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"Opinión"

"Materializar la abstracción"

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    pabloayala2070@gmail.com

    Hace poco más de un mes, en este mismo espacio, traje a cuento algunas cifras que sonaban a amarillismo, escándalo, a morbo del feo. Sonaban a eso porque estaban cerca de una abstracción impensable, imposible, lejana a cualquier realidad tangible (hubo quien me lo hizo saber después de leer la columna: “¿Usted de dónde saca que estamos tan mal?; lo único que quiere es escandalizar)”. Hoy la terca realidad, como siempre, materializó lo que para algunos parecía indefinible. Me explico.

    De enero a la fecha el Sistema Nacional de Seguridad Pública reporta 17,749 muertes dolosas en el país, promediando 81 fallecidos por día. Asimismo, en el portal de la Secretaría de Salud podemos ver que del 11 de marzo (día en que se declaró la pandemia) a la fecha suman ya 51,311 los decesos, promediando 342 muertos por Covid-19 diariamente. Los ilustrados en la numeralia dicen que estas cifras podrían ser multiplicadas por tres, de ahí que los muertos, al momento, podrían rondar los 150 mil.

    Al igual que la cifra numérica, el término deceso resulta ser una abstracción, porque no refiere a una persona concreta, una historia de vida, un recorrido vital, deceso no da cuenta de ninguno de los logros, fracasos, miedos, alegrías, creencias, inseguridades o aspiraciones que forjan el acontecer y sentido de nuestras vidas. Saber que el Covid-19 provocó 51,311 muertes, es lo mismo que no saber nada, porque, siendo honestos, no sabemos nada de esas muertes que, antes de ser una estadística, fueron vidas únicas, irrepetibles e irreparables.

    Y aquí pienso que está el quid de la cuestión. Ya nos acostumbramos a escuchar datos, cifras, abstracciones que no nos permiten comprender la magnitud del drama que estamos viviendo. Por ejemplo, cuando al Presidente de la República se le pregunta sobre la pandemia, lo que ha venido contestando desde hace casi un mes es: “ya pasó lo peor, ya nos estamos recuperando”; otra variante de esta misma respuesta es: “ya pasó lo peor, funcionó la estrategia”. ¿Cómo materializamos las palabras “pasó”, “peor”, “funcionó” y “estrategia”? ¿Qué materializa la certeza de que lo peor ya pasó? ¿Acaso ya se frenó el número de muertes? ¿Ya podemos salir a las calles sin miedo a ser contagiados? ¿Es posible retomar la cotidianidad de nuestros empleos? ¿Llegamos al último punto de la fase final de la estrategia? ¿Dónde podemos revisarla y estudiarla, para saber si en verdad estamos en su última etapa?

    Dada la gravedad del escenario en que nos encontramos, los dichos del Presidente son abstracciones perversas que enmascaran una fatídica realidad. Decir “lo peor ya pasó”, no es lo mismo que decir: la cantidad de muertos en la pandemia podrían acomodarse en el estadio Jalisco, el BBVA o el Cuauhtémoc de Puebla, o decir, cuando comience a descender la curva, los muertos llenarán el estadio azteca o el de los Pumas, donde caben 87 y 72 mil espectadores respectivamente. Esto es pasar de la abstracción a la concreción.

    ¿Por qué el Presidente sigue entre las ramas echando mano de sus abstracciones? Por una razón muy simple: no-tiene-una-estrategia-clara-y-efectiva. Van dos botones de muestra.

    Queda claro que la gente no sale a la calle a jugarse la vida por actitud deportiva o porque le gusta hacerle al enmascarado. A lo largo de esta semana una gran cantidad de personas se contagiará por razones laborales. Subirse al transporte público, interactuar con los compañeros de trabajo, regresar a casa, será parte de un volado donde el azar irá administrando el contagio. En este caso, ¿cuál es la estrategia de Estado? ¿Continuar con un Programa Nacional de Sana Distancia que en buena medida depende de la voluntad ciudadana?

    Lo mismo sucede en el caso de los recursos hospitalarios. El 7 de agosto Hugo López-Gatell, a través de un tweet confirmó que “A nivel nacional, 58 por ciento de las camas de hospitalización general están disponibles y 42 por ciento ocupadas. En camas con ventiladores, 64 por ciento están disponibles y 36 por ciento ocupadas”.

    ¿Por qué si tenemos tal disponibilidad de recursos médicos la gente sigue agravando su enfermedad y muriendo en casa? En este caso, ¿cuál es la estrategia de Estado? ¿Acomodar a los pacientes en una cama con ventilador cuando ya no pueda hacerse nada por ellos? ¿Dejar que la tendencia de contagios y muertes continúe hasta que generemos inmunidad de rebaño? Si esto último fuera el plan, llegado dicho momento, los muertos alcanzarían para llenar dos estadios aztecas. ¿Esa es la unidad de medida que no nos ha sido revelada?

    Visto lo visto, en la práctica, López Obrador ha puesto en marcha la maquinaria de la “necropolítica”, la cual, como dice el filósofo camerunés Achille Mbembe, parte de la siguiente hipótesis: “la expresión última de la soberanía reside ampliamente en el poder y la capacidad de decidir quién puede vivir y quién debe morir”.

    Esperar a que el grueso de la población genere los anticuerpos que surgen de la inmunidad de rebaño, es lo mismo, como propone Mbembe, a negar que las personas somos “seres irremplazables, inimitables e indivisibles”, con dignidad, valiosas en sí.

    Mientras tanto, ¿habría forma de detener el avance de la pandemia? Aunque no sean fáciles de poner en marcha, existen maneras de darle un garrote; el problema es que ninguna de las alternativas viene de la boca de los López que están decidiendo el rumbo de aquella.

    Bastaría con quedarnos encerrados durante 14 días (ya llevamos más de tres meses, qué más da quedarnos 14 días más) para que la ola de contagios se frene. Para hacer frente a ese momento, el gobierno podría distribuir despensas alimenticias para 60 millones de personas, y el resto de la población podría mantenerse con recursos propios. Adicionalmente podría otorgarse un único pago etiquetado como ingreso universal básico y abrir dos o tres nuevas líneas de apoyo solidario (incluso en calidad de préstamo) recanalizando algunos de los recursos que se hoy se invierten/despilfarran en la refinería de Dos Bocas, el Tren Maya y, si me apuran, los del dichoso aeropuerto de Santa Lucía.

    Hacer esto no solo es posible, sino que es un deber de humanidad y justicia, porque evitaría que, mientras llega la inmunidad de rebaño, la cifra de muertos continúe elevándose tanto como para poder llenar cuatro, seis, ocho o diez estadios azteca.

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