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"LETRAS DE MAQUÍO"

"Libertad y desarrollo"

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LETRAS DE MAQUÍO

    Cada día me convenzo más de que el desarrollo de un pueblo solo puede darse en la libertad.

    Por desarrollo debemos entender la posibilidad, de todos y cada uno de los miembros de una sociedad, de pasar de condiciones de vida menos humanas a condiciones más humanas. Entendido así, el desarrollo no debe circunscribirse solo a lo económico, sino que comprende también lo familiar, lo político, lo cultural y lo religioso.

    Siendo la libertad y la responsabilidad términos correlativos (no se puede ser libre sin ser responsable y viceversa), solo los hombres que viven bajo el signo de las libertades son capaces de comprometerse consigo mismos y con sus semejantes.

    El gobierno, cuando es paternalista, inhibe las posibilidades de desarrollo de la ciudadanía. Igualmente aquellos que tratan a sus hijos en forma paternalista le truncan las posibilidades de madurar como personas.

    Vivir es un riesgo, nos dice el psicólogo Ignacio Leep, y solo aquellos que corren el riesgo de comprometerse son capaces de alguna forma de desarrollo personal o crecimiento humano; además son aquellos que no le temen a la muerte y viven en plenitud. Yo agregaría que el hombre sólo se realiza en la acción a través del compromiso.

    En México hemos padecido un gobierno paternalista por 55 años. Este paternalismo se da mediante un férreo presidencialismo y el unipartidismo que nos hace confundir al PRI con el gobierno. (Lo anterior es tan descarado que a la luz del día se utilizan los fondos del erario público para imponer al PRI-Gobierno).

    Pues bien, este gobierno paternalista, unipartidista y presidencialista fue bueno en sus inicios, porque el México de 1929 era un México de solo 17 millones de habitantes; era rural (el 75 por ciento de los mexicanos vivían en el agro); era analfabeta, estaba incomunicado y le importábamos un comino al resto de las naciones del mundo.

    Cuando un sistema de gobierno es bueno, inmediatamente se ven resultados económicos. Para ese México subdesarrollado e infantil de 1929 era valedero un sistema de gobierno paternalista. 

    Y el Presidente, con su partido, fue paternalista con los campesinos, con los obreros, con los empresarios. Hoy México es diferente, totalmente diferente.

    76 millones de habitantes, la mayor parte en zonas urbanas (75 por ciento), ya no somos analfabetas (cinco años de primaria), ya no estamos incomunicados, y el resto del mundo voltea hacia acá porque tenemos petróleo y hemos crecido como nación.

    Pues bien, este México nuevo ya no admite el paternalismo; rechaza al PRI por corrupto y disciplinado ante la ignominia, por improductivo y degradante de la función política.

    Los mexicanos hemos tomado conciencia de que el paternalismo creó un sector campesino improductivo; un sindicalismo inmoral y corrupto, y un sector empresarial ineficiente. Además, los dos sexenios pasados nos han enseñado las lacras del presidencialismo, la locura y los abusos del poder, el nepotismo, la frivolidad y lo ignominioso de la Cámara de Diputados ante el poderoso.

    Hemos comprendido lo caro e ineficiente que resulta ahora esa agencia de colocaciones que se llama PRI. Asimismo, que con su cacareada disciplina de partido ha formado subhombres carentes de confianza en sí mismos y, por ende, en los demás.

    México quiere cambiar, necesita cambiar. Nuestra nación exige cambiar porque sólo en la libertad, en lo político y económico, cultural e ideológico, podremos sacar avante esta magna tarea que es el desarrollo integral de nuestro pueblo y nuestro México querido.

    Miércoles 8 mayo, de 1985

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