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"Opinión"

"Moral y huachicol"

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21/01/2019

    Roberto Blancarte

    roberto.blancarte@milenio.com

     

    La tragedia de Tlahuelilpan nos muestra los límites de la prédica moralista del Presidente de la República y debería conducirnos a una revisión seria sobre la relación entre las leyes y el comportamiento ético de los ciudadanos.

     

    La lógica de López Obrador, que es la de una parte de la izquierda mexicana, es que el pueblo es bueno y ha sido orillado por la pobreza a robar. Por lo tanto, ellos no son culpables de sus actos, sino aquellos que los sumieron en la miseria.

    Su propuesta es, por lo tanto, combatir a la mafia del poder y a los huachicoleros de gran escala, no al pueblo.

    De allí que haya deslizado y normalizado la palabra “sabotaje”, para referirse a quienes perforan las tuberías para extraer grandes cantidades de combustible.

     

    Desde esa perspectiva, los huachicoleros serían parte de esa mafia del poder que se resiste al cambio y que perforan los conductos más para hacer daño que para seguir robando. 

    Nada más que en esa explicación, hay una pequeña falla que se llama: las bases sociales del huachicol. Resulta que el pueblo bueno protege a estos grandes criminales y saboteadores de la cuarta transformación. 

     

    Lo practica por necesidad, pero también porque no les parece mal lo que hacen. Piensan que es una especie de compensación que se merecen. O que, si los de arriba roban, por qué ellos no.

    Por eso, el Presidente les ofrece una salida: apoyos, becas y predicación moral. Algo así como: “no hagan el mal, ya no necesitan robar, por favor pórtense bien, yo los voy a apoyar”. Y él les va a dar el ejemplo de una persona virtuosa que eliminará la corrupción “de arriba para abajo, como se barren las escaleras”.

    Está sin embargo el problema de la ley, el ejercicio de la autoridad y el control efectivo de los delitos. 

     

    ¿Qué hacer cuando la gente no le hace caso a los soldados que acordonan una zona donde los huachicoleros dejaron una fuga enorme de combustible? 

    La ley, de por sí, es una cosa de la que muchos en este gobierno desconfían, porque ésta ha sido un instrumento de opresión. Por eso, no tienen mucha consideración para cambiarla según les acomode. 

    AMLO ha dicho también que no va a utilizar a la policía o al ejército para reprimir. Pero hay una distancia grande entre poner orden y reprimir. Y como además ese pueblo bueno es capaz de agredir a los soldados y policías, mejor la inacción.

    Como la ley no es su mejor instrumento de cambio, ¿cómo hacer para que la gente se porte bien, que no robe, que no mate? Y allí es donde entra para AMLO el recurso de la religión y a la cartilla moral de Alfonso Reyes.

     

    El problema es que la moral cristiana no parece haber penetrado profundamente en ese pueblo, tan bueno como religioso. Y al Presidente no le corresponde hablar ni mucho menos gobernar con referencias y lógica religiosa. 

     

    Debería fortalecer una ética cívica laica, basada en el respeto a las leyes, que son las reglas de convivencia de la que nos hemos dotado para no estarnos robando ni matando, entre otras cosas. Una ética que enseñe a respetar al distinto, al adversario, y que el Presidente de la República tendría que empezar por practicar.

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