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"Estrategias ABC"

"Reparador de historias"

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23/04/2019

    Gnozin Navarro

    yosoy@gnozin.com

     
     
     
     
    “Cada cuadro tiene su propia manera de evolucionar... Cuando el cuadro está terminado es cuando el tema del mismo se revela”.
    - WILLIAM BAZIOTES
     
    Al trabajar con una agenda de vida y negocios empezamos a distinguir nuestros sentimientos reales, que muchas veces son secretos, de nuestros sentimientos oficiales, los que constan en nuestro discurso público. Con frecuencia nuestras declaraciones oficiales van marcados por la frase “Eso (haber perdido el trabajo, que ella salga con otro, la muerte de mi padre...) lo llevo bien».
    Pero… ¿Qué queremos decir con “lo llevo bien”? La agenda nos obligan a ser específicos a la luz de nuestras rutinas contra nuestros resultados de vida. ¿”Lo llevo bien” significa resignarse, aceptarlo, acomodarse, distanciarse, mostrarnos insensibles, tolerantes, felices o satisfechos? ¿Qué significa?
    La palabra bien suele ser una palabra una “palabra pantalla” que para la mayoría engloba justamente todo aquello que intentamos eludir. Cubre toda clase de sentimientos escurridizos y con frecuencia señala una pérdida. De cara al espejo social nos sentimos bien, pero ¿es esto realmente cierto?
    En la raíz de una rehabilitación productiva está el compromiso de ver las cosas como son, de dejar de decir “está bien” cuando en realidad no lo está. La agenda nos presiona para que respondamos qué es lo que pasa con nosotros.
    En los años que llevo acompañando y observando a gente trabajar con sus agendas de vida y negocios he notado que muchos tienden a descuidar o a abandonar su uso cada vez que una clarividencia desagradable está a punto de emerger. Si estamos, por ejemplo, muy enfadados pero no lo admitimos, estaremos tentados a decir que “llevamos bien tal cosa”. La medición semanal no nos permiten este tipo de evasivas. Así que tratamos de evitarlas.
    Si tenemos la extraña sensación de que nuestra pareja no está siendo del todo honesta con nosotros, los números de nuestra agenda son susceptibles de despertar esa siniestra posibilidad y con ella la responsabilidad de una conversación que nos saque de balance. Y en lugar de enfrentarnos a este conflicto terminamos abandonando la disciplina de programar nuestros días, detectar patrones, medir avances, aprender de nuestras rutinas y enfocar periódicamente nuestras prioridades.
    De igual manera frente a los buenos vientos, si de repente estamos locamente entusiasmados con el impulso de una nueva iniciativa, nuestra agenda puede convertirse en una amenaza. No queremos pinchar la frágil y brillante burbuja de nuestra felicidad. Queremos seguir perdidos en el mar de nuestra felicidad, en lugar de recordar que hay un yo a quien cuidar.
    En resumen, las emociones extremas de cualquier tipo — para cuyo proceso la agenda es precisamente perfecta — son desencadenantes habituales para evitar la vida programa.
    De igual forma que un atleta acostumbrado a su dosis de endorfinas se pone más irascible cuando no hace ejercicio, aquellos de nosotros que ya estemos habituados al uso de una agenda notaremos cierta irritabilidad cuando la desatendamos. Tenemos siempre la tentación de dar la vuelta a la causa y al efecto: “No he usado mi agenda porque estaba de mal humor”; en lugar de: “No la usé, así que estoy de mal humor”.
    A lo largo de un considerable periodo de tiempo la agenda es un ejercicio de entrenamiento espiritual. Reajustan nuestros valores. Si estamos demasiado a la derecha o demasiado a la izquierda de nuestro crecimiento personal, la agenda señalará la necesidad de ajustar la dirección. Adquiriremos conciencia de nuestra deriva y la corregiremos (aunque sólo sea para dejar de sentirnos irritados).
    “Sé fiel a ti mismo”, dice la agenda. Sin pena ni pudor lo digo, para mi la agenda es mi canal de comunicación con Dios, en ella escribo el guión con el que elijo edificar mi vida y reparo sobre la marcha los elementos disonantes. 
     

    Quedo con Dios y contigo

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