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"La Vida de Acuerdo a Mí"

"Personas, y ya"

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    alessandra_santamaria@hotmail.com

    @Aless_SaLo

     

     

     

     

    La semana pasada leí en el periódico Excélsior una nota sobre un joven con enfalopatía ateoide (una condición que dificulta la visión, el habla y el movimiento), que se convirtió en el primer profesor con discapacidad motriz de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

     

    Matías Alaniz tiene 28 años y está en silla de ruedas. En la nota posa con una sonrisa frente a las letras gigantes de #HechoEnCiudadUniversitaria. Cuando vi la fotografía me dieron ganas de llorar, e inmediatamente después me sentí culpable.

    Existen montones de discapacidades que pueden ser divididas en decenas de categorías, pero para simplificar el asunto podrían separarse en dos: las personas con discapacidades que están conscientes de su realidad, y las que no.

     

    Por ejemplo, mi hermano Francisco, quien tiene un alto grado de autismo, no puede comprender su situación. Si fuera discriminado, no se percataría de ello. No tiene sed de éxito, de superarse a sí mismo o de ser aceptado porque su capacidad intelectual es limitada. Pero jóvenes como Matías saben que son diferentes. Saben que son personas con más obstáculos que la mayoría, y no necesitan que gente como yo se ponga sentimental ante sus logros.

     

    No porque no sean triunfos, o no sean dignos de aplauso, sino porque la romantización de las discapacidades y también enfermedades, solo son un problema más con el que sus portadores tienen que lidiar.

     

    El Museo de Memoria y Tolerancia de la Ciudad de México acoge actualmente una exposición temporal sobre discapacidades. El trabajo de los curadores recopiló el testimonio de decenas de mexicanos con habilidades diferentes con consciencia de su condición, y todos ellos aseveran que no son “angelitos”, que no son “especiales” o “como niños”. Son adultos, son personas, y ya.

     

    Que insulto hubiera sido para mí que hace 100 años o menos, alguien me mirara con ojos de ternura porque me gradué de la universidad o porque conseguí un empleo debido a que soy mujer. Porque esto antes era de cierta forma, visto como una discapacidad, por no decir definitivamente un obstáculo. Como andar en muletas.

     

    No han pasado ni 13 años desde que se creó el tratado global por los derechos de las personas con discapacidades. Trece años. Es una locura que yo ya estaba viva cuando por primera vez millones de personas fueron reconocidas y vistas por lo que eran. ¿Qué pasaba antes?, ¿Qué ley, qué decreto, que política pública, las defendía antes? (Sin explotar sus a veces tristes infancias, como lo hace de forma ridícula el Teletón desde 1997). 

     

    Este mes se celebra internacionalmente por derecho de Naciones Unidas el Día de la Silla de Ruedas (1 de marzo), el Día del Síndrome Down (21 de marzo), el Día del Parálisis Cerebral (25 de marzo) y el Día de la Epilepsia (26 de marzo). El propósito de estas conmemoraciones es educar a las masas. Hacer de estas personas, diariamente ignoradas, las protagonistas. Se les da un micrófono simbólico para que su voz sea escuchada, y puedan recibir los tratos y las oportunidades que merecen, porque aunque este planeta y las sociedades modernas parecen diseñadas solo para algunos, creo de verdad que deberían ser de todos. 

     

    No dudo que el recorrido académico de Matías haya tenido sus trabas. No dudo que haya requerido de mucho esfuerzo, pero se preparó y puso lo mejor de sí, porque tiene la posibilidad de hacerlo. Y lo hizo.

     

    Que gusto que su historia haya sido contada en las páginas del periódico; merece toda esa visualización y más.

     

    México es un país que con todo y los avances del Siglo 21, ignora, esconde, humilla, lastima y romantiza a las personas con discapacidades.

     

    Es de mal gusto, es innecesario, es insultante, y tiene que parar. 

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