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"Opinión"

"Las palabras y las cosas"

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    A Dora Elvira
     
    Algo así como lo que en su momento vivió la sociedad judía mientras se efectuaban los Juicios de Nuremberg, vivirá nuestra sociedad a través de las 40 mesas de pacificación que se instalarán para realizar la consulta pública prometida por Andrés Manuel López Obrador durante su campaña. Serán tres meses de escuchar y revivir historias de horror, donde víctimas y victimarios expondrán su verdad en torno a la violencia que ha venido azotando a nuestro País los últimos 12 años.
     
    El formato de la consulta es temático y abierto; de acuerdo a la región y ciudad se establece el tópico, así como los invitados a la mesa. Si entiendo bien, en este proceso, todos los afectados por la violencia serán reconocidos como interlocutores válidos, de ahí que vamos a escuchar los testimonios de tiradores de droga, madres de familia, policías, funcionarios públicos, hijos de sicarios y cualquier otro actor que haya atestiguado la violencia. 
     
    Concluidos los tres meses que durará la consulta, se sistematizará la información clasificándola, más o menos, del siguiente modo: inquietudes, problemas y sugerencias, las cuales servirán como punto de partida para el diseño de nuevas políticas públicas. 
     
    El formato de las mesas me gusta, por tres razones: primero, empata claramente con los planteamientos en los que se fundamenta la ética cívica, esa formulación teórica que dice que la justicia se realiza si en ella participan todos aquellos que pueden ser considerados como interlocutores válidos. La segunda razón tiene que ver con el peso que se le da a la escucha; todas y todos los afectados por la violencia tienen algo que decir, de ahí que escuchar lo que dicen nos permitirá reconstruir nuestra comprensión sobre la complejidad del problema. Y, por último, tal como se ha demostrado en muchos otros países (algunos con problemas todavía más graves que los nuestros), si-no-se-politiza, el esquema de la consulta, permitirá generar políticas públicas mucho más pertinentes y eficaces. Más allá de la verborrea política, tiene sentido pensar que la reconciliación de nuestro País descansa en nuestra capacidad para escucharnos. 
     
    Y si el formato me gusta, la finalidad (moral) de las mesas, me gusta mucho más. La consulta pretende cambiar el discurso actual que nombra y nos permite comprender la violencia. Tal objetivo, me parece, es tan ambicioso como urgente. Me explico.
     
    En “Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas”, referencia obligada para los investigadores sociales del último cuarto del pasado siglo, Michel Foucault dijo que a lo largo de la historia hemos construido ciertas verdades que reposan en un discurso que se convierte en la base de lo cierto, lo falso, lo aceptable o lo inaceptable por cualquier sociedad. El discurso científico ilustra muy bien lo referido por Foucault. Basta que un físico nuclear, químico, genetista o matemático diga X o Y, para que sus palabras se conviertan en una verdad innegable, axiomática, indubitable, incuestionable.
     
    En ese sentido, parafraseando a nuestro autor, el discurso en cada época ha venido generando marcos de saber, acordes a una determinada verdad impuesta desde un espacio de poder, de ahí que a muchas personas les cueste tanto trabajo comprender lo que está fuera del marco epocal. De este modo, las palabras y los discursos que las articulan, como dice Foucault, determinan nuestra manera de entender el mundo y, por ende, nuestra forma de interactuar en él.
     
    Al menos en el caso de México, nuestra comprensión del fenómeno de la violencia ha sido mediada por un discurso gubernamental (apoyado por algunos medios de comunicación que han hecho las veces de portavoces) que nos ha conducido a incorporar en nuestro lenguaje palabras que, trágicamente, nos han llevado a normalizar el fenómeno de la violencia. Las palabras “levantón”, “pozoleado”, “halcón”, “encobijado”, “descabezado”, “piso”, “buchón”, “sicario”, “cártel”, “lobuki”, “pelones”, “toque de queda” y un sinfín de palabras más, configuran el universo semántico de la normalidad con la que encaramos las y los mexicanos la violencia en el día a día. 
     
    Esta forma de discurso, visto al modo en que lo entendió Foucault, pretende hacernos creer que así son las cosas y que no pueden ser de otro modo. Del imaginario perverso de nuestro gobierno han brotado crueles “verdades” como esa de que todas las fronteras del mundo son violentas, que las desapariciones forzadas son un fenómeno sumamente difícil de sancionar, que el Estado de Derecho prevalece a lo largo y ancho de México o que el narcotráfico es un mal que se está atacando, pero por el momento debemos encontrar la manera de vivir con él porque hoy resulta imposible sacudírnoslo de encima; y así, sexenio tras sexenio.
     
    Por ello resulta fundamental conocer todo lo que se diga en las mesas de pacificación, ya que nos permitirá re-comprender el fenómeno de la violencia, sus causas, efectos, así como algunas de las vías requeridas para comenzar el proceso de reconstrucción del tejido social en los más de 40 focos rojos que existen en el País. 
     
    Más allá de lo ingrato, la tarea será muy ardua, porque son muchos los miles de víctimas que ha dejado la guerra contra el narco. Sin duda, es plausible este intento de El Peje, pero resulta absurdo pensar que la consulta será la vía para lograr el olvido y el perdón. ¿Si no es a partir de un referente religioso, cómo se le puede pedir a una madre de familia que perdone a quien “por equivocación” levantó, troceó y pozoleó a su hijo de 17 años? ¿Cómo pedir que se perdone a quien durante dos años extorsionó semanalmente al propietario de una huerta de aguacates, que murió calcinado frente a su familia el día que no pudo pagar el derecho de piso? ¿Cómo perdonar a ese enfermo mental que le cortó la cabeza a más de 20 migrantes que viajaban sobre el lomo de “La Bestia”?
     
    Ahí Andrés Manuel se equivoca. El orden es otro. Antes que olvido y perdón, nuestra sociedad exige justicia. Cuando esta se cumpla, entonces ya podremos pensar en cómo poner sobre la mesa el tema del perdón. Adelantar este momento, además de ofensivo, resulta muy próximo a la manera en que nuestro gobierno ha venido usando las palabras para referirse a la violencia. Una cosa, diría Foucault, escandalosamente espantosa.
     
    @pabloayalae

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