|
"Kratos"

"Primero de julio, más que una elección"

""
22/07/2018

    Juan Alfonso Mejía López

     
     
     
    El pasado 1º de julio terminó una era, por muchas razones, de las que me limito sólo a una: el sistema de partidos se resquebrajó. La triada del PRI, PAN y PRD, que entre 1988 y el 2000 concentró el voto del electorado en hasta 89 por ciento, llegó a sus niveles más bajos para 2016, donde todavía entre los tres principales partidos tenían en su haber hasta 60 por ciento de los votos. Si bien es cierto, la realineación de las preferencias electorales no sucedió de la noche a la mañana, lo acontecido “nadie” se lo esperaba.
    El Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) ganó la Presidencia de la República con 53 por ciento de los votos, con una diferencia de 30.9 por ciento de su más cercano competidor; ganó en todas la entidades del país, con la salvedad de Guanajuato, con un margen en promedio de 31 por ciento (en 19 de ellas lo hizo por arriba del promedio); se alzó con la victoria en 23 de 25 capitales donde se renovaron los ayuntamientos; 71 por ciento de los votos que consolidaron la victoria de AMLO, son urbanos; es decir, no estamos hablando solamente de la Presidencia de la República a manos de un partido fundado hace menos de cinco años (2014), sino del desfondamiento de un modelo que ha explicado la realidad política del país por los últimos 30 años.
    Con el entierro del viejo modelo de partidos y la victoria aplastante de Morena, por donde se le vea, a más de algún observador le preocupa la falta de equilibrios. La razón es sencilla: no hay en el mundo ninguna democracia viable sin partidos políticos consolidados, aunque si hay autoritarismos vigentes con partidos políticos frágiles. ¿Se perfila México en esta dirección?
    La interrogante anterior suena a mera provocación, en principio. De la misma forma que en el 2000 era imposible asegurar que se trataba de la primera elección democrática en el país, sólo porque perdió el PRI, ahora resulta insuficiente afirmar que las mayorías absolutas de Morena nos perfilan por sí mismas a una nueva hegemonía de partido. Entonces, ¿por qué la preocupación?
    De las consecuencias de la victoria, de la transformación del movimiento en partido, de las dimensiones del éxito y del fracaso del hoy Presidente electo, de la conformación del nuevo régimen (porque es “otro régimen”), de la edificación de una hegemonía en marcha y de otros tantos temas,  habrá que hablar. Las línea que me restan las dedico a la oposición.
    Pienso en los años del autoritarismo del PRI, en los que durante décadas se mantuvo en el poder porque no tenía frente a sí ningún partido capaz de competir frente a él mediante los votos. Los fraudes electorales, dispersos entre sí no sólo geográficamente sino históricamente, no fueron necesariamente una constante. El PRI seguía en el poder porque no tenía una oposición en posibilidad de conformar una nueva mayoría, hasta la década de los 80. Las voces que hoy se preocupan, pueden o no entender esta realidad, pero la sienten y la presienten: no hay oposición, por lo menos en la franja electoral. Si no hay oposición, ¿de donde vendrá la alternativa?
    Una pasada rápida al PRI y al PRD obliga a voltear a su “ideario”. Justo, porque no tienen ideas políticas, basta decir que el terreno ideológico en el que se mueven les ha sido arrebatado, con sus banderas y cada vez un mayor número de liderazgos.
    La vena opositora NO corre por sus venas, para ellos “el águila” lo explica todo. Así que, no nos sorprenda que cada vez, en los hechos (sin necesidad de anunciarlo con bombo y platillo), se pasen al lopezobradorismo. Los gobernadores serán un buen indicador; no habrá uno de este “tipo” que deje de argumentar la tantas veces socorrida aspiración de “gobernabilidad”. En nombre de “su responsabilidad”, terminaran borrando un federalismo en “peligros de extinción”.
    Sólo queda el PAN, me gustaría decir que por talante, pero hace mucho que dejó de ser el caso. Ese partido de la “larga marcha”, los místicos del votos, la institución que durante décadas entendió su militancia con un sentido martirizado, los defensores de la democracia, ya no existe. El poder la reinventó atrofiada, con prácticas del PRI de los 70.
    Con todos sus vicios, si tuviera que hablar de un partido, no es el PRI ni el PRD. Varios de sus liderazgos no estarán a la altura, no lo estuvieron ayer y no lo estarán ahora. En tiempos en los que todavía se desgarran por mantener el control del partido, quienes defiendan la libertad como bandera, tiene que recuperar “el instrumento”. La ironía es prometedora: no es el PAN por México, es México por el PAN.
    Y, como las ideas se encarnan en la lucha política por el poder, no existen muchos nombres para darle viabilidad a la osadía aquí resuelta. Les dejo un nombre para aumentar la indignación: Felipe Calderón.
    Sí, el ex presidente de la República debe dirigir el partido que alguna vez defendió la democracia en México y que ahora esta llamado a refundarse en una conquista civilizatoria en pleno Siglo 21. Mis razones las dejo para un próxima entrega.
    El primero de julio no se trató de una elección cualquiera, es una nueva era; lo más desconcertante para el observador minucioso sería tratar de entender un nuevo régimen con las reglas del pasado. Por eso perdieron.
     

    Que así sea.

    Periodismo ético, profesional y útil para ti.

    Suscríbete y ayudanos a seguir
    formando ciudadanos.


    Suscríbete
    Regístrate para leer nuestro artículo
    Esto nos ayuda a identificarte mejor al poder ofrecerte información y servicios justo a tus necesidades al recibir ayuda de nuestros anunciantes.


    ¡Regístrate gratis!