|
"La Nueva Nao"

"Lo que se hace a escondidas"

""
LA NUEVA NAO
17/06/2018

    Yang Zhen fue un notable maestro de la provincia de Guanxi durante la Dinastía Han Oriental (25-220), y en su pueblo natal de Huayin enseñó las bases de la ética y la historia a miles de alumnos, durante más de treinta años. La gente de su pueblo le llamaba “El Ministro Honesto” por su recto carácter. Al cumplir 50 años, el maestro Yang recibió la orden de dirigirse al distrito de Changyi para asumir un puesto de oficial administrativo. Al llegar a su destino, un día se encontró por casualidad con Wang Mi, un antiguo alumno suyo quien ahora era el alto magistrado de este distrito. Wang se alegró sobremanera de ver a su antiguo maestro, ya que gracias a su enseñanza y a sus cartas de recomendación, eventualmente había llegado a tener su puesto de magistrado.
    Para mostrarle a su maestro que deseaba pagar todo lo que había recibido de él, una noche ya tarde Wang Mi se dirigió a casa de Yang Zhen llevando una pequeña bandeja con diez piezas de oro, que le ofreció al verlo, diciéndole: “Maestro, para agradecer su instrucción y su gracia, vengo a presentarle este regalo, ¡por favor recíbalo!” Yang dijo, “¿es posible que después de tantos años no conozcas mis principios?” Su alumno respondió: “Este es mi sueldo de oficial, no es producto de corrupciones ni de sobornos, lo he traído para mostrar mi aprecio. Además, es mitad de la noche y nadie me vio venir, de modo que nadie se enterará”. Pero Yang contestó con gravedad, “si es así, ¿por qué no lo hiciste a plena luz del sol? En lugar de eso, vienes de noche. Y a partir de este día, tú lo sabrás y yo lo sabré. ¿Cómo puedes decir que es un secreto?” Avergonzado, Wang Mi no tuvo más opción que retirarse.
    Después de su muerte, Yang Zhen fue conocido como “el Confucio de Guanxi”, pues educó a un número incontable de jóvenes talentosos que más tarde ejercieron como magistrados y oficiales. En su pueblo natal se erigió una estela conmemorativa para celebrar sus contribuciones. En Occidente existe la frase popular de “no hagas cosas buenas que parezcan malas, ni cosas malas que parezcan buenas”, que puede parecer equivalente a primera vista, pero no lo es si nos fijamos con detenimiento: a la actitud confuciana no le interesan las apariencias ni las impresiones que causen ni siquiera si hay testigos, sino únicamente el carácter moral del acto en sí. De modo que la visión es más parecida a la posición kantiana de “pregúntate si el acto que vas a realizar, lo instituirías como máxima universal”.
     

    El autor es académico ExaTec y asesor de negocios internacionales radicado en China

    Periodismo ético, profesional y útil para ti.

    Suscríbete y ayudanos a seguir
    formando ciudadanos.


    Suscríbete
    Regístrate para leer nuestro artículo
    Esto nos ayuda a identificarte mejor al poder ofrecerte información y servicios justo a tus necesidades al recibir ayuda de nuestros anunciantes.


    ¡Regístrate gratis!