Editorial
La falta de una supervisión estricta en la obra pública ha ocasionado que en muchas ocasiones, estas sean de baja calidad y la durabilidad prácticamente sea fugaz.
Ocurre mucho en municipios donde se carece de estrictos controles de calidad y donde, por lo tanto, es más probable que se cometan actos de corrupción.
Mientras no haya una supervisión adecuada de las obras públicas, el producto final tenderá a ser deficiente y por lo tanto, lejos de dejar un beneficio, terminará siendo perjudicial para quienes supuestamente se iban a ver beneficiados.
Ha ocurrido con proyectos como el tiburonario, en Mazatlán, cuya inversión se replanteó una y otra vez y al final, terminó colapsando cuando se creía que ya había sido concluida.
Y pasó también con un puente Monte Alto, en Rosario, construido y después colapsado ante les crecientes del Río Baluarte.
El proyecto, ahí está a medio terminar, sin recursos para rehabilitarlo y representando un problema para los habitantes de las comunidades que iba a beneficiar.
Aunque no se trata de un proyecto de gran magnitud, sí resulta mayoritariamente significativo porque agilizaba la comunicación entre las comunidades asentadas en la zona de Chametla.
Si el puente hubiera sido construido con las especificaciones de calidad adecuada y sobre todo, con la supervisión necesaria que le permitiera una larga vida útil, otra historia se estaría contando.
Pero hoy, los habitantes de las comunidades de uno y otro lado, deben pasar por un vado improvisado cuando las corrientes de agua se los permiten, o esperar, hasta que el afluente baje de nivel, para poder estar comunicado.
No es una práctica nueva que las obras se hagan con la calidad mínima, pero tampoco es nuevo que no se preste la atención necesaria a ese tipo de proyectos, que se replican en diferentes partes del País.
El combate a la corrupción debe empezar con acciones claras y quizá una de ellas sea el de la adecuada supervisión. A las autoridades y legisladores les debería preocupar hacer obras de calidad. Ya es tiempo.
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