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"Opinión"

"Terruño"

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    El asunto de los desplazados se ha agravado como un problema social de alta envergadura, urge que se resuelva como una prioridad. Su atención se ha venido posponiendo irresponsablemente por parte de los gobiernos estatal y federal, que deben declararlo como una contingencia y destinarle atención y recursos para solucionar la problemática que enfrenta ese grupo social tan vulnerable.
     
    A pesar de que han pasado nueve años desde que empezó a manifestarse en muchas comunidades de los altos de Sinaloa este grave flagelo, ha habido una omisión perversa por parte de los gobiernos en atender este penoso caso, con la diligencia que amerita; no se puede seguir dando largas a las demandas de esos desplazados esparcidos por toda la entidad, se deben atender con eficacia.
     
    Habitantes de comunidades enteras de un día para otro perdieron sus hogares y estabilidad de una manera radical. Acostumbrados, en sus comunidades, a la siembra y cosecha de maíz, frijol, papas, calabazas para subsistir, a criar animales domésticos, a vivir en sus casas espaciosas y funcionales, de pronto y de la noche a la mañana esa vida tranquila se les hace añicos, tienen que mudarse a un mundo totalmente desconocido, sin techo y sin sus medios tradicionales que les permitían vivir una vida tranquila en sus lugares de origen y de donde fueron violentamente obligados a abandonar su patrimonio, con consecuencias dramáticas para los desplazados. Es un tema que tiene que tratarse y buscar con urgencia una solución integral.
     
    No es posible permitir que pase una década desde que empezó a manifestarse el problema, y no se haya atendido con el rigor que requería por parte del gobierno estatal y federal, con medidas adecuadas a ese gravísimo problema social, derivado de la descomposición en que han caído algunos sectores por la abulia y corrupción de los malos gobiernos que se han padecido.
     
    El caso de los desplazados es un típico caso de indolencia del gobierno en atender con diligencia los casos de emergencia social, donde se ve claramente el desacato a las garantías individuales consagradas en la Constitución de la República.
     
    El nuevo gobierno está emplazado a marcar la diferencia en la atención y solución a este gravísimo asunto de los desplazados, no se puede dar más larga sin que medie una solución a la altura de sus necesidades. Lo idóneo sería que se les garantizara el regreso seguro a sus comunidades de origen, o apoyarlos verdaderamente con recursos suficientes para que construyan nuevos asentamientos humanos y se les proporcione trabajo permanente para su sano desarrollo.
     
    Donde sus familias se integren y no se desintegren, como lógica consecuencia del abandono que vienen padeciendo estos desplazados en toda la geografía del estado; una sociedad como la sinaloense no puede permitir que en su suelo se den estos bárbaros quebrantos sociales y que el gobierno del estado haya asumido la clásica actitud del avestruz, eso no puede permitirse.
     
    Menos ahora que llegó al gobierno del país un Presidente con una mística distinta, que busca atender de raíz los problemas sociales. Hoy las cosas han cambiado para bien de la gente -con algunos prietitos en el arroz, de alcaldes que no entienden el cambio-,  en este tipo de cosas es donde se pone a prueba el cambio que se pregona a diario y que la mayoría de sociedad ha hecho suyo. Esperamos ver que en el caso de los desplazados hagan las autoridades diferencia y remedien el  entuerto de estos nueve años de abandono, viviendo las de Caín. Eso tiene que terminarse sin dilación.
     
    La atención de la problemática social dará certidumbre a los ciudadanos que se ha  establecido la justicia, que no se tolerará más la impunidad, en ningún rincón del país. Visos claros de que los derechos consagrados en la Constitución son sagrados, y que vale tanto el derecho del más humilde como el del más encumbrado.
     
    En esta nueva realidad los desplazados han visto que con en el nuevo gobierno se abren buenas expectativas, incluso no pierden la esperanza de volver a su terruño, con la certidumbre y seguridad que vivieron sus familias durante tantos años en sana paz.
     
     

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