinos llaman “viveza criolla”. Los goles de Maradona en ese encuentro, uno donde dribla a siete contrarios con el que demostró un talento fuera de lo común, y el que anotó con la mano sin que el árbitro lo percibiera, con el que dio una cátedra de engaño insuperable, demuestran mucho de lo que son los argentinos en otros campos sociales: talentosos pero también frecuentemente tramposos, según dicen muchos de sus propios estudiosos.

     

    Los jugadores alemanes, dicen sus observadores, son la mejor representación de un espíritu indomable y la más viva expresión del funcionamiento de una maquinaria casi sin falla, lo más cercano a la perfección. Y si bien la sociedad alemana no es perfecta, ninguna lo es, sí presume enormes atributos organizativos, disciplinarios, laborales e inventivos. Y, tal y como la ha demostrado en su historia, se ha levantado de las ruinas para, en poco tiempo, convertirse en una sociedad muy exitosa. Es decir, sus futbolistas reflejan con mucha fidelidad rasgos históricos de la personalidad colectiva teutona.

    Los futbolistas mexicanos, y más particularmente la Selección tricolor, salvo dos o tres excepciones, como Hugo Sánchez o el Chicharito, nunca han sido vistos ni dentro ni fuera del País como deportistas de calidad mundial.

     

    Los más severos críticos de la Selección Mexicana han sido los propios mexicanos. Se ha dicho de ellos que carecen de una personalidad segura, que son inconstantes, irresponsables, distraídos, y cuando salen al extranjero, acomplejados. En los sesenta se empezó a decir que padecían el “síndrome del Jamaicón Villegas”, un jugador que en México era un feroz defensor que en su terruño podía detener a cualquiera y cuando salía con la selección al extranjero se achicopalaba ante los rubios y altos jugadores europeos o frente a los fuertes y habilidosos mulatos brasileños porque necesitaba los picosos tacos que se mamá le cocinaba. En los 70, el periodista Manuel Seyde bautizó a los seleccionados mexicanos como los “ratones verdes” porque corrían asustadizos ante sus rivales.

    Y, bueno, el filósofo mexicano Samuel Ramos en los años 30, y en el ensayista y poeta Octavio Paz en los 50, así como decenas de intelectuales más en diferentes épocas, incluso en la actual, han dicho que los mexicanos somos iguales que los futbolistas: acomplejados, fiesteros, inconstantes, indisciplinados, mentirosos, tramposos, individualistas y carentes de espíritu crítico, entre otras tantas deleznables características. Es decir, los futbolistas sólo reflejaban lo que éramos la mayoría de los mexicanos. Ante el gobierno priista: agachados. Ante el patrón autoritario: agachados. Ante el padre autoritario: agachados. Y ante la madre proteccionista: abusivos.

     

    Las mentalidades nacionales, o regionales, son construcciones históricas de larga duración. Para que sufran cambios drásticos, de visible ruptura, la historia debe caminar mucho. Bueno, pues parece que, en el caso de los mexicanos, estamos viendo un cambio importante de mentalidad que empezó a brotar con mayor claridad con la juventud de los años 60 y 70, y que se reflejó, sobre todo, en los movimientos estudiantiles de esos años. El 68 fue el año emblemático. Los cambios se empezaron a dar en todos los campos, en unos más en otros menos. El arte, la academia, la ciencia, las relaciones entre hombres y mujeres, entre padres e hijos, y también el deporte y la política, entre otros espacios, han sido sujetos de transformaciones modernas importantes.

     

    Los futbolistas mexicanos que han emigrado a Europa son los que mejor representan en el deporte este cambio. Y, aun con todo y las críticas anteriores que se le han hecho, la Selección que le ganó a Alemania, podrían estar representando desde su campo una generación de mexicanos, o al menos una corriente importante de ellos, sin complejos, más decidida, responsable y organizada.

     

    Y lo mismo está sucediendo en la política. En 2018 estamos viendo un deseo profundo de cambio. La gran mayoría ha dejado de temer a un sistema autoritario, controlador y corrupto. El PRI es el representante más auténtico de un México que está quedando en el pasado. Este año representa una ruptura histórica con una mentalidad política premoderna, oscura, antidemocrática, corrupta. El PRI tiene el apoyo aproximado de una quinta parte del electorado; es decir, de la ciudadanía que aun quiere vivir con la corrupción y el verticalismo. Y ya no podrá recuperarse porque la mayoría de los mexicanos ya no quieren lo que el PRI representa.

     

    Y si AMLO y Morena triunfan el 1 de julio, como todo parece indicar, le exigiremos más que a nadie, una política honesta, abierta, democrática. No toleraremos ningún desvío. 

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