@rodolfodiazf
El mandamiento nuevo de Jesús fue: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 13,34). La vara y medida que puso fue muy alta: “como yo los he amado”, no como ustedes quieran o como a ustedes les parezca conveniente.
El amor de Jesús es un amor sin límites: “Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1).
No obstante, amar con esa pasión e intensidad no es algo sencillo. Por eso, Pablo recomendó: “Sean siempre humildes y amables, sean comprensivos; sopórtense mutuamente con amor; esfuércense en mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz” (Ef 4,2-3).
Con sensatez, el Apóstol de los Gentiles exhortó a los habitantes de Éfeso a “soportarse mutuamente con amor”. Amar exige sacrificio, entrega y generosidad. Pero, hay que reconocerlo, en ocasiones no se siente amar a la otra persona, sino que más bien se le soporta.
Hay quienes interpretan el texto diciendo que Pablo habla de soporte, porque el amor es la base o fundamento que soporta toda relación. Sí, tienen razón, pero también hay que aceptar que etimológicamente el verbo soportar significa llevar una carga o sufrir. De ahí que amar, como hemos dicho, no sea tarea fácil.
Incluso, habrá que admitir que existen personas incapaces de amar, porque no se aman ni soportan a sí mismas. Es decir, no se aceptan como son, están permanentemente inconformes, no toleran sus fallas y miserias, no se perdonan sus errores y se critican continuamente. Su soberbia les impide abrirse a sí mismas y, por consiguiente, a los demás.
¿Me amo y me soporto?
Suscríbete y ayudanos a seguir
formando ciudadanos.