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"Opinión"

"Mayorías ciudadanas y los críticos de AMLO"

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18/01/2019

    Arturo Santamaría Gómez

    Si tan sólo leyéramos a la gran mayoría de los columnistas y articulistas de diarios, revistas impresas y electrónicas, y escucháramos a los analistas y conductores de radio, televisión e internet más conocidos, no podríamos sino concluir que todo, o casi todo lo que hace Andrés Manuel López Obrador es equivocado y/o dañino para el país.
     
    Si vamos a las redes ahí vemos un combate ideológico muy equilibrado aunque siempre lleno de insultos y descalificaciones mutuas; pero si observamos las encuestas que se han elaborado antes, durante, después de las elecciones y del primer mes de gobierno de AMLO, sobre todo la más reciente que mide el combate al huachicoleo, entonces los críticos profesionales, por más experimentados y condecorados que sean, tendrán que reconocer que las mayorías ciudadanas no los leen, no los escuchan, no lo los ven o si lo hacen no les importa su juicio porque el hijo pródigo de Tabasco les sigue ganando de todas, todas en la opinión pública.
     
    Es cierto, López Obrador aun goza de la gracia del bono democrático a mes y medio de haber asumido el poder; pero ante el ejército de críticos especializados y de nombres lustrosos, uno podría suponer, midiendo las cosas con los viejos criterios de una sociedad que ya se fue, que el nuevo inquilino de Palacio Nacional no debería recibir tanta aceptación. Sin embargo, precisamente porque hoy la gente ya no se informa como hace cinco años, porque la sociedad ha modificado sus formas y canales de información e interpretación de la realidad, es que el hombre del trópico, el mesías del trópico, dijo Enrique Karuze descalificándolo, ha entendido mejor que esos analistas y la tradicional clase política cómo comunicarse mejor con las mayorías ciudadanas o, si ustedes quieren, con las masas.
     
    AMLO, dicen estos críticos, está reviviendo el viejo presidencialismo priista, el viejo programa económico del PRI, el anacrónico “desarrollo estabilizador” ortizmenista, el anticuado e indeseable populismo autoritario tricolor, el añejo nacionalismo mexicano, la vetusta política exterior mexicana de la no intervención en los asuntos de otros países, pero lo paradójico es que la sociedad mexicana más alerta y opinante de toda la historia ha generado a una mayoría que apoya obstinadamente al terco e incansable provinciano del sureste atrasado y tropical.
     
    No son pocos los mexicanos que están de acuerdo con las críticas de los analistas dominantes en los medios, pero no alcanzan a demostrar, al menos en las encuestas, que los fanáticos amlovers y los que no son fanáticos pero apoyan al Peje, están terriblemente equivocados y que por lo mismo México va al abismo, igualito que Venezuela.
     
    Quizá sea muy temprano para intentar una explicación convincente de por qué, un hombre de 65 años de un estado rezagado, con limitados estudios de licenciatura y para colmo de la UNAM, que no habla inglés (Enrique Coppel, dixit) que no le gusta viajar al extranjero, que habla con un acento medio caribeño, que viaja en clase turista o en la CDMX en un Jetta con cinco años de antigüedad, que pide raites, como uno que le pidió al “Químico” Benítez para trasladarse a Tepic, que come en prosaicos restaurantes de paso (cuando iba de Mazatlán a Culiacán durante su campaña se comió una carne asada con queso fresco y tortillas hechas a mano en El Habal), que se va de vacaciones a La Chingada, su quinta surestina, y no a una suite exclusiva de las costas mexicanas, que no gusta de guardaespaldas armados, y que tiene una esposa que le gusta escribir libros de historia, cantar, tuitear, y defender la privacidad de su familia, en fin, porque un hombre tan simple, llano y respondón ha podido interpretar mejor las necesidades y aspiraciones de las mayorías en un México post priista (y quizá, en varios sentidos, postmoderno).
     
    A la mejor en seis meses o un año más ya no se pueda afirmar lo mismo porque, en efecto, la sociedad contemporánea es tan extraordinariamente líquida, volátil, inasible y casi imposible de pronosticar a mediano y largo plazo, que no se puede asegurar que el grueso de los mexicanos siga creyendo indefectiblemente en el liderazgo del gran solitario de Palacio Nacional (así llamó a los presidentes mexicanos el escritor René Avilés Fabila).
     
    Mucho depende de que logre visibles éxitos en el combate a la corrupción, que al menos frene la violencia, la inseguridad y la impunidad, y que también logre un sólido crecimiento económico, lo cual, por cierto, este año seguramente no se va a lograr. Y también, por supuesto que se desarrolle la democracia dentro de Morena. Que las voces libres como las de Tatiana Libre se sigan expresando y no se dobleguen ante las decisiones con las que no están de acuerdo.
     
    Todo lo anterior está en veremos y no todo depende del gobierno federal y de las decisiones de AMLO por más importantes que estas sean. La ciudadanía, la sociedad civil, los empresarios, los medios, viejos y nuevos, tienen que hacer lo suyo; y por supuesto, depende de la acción política y cívica en las regiones y localidades.
     
    Depende de la madurez con la que se establezcan las nuevas relaciones políticas en los gobiernos divididos, tal y como lo estamos experimentando en Sinaloa. O lo que suceda en los gobiernos novatos de Morena en los municipios.
     
    Morena se empieza a decantar en Sinaloa y varios estados más. Sus bancadas y gobiernos están llenos de personas que no conocen ni mínimamente su trayectoria y programa, y están empezando a romper o lo van a hacer, al fin que ya tienen el hueso que querían, tal y como sucede en los congresos. Otros, desde dentro, van a corromperse como lo hicieron todos los demás partidos, y si no los agarran y sancionan van a contagiar a muchos.
     
    En fin, nada está escrito; sin embargo, Morena y AMLO  todavía es para muchos una esperanza.
     

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