Editorial
Que lo hecho por Donald Trump al separar a niños migrantes de sus padres es indignante, lo es. Que el trato discriminatorio del Gobierno estadounidense sobre los indocumentados debe preocupar, claro que sí. Que el futuro que viven las personas que buscan un lugar mejor donde vivir y eligen Estados Unidos es incierto, seguro lo es.
Nunca, como hoy, los migrantes en el mundo han tenido un porvenir inseguro como al que se enfrentan hoy. Donald Trump es el ejemplo más cercano: hay una decisión de alejarlos de su territorio, de impedir su ingreso, de expulsarlos.
Pero también, esa medida ya ha sido reproducida en Europa, por ejemplo, donde a pesar de que algunos países han sido lugares de acogida para los migrantes africanos, hoy las restricciones para tener un lugar seguro se han incrementado.
Pero, ¿qué pasa en México? ¿Cómo se protege a los migrantes? ¿Cuál es el apoyo que se les da? ¿Cómo se les trata a las familias que huyen de sus países y atraviesan México pensando que es un lugar seguro y hospitalario?
Hay varios indicadores que señalan que lo que los migrantes reciben como trato en Estados Unidos no se aleja mucho de lo que les pasa en México: el hostigamiento, la indiferencia, las agresiones, la inseguridad, es una de las pruebas que deben pasar para llegar a la frontera estadounidense.
Aunque claro, también aquí hay esfuerzos para que los migrantes puedan conocer la generosidad del ser humano: como en Sinaloa, donde se han establecido centros organizados por ciudadanos con el fin de ofrecer ayuda, cobijo, alimentos y calidez a quienes deciden cambiar su destino.
Sí, se necesitan voces críticas que pongan en tela de juicio la decisión del Presidente Donald Trump de tratar de manera injusta a los migrantes, denigrándolos como seres humanos.
Pero también, se necesita que en países como México, se haga una autocrítica y se ponga en la balanza cuál es el saldo en la recepción de los migrantes centroamericanos que deciden cruzar territorio mexicano para llegar a los Estados Unidos. ¿Cuál es el saldo?
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