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"Opinión"

"¿Por qué las mujeres ganan menos dinero?"

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    La moneda, el dinero, los morlacos, la pasta, el capital, el varo, son unos de tantos sinónimos que utilizamos para nombrar a aquello que más valoramos en esta bella y armónica sociedad capitalista.
    En un inicio, el dinero era un objeto con valor intrínseco y las monedas valían su peso en metal (hechas de oro o plata). Posteriormente, el papel moneda surgió como un certificado por una cantidad de oro, llamándose a esta relación “patrón oro”. Tras la Segunda Guerra Mundial, se acordó el uso del dólar estadounidense como moneda de referencia global, garantizándose su respaldo en oro. Sin embargo, el patrón oro colapsó en 1971 y el dólar pasó a convertirse en un elemento fiduciario, el cual se basa en la fe de la comunidad; es decir, que no se respalda por metales preciosos, sino en la promesa de pago por parte de la entidad emisora.
    Sin duda, México es un país de fe. La “Encuesta Nacional sobre Creencias y Prácticas Religiosas en México 2016” revela que el 95 por ciento de los mexicanos pertenece a alguna religión o cree en algún tipo de deidad. Asimismo, la encuesta también revela que el 35.9 por ciento atribuye su éxito/fracaso personal a su fe.
    Esto parece una historia sacada de una novela de realismo mágico. En pleno Siglo 21, atribuimos nuestro éxito o fracaso (acumulamiento de dinero) a algo tan irracional como la religión. Si esto fuera cierto, la brecha salarial no existiría, ya que la mayoría de los mexicanos pertenecen a una religión derivada del cristianismo.
    Ciertamente, muchas personas poseen cualidades que les permiten destacar en el ámbito laboral y empresarial, y por ende, ganar más dinero. No obstante, la realidad es que la brecha salarial se debe a la discriminación y desigualdad social.
    En esta columna, nos enfocaremos particularmente en la brecha salarial entre mujeres y hombres.
    Alrededor del mundo, las mujeres todavía reciben 23 por ciento menos dinero que los hombres por realizar el mismo trabajo. En México, de acuerdo con un estudio del Conapred, las mujeres ganan 34.2 por ciento menos que los hombres.
    Buenas noticias para aquellos que tenemos un cromosoma “Y”, pero la razón de esta desigualdad va más allá de tener un cromosoma distinto.
    Históricamente, los expertos reducían la brecha salarial entre mujeres y hombres a diferencias en educación, ocupación, o que las mujeres eran más propensas a trabajar medio tiempo. Esto tal vez tuvo algún sentido en el no tan remoto pasado, pero hoy en día, las mujeres tienden a tener más preparación académica y cada vez más ocupan más cargos de liderazgo en todos los rubros.
    A pesar de esto, la brecha salarial (34.2 por ciento) y la brecha de participación laboral (34.6 por ciento) entre mujeres y hombres sigue siendo monumental.
    La brecha salarial es una expresión de inequidades persistentes entre mujeres y hombres, tanto en la sociedad como en el área de trabajo. Las normas sociales y culturales mexicanas todavía determinan el rol de mujer y hombre como se hacía en la era paleolítica (cavernas), los hombres somos proveedores y tomadores de decisiones, y las mujeres son amas de casa y madres de familia.
    El gran debate no es si la brecha salarial existe, sino el por qué existe. Un meta-análisis realizado por la Universidad de Princeton revela que la causa de la brecha salarial se debe a la mayor bendición que uno puede recibir en esta vida, un bebé (según me han contado).
    Los datos revelan que existe un gran declive en las ganancias de una mujer justo después de tener su primogénito. Esto no se observa en los hombres, y las mujeres que deciden no tener hijos terminan ganando salarios similares a sus contrapartes masculinas.
    La maternidad representa la principal causa de la brecha salarial a nivel mundial. Esto se debe, entre otros factores, a que el periodo durante el cual una mujer se puede desarrollar profesionalmente coincide con el periodo durante el cual una mujer es más propensa a embarazarse (segunda y tercera década). A esto todavía hay que añadirle que la gran mayoría de parejas mexicanas no comparten los quehaceres de la crianza de manera equitativa. Todavía se le da mayor importancia a ganar más dinero, que a tener más tiempo de calidad con los hijos.
    Mientras el aborto persista en la ilegalidad y la crianza de los descendientes sea visto como una actividad exclusiva de la madre, la brecha salarial seguirá siendo uno de los principales factores de desigualdad social en México.
    ¿Que podemos hacer para disminuir esta brecha?
    Podríamos emular a países con resultados tangibles, tales como Islandia y Ruanda.
    De acuerdo con el Foro Económico Mundial, Islandia está a punto de cerrar esta brecha con unas simples reformas. La primera, los empleadores están obligados por ley a pagar el mismo salario por el mismo trabajo realizado; segundo, las incapacidades otorgadas por maternidad y paternidad son casi iguales, es decir, mujeres y hombres asumen la misma responsabilidad sobre la crianza de sus hijos.
    El problema es que estamos a años luz de ser un país progresista como Islandia, entonces ¿tal vez lo que sucedió en Ruanda resulte más ad hoc para México?
    A pesar de que Ruanda está en la lista de la ONU de los 48 países menos desarrollados, este país africano se encuentra dentro de los 5 países con menos brecha salarial de género.
    Hace más de dos décadas, alrededor de 800 mil ruandeses fueron masacrados en un periodo de tres meses. Ante estos terroríficos eventos, las mujeres terminaron siendo el 60-70 por ciento de la población sobreviviente. No tuvieron otra opción que tomar los roles ocupados exclusivamente por los hombres, tanto en el ámbito laboral como político. Este cambio originó una serie de reformas sociales y políticas que lograron una inclusión más representativa de la mujer.
     

    Si queremos una sociedad más equitativa y justa para todos, deberíamos de dejar de dar tanta importancia a los aspectos irrelevantes de una persona (sexo, género, raza, religión, etc.), y enfocarnos más en la calidad moral y aptitudes que poseen. Asimismo, hay que tomar decisiones informadas sustentadas con estudios científicos, y no basarnos en absurdas supersticiones o dogmas arcaicos. Seamos el México del futuro.

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