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"Opinión"

"Los agentes del bienestar"

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    A Julia y Mónica
     
    La discusión en torno a la muy probable desaparición de las estancias infantiles, me hizo recordar algunas líneas del artículo “La extinción de la mujer cuidadora”, publicado a fines de 1999 por la filósofa Adela Cortina en “El País”.
    Ahí, haciendo mención a las grandes preguntas y retos que vendrían de la mano con el nuevo siglo, Cortina planteó uno de los que a su entender era de los más críticos de afrontar: “¿Quiénes van a ser en el futuro inmediato, próximo y remoto los agentes del bienestar? ¿Qué personas o instituciones atenderán a los miembros más vulnerables de la sociedad cuando no puedan hacerlo ya las familias, cuando se extinga esa especie de lo que algunos han llamado ‘la mujer cuidadora’? Hasta ahora, las familias, y en ellas especialmente las mujeres, han sido las primeras actrices en el ejercicio de las ‘tareas del bienestar’, que consisten en cuidar del hogar, atender a los niños enfermos y discapacitados, bregar por los familiares en apuros, apoyar a los jóvenes. De hecho, el llamado ‘Estado de bienestar’ fue más bien una ‘sociedad del bienestar’, en la que las familias asumieron el protagonismo de las mencionadas labores con ayuda del Estado, y por eso, en nuestros días, preguntarse por el futuro de los miembros más vulnerables de la sociedad requiere no sólo analizar la crisis del Estado benefactor, sino sobre todo estudiar despacio las consecuencias de tres cambios estructurales de envergadura: la incorporación de la mujer en el mercado laboral, la transformación de la estructura familiar y la extinción de la ‘mujer cuidadora’”.
    Resulta evidente que ninguno de los cambios estructurales referidos por Cortina fue tomado en cuenta por Andrés Manuel López Obrador, al decidir retirar el apoyo económico a las 9,399 estancias infantiles registradas a fines de 2018, que atienden alrededor de 330 mil niños que tienen entre uno y tres años 11 meses, y entre uno y cinco años 11 meses cuando padecen alguna discapacidad.
    Retos globales más, retos globales menos, la incorporación de la mujer a la vida laboral es tan legítima que no tiene vuelta atrás, y con ella, como refiere Adela Cortina, debemos contar “para hacerle frente al futuro”, especialmente, en un país donde la pobreza que enfrentan más 50 millones de personas, obliga a las mujeres a salir al mundo laboral a buscar los ingresos que les permitan acceder a unas condiciones de vida digna para ellas y sus familias.
    Sobre este último aspecto, tal como refería la Encuesta Nacional de Familia y Vulnerabilidad 2005, uno de los estudios en los que se sustentó el “Programa de guarderías y estancias infantiles para apoyar a madres trabajadoras”, publicado por la Sedesol en 2008, las mujeres que se retiraban de la vida laboral remunerada no volvían a buscar empleo debido a “la falta de apoyo para el cuidado de sus hijos (59 por ciento), el segundo motivo más importante (25 por ciento) es porque prefieren quedarse en casa, aunque este motivo en parte podría relacionarse con la falta de confianza en familiares o servicios que proporcionan cuidado infantil”.
    Lo que sabemos al momento de la auditoría realizada a la gestión de los recursos asignados a las estancias infantiles, son las acusaciones del Presidente lanzadas en sus ruedas de prensa matutinas, pero aún no conocemos los datos exactos que nos permitan dimensionar el tamaño del fraude que refiere, de ahí que, más que su irrenunciable compromiso por erradicar de raíz cualquier manifestación de la purulenta hiedra de la corrupción, la decisión de quitarles el apoyo económico, refleja la ausencia de una política de bienestar clara, razonable y sostenible en el mediano y largo plazo. Me explico.
    El surgimiento en 2009 de las estancias infantiles fue el resultado de cuatro detonadores: el rol de la mujer en el mundo del trabajo remunerado (referido por Adela Cortina), la voluntad política de Felipe Calderón para hacer valer una de sus promesas de campaña, el crecimiento del número de personas que vivían bajo condiciones de pobreza y la visibilización de ese principio fundamentalísimo en toda sociedad, y que va por encima de muchos otros, que se conoce como “interés superior de la niñez”.
    Los resultados hablan por sí solos: las 5,504 estancias que había en 2007, se convirtieron en 9,399 en 2018. En poco tiempo el programa se volvió un referente internacional, digno de presumir. Con él muchas mujeres pudieron reincorporarse a la vida laboral remunerada, permanecer en ella sin tener que vivir con el Jesús en la boca al no tener con quién dejar a sus hijos, concluir sus estudios y, entre otras muchas situaciones más, atreverse a dar el paso de vivir de manera independiente y librarse de una buena vez de la violencia de género que venía soportando en casa por el simple hecho de depender económicamente de un patán.
    Eliminar el apoyo económico, no solo acabará con la posibilidad de que muchas mujeres mantengan su autonomía, las familias su armonía y estabilidad económica (incluidas, por supuesto, las de las personas que son propietarias y laboran en las estancias, y que seguramente se quedarán sin empleo), sino que dará al traste al sinnúmero de beneficios que trae consigo la educación inicial ofrecida en dichos recintos, la seguridad e integridad física de muchos niños y niñas que están siendo cuidadas en las estancias y no por esa pésima niñera que resulta ser el televisor, los juegos de computadora o la acera que rodea la casa o la manzana.
    La decisión de López Obrador no logra ocultar su afán clientelar al entregar un dinero en efectivo que, si en el mejor de los casos no será malgastado por las familias, dejará de producir los réditos sociales que al momento genera. Tampoco esconde la intención de generar confusión entre la distancia que existe entre paternalismo y autonomía. Son muchísimas más las mujeres que rechazan cualquier forma de prebenda, cuando su autonomía personal va de por medio. Tampoco encubre su interés por mantener la cruzada de seguir descubriendo las mil cloacas desde donde asecha y saca sus garras el monstruo de la corrupción en México.
    Tal como he venido diciendo en este espacio, cuando las decisiones políticas se toman sin la debida prudencia, o solo teniendo en cuenta los principios que mueven a la convicción, los resultados pueden tornarse moral y humanamente perniciosos, debido a los efectos sociales que pueden generar.
    Para evitar esto último, en ese artículo de 1999, Adela Cortina bosquejó cinco estrategias dirigidas a la realidad española de aquel momento: 1) organizar un debate público sobre los principales agentes del bienestar; 2) fomentar empleos a tiempo parcial que permitan conciliar las tareas internas y externas de casa que realizan mujeres y hombres; 3) propiciar ayudas en serio a las familias que asuman tareas de bienestar; 4) propiciar la atención domiciliaria; y, 5) multiplicar las residencias públicas de calidad, “escasas por el momento hasta la irritación, para aquellos ante quienes se abre un futuro de soledad”. Esta quinta y última es la que ya tenemos en México y estamos a punto de perder.
    De las propuestas por Cortina, yo matizaría la primera, clave para lo que se sigue de la gestión de AMLO: debatir públicamente sobre el conjunto de agentes del bienestar sostenibles, que pueden ser incorporados a los planes operativos de la llamada 4T, sin comprometer la salud financiera presente y futura de nuestra sociedad.
    Al momento solo conocemos de su eficacia para encontrar y destapar las cloacas de la corrupción, pero aún nos quedan por conocer las fuentes de dónde la 4T obtendrá los recursos para hacer realidad esa idea de bienestar con la que pretende “transformar” a México.

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