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"Observatorio"

"Sólo los irracionales siguen en las calles"

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OBSERVATORIO

    Uso de la fuerza pública, ¿única opción?

     

    Entender a los sinaloenses que se resisten a aislarse en sus casas para protegerse del coronavirus constituye una provocación a la razón y el enigma de por qué les creen más a las noticias falsas construidas en torno a la pandemia, que a las autoridades y expertos de la salud. Son también los potenciales dispersores del Covid-19 que siguen en las calles sin realizar actividades esenciales, los que justifican el extremo del uso de la fuerza pública para proteger a la mayoría precavida de la minoría imprudente.
    Estos, los arriesgados a contagiarse y a esparcir el virus, ocasionan el daño colateral de tener a las corporaciones de seguridad pública ocupadas en cuidar las playas y sitios de afluencia en Semana Santa, mientras la delincuencia aprovecha pues sabe que los policías y militares se distraen persuadiendo a la gente de que se quede en casa.
    Ellos, los irreflexivos, hacen posible que Sinaloa haya entrado antes de tiempo a tomar medidas que en otros países se implementaron en la fase 3 y las posteriores, para obligar a los ciudadanos a que abandonaran el espacio común y se ajustaran a la orden de confinarse en sus domicilios. La dimensión del despliegue de la Policía Estatal, Marina y Guardia Nacional habla del tamaño de nuestras testarudeces.
    ¿Qué les pasa? Están viendo cómo la comunidad internacional, inclusive países más desarrollados que México, ven colapsados sus sistemas de salud pública; que Sinaloa se posiciona en los primeros lugares en cuanto a tasa de mortalidad y sacrifica muchas cosas con mayores daños en los sectores marginados, y ni aun así asoma la pizca de inteligencia que los haga actuar de manera autónoma, sin el ultimátum de la represión, para hacer el esfuerzo responsable de entrar en razón.
    Se trata de un tipo de habitante que en sus obstinaciones todo lo tiene solucionado, inclusive el peligro de morir por coronavirus. El de familias enteras que salen a la calle, cada integrante en su vehículo y con rumbo diferente, cuyo oxígeno es la rebeldía a la autoridad, con o sin pandemia. Que en playas y celebraciones de la temporada buscan imponerse a la contingencia y se burlan además de los elementos de seguridad pública, personal médico y cualquier llamado a adquirir conciencia.
    Contra ellos se justifica, sin duda, la fuerza del Estado para ceñirlos a las medidas propias de la emergencia nacional sanitaria. Es intolerable tanta sandez al mismo tiempo que los trabajadores de la salud arriesgan su vida y la de sus familias, que un porcentaje importante de la población actúa en consecuencias, que está en riesgo el esfuerzo educativo contra la pandemia y cuando son más sensatos aquellos que ni siquiera saben si van a tener qué comer hoy.
    Es el momento de decidir si el despliegue policiaco-militar debe llegar también a las ciudades a desalojar a los que ningún motivo tienen para seguir en las calles. Dirimir si un poco más de autoridad es la solución contra esa porción descerebrada que coloca en situación de peligro a Sinaloa y todo el plan gubernamental para detener lo más pronto posible esa nube negra que cada amanecer abarca más.
    Socialmente analizar si al aparato de seguridad pública lo necesitamos cuidándonos del crimen organizado o debe enfocarse a hacerles entender a los irrazonables que estos días no son para pasear, mucho menos para obstruir. Si tenemos que ser indiferentes frente esa clase de incrédulos o suicidas, cuya perplejidad o kamikazismo significa muchas víctimas adyacentes, o bien someterlos a través de la coerción.
    Menudo dilema. En la disyuntiva ciudadana de en qué utilizar a la fuerza pública en tiempos de pandemia, para cuidarnos de los malandros o de los desobedientes del esquema para prevenir los contagios, el Gobernador Quirino Ordaz Coppel y los alcaldes también enfrentan la encrucijada de establecer o no en los principales centros urbanos la movilización policiaca tendiente a obligar a unos pocos a respetar el derecho a la salud de los muchos.
    ¿Dejarles la vía libre a los criminales que continúan con asesinatos y anarquía, o a quienes se convierten en agentes desparramadores de coronavirus? Ayer domingo, por ejemplo, la nota roja dio cuenta de dos hombres asesinados en la sindicatura de Costa Rica, la osamenta hallada en un vehículo que fue incendiado en la pensión de automóviles ubicada en el sector La Primavera, otro joven ultimado a balazos en el ejido El Huizache y en Mazatlán fue arrojado un cuerpo sin vida desde un coche en movimiento, frente a una empresa procesadora de café.
    Por un lado la violencia interminable de los sicarios, y por otro la sensación de que el Covid-19 irremediablemente nos derrotará. Apelemos entonces al último llamado a quedarse en las casas, sin más reducto que la fe en que entenderán aquellos que están pidiendo, a gritos, el estado de excepción en derecho constitucional, que tampoco nos vendrá bien.

    Reverso
    ¿Por qué Sinaloa padece,
    De esta necrológica locura,
    Que ni el león herido ofrece,
    Devorando a quien lo cura?

    Ruega por nosotros
    En esta habitual jungla donde se pierde la línea divisoria entre civilidad y bestialidad, los episodios de entes perturbados que bañan con cloro a la enfermera que regresa del cumplimiento del deber, que tratan como leprosos a los médicos que intentar salvar vidas, o se burlan de policías que los llaman a cuidarse del contagio, solamente queda rezar para que nos protejan los “detente” o que nos quede “como anillo al dedo” la pandemia para evolucionar hacia el humanismo sostenible.
    alexsicairos@hotmail.com

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