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"Opinión"

"Sensatez"

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    Con un abrazo para Ciro

     

    El principio general era tan claro como sencillo: la soberanía radica en el pueblo y el pueblo no se equivoca. En las democracias representativas el gran filtro a la insensatez deben ser los parlamentos. Los casos fallidos, el nazismo, eran vistos como excepciones. Pero de pronto algo se torció. Hoy las naciones toman decisiones contrarias a sus intereses. La insensatez es invitada permanente de la soberanía.

     

    Todo es tan agitado y novedoso que sólo ahora empezamos a ver el calado de los cambios. Sin embargo, desde el surgimiento de los partidos políticos en el Parlamento Ingles a la mitad del Siglo 20, las democracias liberales tuvieron varias señales de que el claro principio democrático -las mayorías siempre tendrán la razón- podría subvertir a la propia democracia. Las democracias representativas han servido a los peores intereses, de los fascistas en adelante. Las democracias son imperfectas, tienen horadaciones inmensas que permiten deformaciones brutales. Las excepciones ya son demasiadas.

    Dentro de las coordenadas democráticas -libertad de expresión, relevo sistemático y competencia entre partidos políticos- hay fórmulas para cancelar a la propia democracia. El germen de la antidemocracia puede ser votado por mayoría. La autodestrucción respeta las reglas vigentes. Las experiencias se empezaron a multiplicar sobre todo en América Latina. Llegar al poder cumpliendo con las reglas democráticas y desde adentro minarlas se convirtió en una historia común. Pero el caso más reciente no es latinoamericano. El independentismo catalán cuestiona al pacto fundacional desde dentro a través de pseudo elecciones. El asunto se vuelve aún más complejo por la aparición de una nueva forma de incidir en la conciencia del votante. Las redes sociales y el Internet se convierten hoy en los grandes elementos subversivos, legales, de la democracia. ¿Por qué?

     

    Las democracias representativas obligan a los partidos políticos a establecer cotos mínimos de lo que se desea y lo deseado no puede ser antidemocrático. Sería tanto como invitar a un pirómano a encender fuego a la casa propia. Declaraciones de principios, planes de gobierno, ideas y propuestas deben ser expuestas y confrontadas ante las instancias de corroboración social en la plaza pública. Suponíamos que esos filtros eran suficientes para contener la mentira. Allí la mayoría de los engaños debían caer. Además, la representación profesional supone un segundo filtro en contra de la demagogia y de las pasiones contrarias a los derechos básicos de los seres humanos. Los representantes populares tienen la obligación de procesar las pasiones por los cauces democráticos. La ciencia se introduce indirectamente en esa confrontación. Pero de nuevo, algo alteró todo.

     

    Las pifias populistas y demagógicas eran bastante comunes en los países pobres o en desarrollo. Pero de acuerdo al principio fundacional, el pueblo nunca se equivoca, menos se equivocaría un pueblo educado. El nazismo debía ser excepción histórica. Pero además de los Chávez, los Evos Morales, los Ortega, los Correa, los Kirchner y demás, ahora en la lista está el Brexit, Trump y Putin. Hoy por lo menos 10 países de la Unión Europea, sufren la amenaza de populismos antidemocráticos o, peor aún, de los “dictadores democráticos”. De eso sabemos con nuestro Porfirio Díaz. Las democracias formales son débiles. La degradación y degeneración democrática e incluso la pretensión dictatorial pueden estar enmascaradas en las reglas del juego.

     

    ¿Qué hacer? La democracia es un gran invento para la convivencia humana, pero para que siga viva debe estar en permanente reinvención. Las redes sociales eluden a los partidos e introducen elementos de visceralidad e irracionalidad que desquician a las democracias liberales. Los tiempos de confrontación política hoy están atrapados por la instantaneidad. Un tuit puede dislocar las verdades acreditadas por siglos. La post verdad y las noticias falsas son hoy parte de la convivencia humana. La democracia debe establecer límites, no a la libertad de expresión, pero sí a los impactos derivados de la locura digital que catapulta mentiras. Una democracia dominada por la post verdad deja de ser una democracia. El principio básico de confrontación con verdades acreditadas debe actualizarse. Las tribus de odio no pueden ser el alimento de la democracia.

    Suena antidemocrático, pero una democracia estable y funcional para las libertades, debe protegerse de la locura cibernética. El tiempo no debe ser un factor enloquecedor sino de reflexión. La Quinta República estuvo a un tris de caer frente a la derecha xenófoba y antidemocrática. La salvaron los tiempos obligados de las segundas vueltas. Es hora de la reinvención como ocurrió con el radio y la televisión. La meta es una: propiciar sensatez frente a la locura digital.

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