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"Opinión"

"Primero las aulas"

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    A Max
     
    No me detendré demasiado en desmenuzar las implicancias morales que están detrás de los tropiezos que el Pejidente tuvo esta semana en su camino hacia la congruencia moral. Sin embargo, por no dejar, señalaré cuatro; ninguno menor.
     
    La propuesta de terna con l@s candidat@s a ocupar la plaza vacante en la Suprema Corte de Justicia, refleja lo que tantas veces criticó de su antecesor cuando se dio a conocer la designación de Eduardo Medina Mora: un Ministro a modo que sacaría cara y pecho por su padrino. De la terna propuesta, dos de las candidatas actualmente militan en Morena, y el candidato fue presidente del Tribunal de Justicia de la Ciudad de México cuando AMLO fungía como jefe de gobierno.
     
    La compra de una parte de los bonos del aeropuerto emitidos en mercados internacionales, más allá de ser una clara estrategia por parte de la Secretaría de Hacienda para evitar demandas que incrementen dos o tres veces más la cifra de lo que se perderá, tiene bastante similitud con algunos de los mecanismos empleados en el Fobaproa, un caso del que también, en su momento, el Pejidente sacó muchísima raja para su larga campaña.
     
    El tercer tropiezo tiene que ver con la falta de claridad respecto a la pretendida austeridad en los ingresos de los funcionarios públicos de primer nivel. Por ejemplo, un embajador, se entiende, vivirá en las instalaciones que se hayan rentado para despachar la serie de asuntos que deba atender. Supongo que no le cobrarán una renta por vivir ahí, con lo cual dicho embajador tendrá más liquidez que otros funcionarios que sí deban pagar la renta del sitio donde vivan. Lo mismo sucederá en el caso del Pejidente. Él no pagará coche, gasolina, gastos de alimentación y un largo etcétera que el resto de los mortales de la burocracia sí deben cubrir (en el mejor de los casos).
     
    Por último, la manera en que Elba Esther Gordillo (eterna enemiga de campaña de AMLO) ha venido ganando terreno en la dirigencia sindical, sumada a la declaración del Pejidente de echar abajo la Reforma Educativa me hace pensar que la educación, una vez más, quedará hipotecada y a “resguardo” de la misma banda de rufianes que por muchos años mantuvieron en condiciones paupérrimas al sistema de la educación básica en México. Si Andrés Manuel de verdad quiere regenerar moralmente a nuestro País debe empezar por lo más básico de lo básico: la educación. Ahí es donde él debe dar la más feroz de sus peleas. Me explico.
     
    El viernes pasado fui parte de una de las 19 brigadas que el Tec de Monterrey puso en marcha con el propósito de rehabilitar 30 escuelas públicas de educación básica. Los que vimos en algunas de ellas es i-n-d-i-g-n-a-n-t-e. Y no me refiero a que hayamos visto a nadie robando, durmiendo o vendiendo fayuca por los rincones en lugar de estar impartiendo clases. Lo que indigna, y mucho, es darse cuenta de las condiciones en las que la mayoría de los niños y niñas adquieren los conocimientos básicos que les permitirán abrirse paso en la vida.
     
    Cables de electricidad expuestos, agujeros en los techos, aulas sin iluminación suficiente (algunas sin ella), llantas en lugar de sillas, pintarrones sin marcadores, mesabancos renqueantes y chiclosos por la suciedad, bibliotecas de aula sin libreros, recursos didácticos en girones de tantas veces que han sido reutilizados, pisos llenos de costras de mugre, paredes exteriores de la escuela tan rayadas como las de un baldío abandonado. En resumen, espacios que invitan a cualquier cosa que no sea a aprender.
     
    Del ánimo de algunos docentes que me topé mientras nosotros estábamos en lo nuestro, ni qué decir. En más de dos ocasiones me crucé con algunas miradas descreídas. Sin querer hacerle al adivino, me atrevería a asegurar que detrás de ellas había una especie de hartazgo asociado a un “más de lo mismo”; a un como muchas otras veces, un grupo de ingenuos voluntarios vino cinco horas a la escuela para darle una mano de gato solo a lo que se ve por fuera, pero sin lograr modificar lo que “verdaderamente” determina la calidad de la educación pública en México. Quizá sea mi cochina tendencia a la suspicacia, pero no puedo evitar pensar que algunas de esas miradas iban más allá de un “haber cuando terminan con su actividad, porque el ruido que hacen no me deja impartir la clase”.
     
    Lo del viernes fue solo una parte de un plan más amplio. Nuestro objetivo es poder impactar a más de 10 mil niños y niñas, al menos para que tengan condiciones de higiene, mobiliario funcional en las “salas” de cómputo y bibliotecas dignas. Apenas la punta del iceberg de lo que encierra el término calidad educativa.
     
    Si el Pejidente quiere seguir soñando con la idea de poder ver un México sin corrupción, su pelea debe comenzar por asegurar que la educación que se ofrezca en las aulas sea de calidad, es decir, sea coordinada por docentes capaces (no todos lo son), que el currículum desarrolle un repertorio de conocimientos, habilidades, actitudes y valores que sirvan para cimentar ese conjunto de capacidades de aprendizaje que permitan a cada estudiante recorrer los peldaños de la escalera de la autonomía y la movilidad social, comprender la relevancia e impacto social del comportamiento íntegro, el compromiso ciudadano, el respeto, la solidaridad y la convivencia pacífica en medio de la diferencia. Todo esto se puede desarrollar y aprender en las aulas. Claro, siempre y cuando existan condiciones adecuadas en ellas. 
     
    Poco a poco, la realidad se impone a las buenas intenciones; lo más lamentable, es que esa realidad deja al descubierto que los vicios de la corrupción que lamenta el Pejidente serán imposibles de erradicar, si la educación pública continúa operando con una infraestructura materialmente ruinosa, sindicalmente retrograda y técnicamente incapaz de atender las necesidades formativas de una generación de niños y niñas que no son los mismos que conoció Elba Esther Gordillo cuando hacía sus pininos en la tenebra y la corruptela.
     
     

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