"¿Por qué morimos?"

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@rodolfodiazf



Porque nacemos, es la forma más lógica y sencilla de responder a esta pregunta. Sin embargo, no es la más adecuada, profunda y precisa. Una respuesta más teológica sería que el pecado posibilitó la entrada de la muerte en el mundo.

De manera más práctica, podemos afirmar que morimos porque somos seres contingentes, no infinitos ni necesarios. Pero, sobre todo, morimos porque es una necesidad humana en el arte de amar.

Decimos necesidad humana, porque Dios no sólo ama sino que es amor (1 Jn 4,8). Dios, en su omnipotencia, no necesita de nada, pero en su infinita generosidad y eternidad decide compartir el amor a sus creaturas. Empero, en el ser humano es diferente la ecuación: el hombre ama debido, precisamente, a su precariedad y mortalidad.

Si el ser humano fuera eterno e inmortal sería brutalmente egoísta e incapaz de amar, como señaló José María Cabodevilla: “Los hombres mortales son los únicos capaces de compartir el peligro y la fugacidad del placer, de tener esperanzas, de aferrarse a la vida, de aguardar ilusionados el brote del primer ciruelo... La muerte, hermanos, nos es imprescindible, tanto como el aire, mucho más que el deseo de prolongar la vida”.

Nacer, crecer y morir son parte de una misma realidad, como resaltó Shakespeare en Macbeth: “Hora tras hora del nacer crecemos, y en cada hora del crecer, morimos. Y ésta es toda nuestra historia”.

Morimos porque amamos. No amamos la muerte en sí, aunque Francisco de Asís la llame hermana. Morimos porque sólo quien se desgaja es capaz de ofrecer sin reservas el tiempo que no volverá. Es necesario sumergirse en la muerte para nadar en el caudal del amor. Somos para amar, no para morir, aunque el morir sea parte sustancial del amar.

¿Muero por amor?